Economía

El salario mínimo se incrementa un poco y la calidad de vida cae en picada

El salario mínimo se incrementa un poco y la calidad de vida cae en picada

“(…) el salario no es más que un nombre especial con que se designa el precio de la fuerza de trabajo, o lo que suele llamarse precio del trabajo, el nombre especial de esa peculiar mercancía que sólo toma cuerpo en la carne y la sangre del hombre.”

CARLOS MARX. TRABAJO ASALARIADO Y CAPITAL, 1849.

Para la mayoría de colombianos sigue siendo un misterio cómo se logra sostener una familia con un salario mínimo. El pasado 29 de diciembre, Iván Duque, presidente de Colombia, anunció que para el 2021 el salario mínimo mensual será de $908.526 (unos USD $260); un incremento que equivale al 3,5% con respecto al del año anterior. Tanto el Gobierno como los medios de comunicación de la burguesía han dicho todas las mentiras imaginables para mostrar este anuncio como algo bueno, incluso, pretendiendo darse aires de generosidad. Han hablado de porcentajes, han dicho que el subsidio de transporte es ingreso para el trabajador, por supuesto han prometido que esto garantizará empleo. Lo cierto es que en un país sin industria y donde el Estado no asume ninguna responsabilidad para con sus gobernados, esa suma es insuficiente para alimentar, vestir, pagar una vivienda digna con servicios públicos, etc., no digamos a una familia, a cualquier trabajador.

Mientras tanto, el salario de los congresistas, que ya es bastante elevado, se incrementó en un 5,12% para quedar en $34’417.000 por mes (unos U$9.920). Seguro que existen senadores y representantes a la Cámara que consagran la mayor parte de su jornada a cumplir con su labor. Empero, la mayoría, como se puede comprobar por sus intervenciones, son una cuerda de cuasianalfabetos más dados a los vicios que al trabajo o al estudio. Dice la revista Dinero que: “En los últimos 30 años, el salario mínimo ha crecido 17,5 veces, pues pasó de $51.716 en 1991 a $908.526 para el próximo año, mientras que el salario de los congresistas en el mismo lapso pasó de $714.665 a $34.417.000, es decir, se multiplicó por 48 veces.” Viven entre placeres y lujos que resultan desconocidos y lejanos para cualquier trabajador a cambio de respaldar los intereses del gran capital.

La justificación que estos millonarios colombianos presentan es igual de deplorable que sus salarios. El ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, que un aumento mensual de $17.556 es razonable ya que “Lo viable es empezar a discutir el incremento basado en la inflación. No creo que la inflación llegue al 2%, pongámosle 1,5% este año. En una situación con este desempleo y con estos costos, la subida debe ser razonable”. Detrás de Carrasquilla hay organizaciones como Corficolombiana (el think tank de Luis Carlos Sarmiento Angulo, dueño del Banco Popular, Banco de Bogotá, AV Villas y Banco de Occidente ) que justifican un incremento tan microscópico al salario mínimo con la pretensión de que  “hay evidencia de que los aumentos excesivos del salario mínimo encarecen el trabajo formal e incrementa la informalidad y el desempleo. El choque en el empleo y los ingresos de los trabajadores hace evidente la urgencia de flexibilizar las condiciones para generar empleo de calidad”. En otras palabras, es necesario que los obreros se mueran de hambre para que los ricos puedan cosechar la fruta de la reapertura económica. 

En estos treinta años —y desde antes— nos han hablado una y mil veces de hacer sacrificios para reactivar el empleo e impulsar la economía. ¿Qué más quieren de un pueblo que ha hecho más penitencia que el mismo San Jerónimo? A cambio, no sólo somos el país pobre de siempre sino que, además, sufrimos la violencia del narcotráfico. Para los ricos es sólo otra fuente de ingresos pero para trabajadores y campesinos significa masacres, desplazamiento, violaciones, explotación infantil, restricción de las libertades, etc. Ahora usan como excusa la situación del COVID-19. Pero es una excusa sin sentido: los trabajadores no recibimos ayuda alguna, el Gobierno no ha hecho nada para reducir los contagios y, a pesar de las promesas, parece que no tendremos vacunas.

