Economía

Colombia y el decrecimiento: una perspectiva marxista

Colombia y el decrecimiento: una perspectiva marxista

El Jueves 1ero de Septiembre, la Ministra de Minas y Energía Irene Vélez explicó en una rueda de prensa sus perspectivas para la transición energética. Según la jefa de cartera, es necesario exigirle a otros países “que comiencen a decrecer en sus modelos económicos”, ya que —en sus palabras— “de esto también depende que logremos un equilibrio y que los impactos del cambio climático nos afecten menos”.  Después de estas declaraciones, en la subsecuente rueda de prensa, Vélez decidió salir sin responder preguntas. 

El debate ha puesto un punto esencial a la discusión pública: ¿cuál es el papel de Colombia en la lucha en contra del cambio climático? Después de todo, más del 50% de exportaciones colombianas son del sector minero y petrolero. Por otro lado, Colombia solo contribuye al 0,2% de las emisiones de carbono que están causando el cambio climático. ¿Debería Colombia abandonar el 50% de sus exportaciones para reducir su huella de carbono? 

Durante la campaña presidencial, Gustavo Petro enfatizó la idea de una transición energética, para romper con las dependencia de la economía en los hidrocarburos, generando polémica respecto a si acabaría con las exploraciones petroleras en su primer día. Esto lo ha colocado en colisión con la burguesía colombiana, pero también revela las limitaciones de las soluciones “verdes” dentro del capitalismo. 

La tierra arde

Este verano, como los últimos años, se nos ha presentado con recordatorios constantes de que el sistema capitalista está matando el planeta. 4 millones de personas fueron desplazadas en Bangladesh debido a inundaciones que no se habían visto en un siglo. España vio un exceso de más de mil muertes (Estas no son de muertes concretas, sino estimaciones sobre lo usual, pero dan una idea de la crudeza de las altas temperaturas registradas en la ola del 10 al 19 de Julio) debido a la ola de calor. Hace dos años, vimos como el huracán Iota destruyó la isla de Providencia y azotó San Andrés, siendo esta la primera vez que un huracán de categoría 4 llegó a estas islas. No solo esto, en Colombia ha desaparecido el 84 % del área del glaciar que existía en el territorio, según Semana.

Lo que antes era especulación se ha convertido en nuestra realidad: el cambio climático está creando eventos extremos que están causando estragos en las vidas de millones de personas. Entre las muertes y los refugiados climáticos, es claro que esta crisis y la respuesta de la sociedad al respecto definirá el futuro de la raza humana. Sin embargo, es claro que el capitalismo no tiene una respuesta concreta a este problema. Después de que la pandemia causara una caída en las emisiones de carbón, la reactivación de la economía enseguida causó un rebote a niveles más altos que los del 2019.

Decrecimiento

Decrecimiento” (imagen de gaelx, licenciada bajo CC BY-SA 2.0.)

Estos eventos han reforzado la búsqueda de “alternativas” a esta crisis desde los defensores y reformistas del capitalismo. Una de estas ha sido la teoría del decrecimiento, que inicialmente aparece en los 70s como una teoría impulsada por académicos burgueses que se agruparon bajo el colectivo del “Club de Roma”. Expositores como Serge LaTouche definen la teoría del decrecimiento como una crítica a la definición y medición de la prosperidad y bienestar económica, atacando tanto al sistema capitalista como al soviético por esta dependencia en el el crecimiento del Producto Interno Bruto (el valor monetario en el mercado de todos los bienes y servicios producidos por una economía) como único norte de la economía política. 

Esta teoría recibió un eco en el activismo ambientalista de esa década, guiando las acciones de organizaciones como Greenpeace. Con la crisis climática hoy, estas agrupaciones que proponen una acción directa en respuesta a la contaminación de las grandes empresas son proponentes del decrecimiento, partiendo de la premisa de que no se puede garantizar crecimiento infinito en una tierra finita. Esta postura es también conocida como la “teoría del pesimismo” frente a la “teoría del optimismo” del desarrollo sostenible que sostiene que se puede controlar el crecimiento.

Durante la pandemia, activistas ambientalistas argumentaron que la reducción de la actividad ecónomica debido a las cuarentenas le daría aliento a la lucha contra el cambio climático y muchos se basaron en las ideas del decrecimiento para demostrarlo. Como vimos, la clase dominante sólo buscó con afán la reapertura. Sin embargo, la pandemia nos dejó una lección muy importante al respecto de cómo luchar contra el cambio climático. Si bien muchos en la izquierda argumentan que es necesario que toda la humanidad reconfigure su modo de consumo, la realidad es que durante la pandemia, la economía mundial fue detenida: Los aviones no volaban, las calles estaban vacías, la demanda de petróleo colapsó y el consumo en los hogares cayó por completo. Las emisiones de carbono a nivel global nada más se redujeron un 8 por ciento ese año. Para poder evitar los peores efectos del cambio climático, sería necesario replicar este nivel de reducción cada año por los siguientes diez años (en otras palabras, reducir 16% en el segundo año, 24% en el tercer año, etc)

¿Quién es responsable?

La teoría del decrecimiento asegura que la tarea es reducir el crecimiento para así reducir el consumo de energía de todos ya que asegura que el calentamiento global es causado por la humanidad entera. Un estudio de “Carbon Majors” del CDP (Carbon Disclosure Project) muestra que 100 corporaciones son responsables por más del 70% de las emisiones de gases de invernadero. Más recientemente, fue revelado que solo 20 compañías habían generado un tercio de todos las emisiones de gas de invernadero y que solo veinte compañías habían generado un tercio del Carbono en la atmósfera en 1965. 

Aún si la cuestión fuera reducida enteramente al consumo personal, veríamos que un miembro del 1% más rico a nivel mundial tiene una huella de carbono 175 más grande que alguien en el fondo del 10% más pobre de la población global. La mitad más pobre de la población mundial contribuye sólo al 10% de las emisiones de consumo personal. Esto se debería comparar con el 50% que vienen de cosas de viajes privados, carros y demás consumo del 10% más rico en la Tierra.  

Las posturas actuales de decrecimiento no buscan trascender el capitalismo y se pierden en posturas como “decrecer el consumo de carne”, “mejorar los sistemas de reciclaje”. Solo terminan siendo propuestas estéticas si no tocan el elemento crucial; la propiedad privada para fomentar la producción con fines de lucro que terminarían siendo ajustes terribles de austeridad para gran parte de la población. Un decrecimiento que no acabe con el capitalismo llevaría a épocas de austeridad para la clase obrera. Equiparar a personas que no pueden comer tres veces al día con billonarios que viajan en aviones privados es imponer la misma sentencia al asesino y la víctima. 

Colaboración con el enemigo

Este diagnóstico lleva a los partidarios del decrecimiento a implementar tácticas que tratan de negociar con la clase dominante para tratar de implementar soluciones dentro de los límites del capitalismo. Podemos ver este enfoque en los comentarios de Irene Vélez. En vez de confrontar a las empresas colombianas y al imperialismo estadounidense que las controla, Vélez declara que tenemos que “pedirle” a las otras naciones que reduzcan su capacidad productiva para así poder luchar contra el cambio climático. 

Irene Velez Torres” (Imagen del Departamento Nacional de Planeación de Colombia, licenciada bajo CC BY 2.0.)

Este es el primer problema con la propuesta de la ministra colombiana: Ningún país en desarrollo (incluyendo a Colombia) tiene manera de lograr que otros países reduzcan su consumo y su producción. Sus condiciones de dependencia  para financiar sus empresas y desarrollar su producción hacen que sean los países desarrollados quienes reparten las cartas. 

En Latinoamérica, hemos visto como el aumento del precio de la gasolina ha creado las condiciones para explosiones sociales en Panamá y Ecuador. La razón detrás de esto es que la gasolina no solo se usa para el transporte personalizado de la clase media. También se usa para el transporte de bienes a través de toda la economía. De la misma forma, el campesinado también depende de la gasolina para poder usar sus tractores y transportar sus productos. De implementarse medidas de decrecimiento bajo un gobierno que no quiere asustar al empresariado, ¿quienes pagarán primero? 

Cambio de sistema, no cambio climatico

La clase obrera está más que dispuesta a hacer su parte para luchar en contra del cambio climático. Las manifestaciones por el clima de septiembre de 2019 en donde se reportaron más de 6 millones de manifestantes a través del mundo y la popularidad de productos “verdes” que contaminan menos son resultados de esto. Incluso en el día de hoy, los representantes de la clase dominante reconocen el cambio climático como un problema real que hay que resolver. Esto está a millas de distancia de las negaciones de hace un par de décadas. Sin embargo, las soluciones que proponen no son soluciones. Son nada más que métodos para enriquecerse a través del deseo sincero de la clase obrera de resolver el problema. No solo esto, pero aquellos que venden productos verdes todavía están vinculados con los grandes contaminantes, como lo demuestran los casos de las “transiciones energéticas” en los países desarrollados donde los las petroleras Shell y British Petroleum son quienes han puesto directrices, o la farsa de los mercados de carbono y los planes de inversión ESG (Environmental, Social, Governance). 

Nuestra respuesta a las propuestas del capitalismo verde es simple: la única forma de controlar el crecimiento es una economía planificada. La percepción popular presenta a Carlos Marx y Federico Engels como hombres que no se preocupaban mucho por el medio ambiente y hay que admitir que el socialismo no es una ideología inherentemente verde. Sin embargo, Marx afirmó que la naturaleza es una de las fuentes de valor en la sociedad, de la misma manera que el obrero y la labor lo son. Si bien no consideramos que la clase obrera es responsable por el cambio climático, si creemos que la clase obrera tiene la responsabilidad de ponerle fin. Pero este fin no debería ser con soluciones que sacrifiquen el sustento de la población como son las ideas de decrecimiento, sino con la expropiación de la clase dominante responsable de la contaminación del planeta para dar lugar a un desarrollo armonioso entre el hombre y la naturaleza. Esto sólo es posible basado sobre la producción planeada de manera consciente y socialista. Como explica Engels: 

“No nos halaguemos por la conquista humana de la naturaleza. Porque cada conquista toma su venganza con la humanidad. Cada una de ellas tiene primero las consecuencias con las que contamos, pero luego tiene efectos imprevistos muy distintos que muchas veces cancelan las consecuencias planeadas. Así, a cada paso, se nos recuerda que no dominamos la naturaleza como un conquistador sobre una gente extranjera o como si estuviéramos a fuera de la naturaleza misma — sino más bien que nosotros, de carne y sangre, pertenecemos a la naturaleza y existimos en medio de la misma y que toda nuestra maestría de la naturaleza nada más consiste en el hecho de que tenemos la ventaja sobre todos los otros seres vivientes de poder reconocer y aplicar sus leyes.”

La tarea de la clase obrera colombiana en esta lucha es muy importante: la preservación de la amazonia, que se encuentra amenazada por los intereses de las grandes empresas que necesitan expandirse a como dé lugar. La única manera de repelerlas es con la expropiación de las mineras y petroleras que necesitan más y más tierra bajo control obrero y luchar por una economía planificada que pueda organizar una transición energética sin preocuparse por los bolsillos de los inversionistas de estas multinacionales. Semejantes acciones le darían inspiración al resto de la clase obrera internacional a lograr lo mismo y unirse a la lucha para salvar la tierra: la lucha por el socialismo. 

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Gabriel Galeano

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