La fuerza de trabajo, como cualquier otra mercancía bajo el capitalismo, está sometida a la anarquía de la oferta y la demanda. Esta es, ciertamente, una brecha insalvable. Para noviembre de este año el DANE (Departamento Administrativo Nacional de Estadística) contaba un desempleo del 13,3%. Esta cifra, de por sí bastante elevada, asume como empleado a todo aquel que ha vendido su fuerza de trabajo en algún momento de ese mes, incluso si trabajaron sin remuneración o una inferior a la que define la ley. Por otra parte, el índice de producción industrial en lo que va corrido del año presenta una variación de -10,6%. Incluso si la cifra de desempleo fuera totalmente real, la brecha entre los que buscan un trabajo y quienes están en posibilidad de ofrecerlo es enorme. 

Una brecha de ese tamaño lo único que garantiza es violencia. Hasta ahora, ha sido el método fundamental empleado por las élites colombianas para permanecer en el poder. La burguesía, consciente de esta situación, le ha comprado por dos millones de dólares a la empresa 7M Group (una empresa dedicada a la “consultoría, venta y alquiler de soluciones de movilidad”), cuatro vehículos blindados para reprimir manifestaciones. Además, a mediados de este año estará listo un nuevo comando de la Policía Metropolitana de Bogotá. 

Detrás de este incremento de las migas de pan en el plato de comida de la gente común, hay una intención clara: la protección de los privilegios de la gran burguesía colombiana. Es claro que los millonarios colombianos que dominan el capital tienen como meta final la completa reapertura de la economía y necesitan convencer a la mayoría de la fuerza laboral a sumarse al esfuerzo. La única manera en que pueden intentar cerrarle la puerta a Petro y los sectores que lo respaldan es a través de reformas mínimas y justificarse a través de la recuperación económica del país. 

Sin embargo, es claro que la clase dominante colombiana sabe lo que todos sabemos: que el Covid-19 es una enfermedad para gente pobre. Si eres rico, como Jair Bolsonaro o Donald Trump, la enfermedad no significa una sentencia de muerte, sino un par de días incómodos. Por consiguiente, a ellos nos les importa en lo más mínimo que la mayoría de colombianos que van a recibir este incremento increíblemente moderado estarán arriesgando sus vidas segundo a segundo por el equivalente de $2 Estadounidenses. Ellos simplemente tienen que pasar este periodo tan triste trabajando de manera remota, coordinando todo desde sus torres de marfil mientras que los obreros y campesinos colombianos caen como moscas. 

El Salario mínimo apenas y cubre el mínimo de la Canasta familiar de $800.000 pesos (sin contar con la posibilidad de costos más exorbitantes que pueden hacer que suba a $3.000.000) la idea de que la clase obrera colombiana que está sacrificando todo, desde su salud a sus vidas, para ayudar a este sistema a recuperarse no merezca nada más que un monto que apenas cubra lo mínimo es una vergüenza. Nosotros, desde Colombia Marxista, proponemos que se abran los libros de cuentas a nivel nacional. Es claro que el dinero lo hay para salarios más justos que ayuden a los obreros colombianos a sobrevivir este periodo histórico tan crítico. Los salarios de los congresistas lo justifican. Los ingresos de los millonarios y billonarios colombianos lo justifican. El dinero que se ha prestado a causas como el rescate de Avianca durante la crisis y los influencers que hicieron campaña para Duque lo justifica. 

Pero está claro que las cuentas nunca serán abiertas y que el gobierno nunca será transparente con el uso de su dinero si no se les fuerza la mano. Es por esta razón (y muchas otras) por la que es necesario una organización de obreros y campesinos que reconozca el papel de nuestra clase como el cimiento económico del país. Cuando tengamos eso, podremos usar nuestro poder económico para mirarlos a los ojos y hacer las demandas justas que el momento requiere.

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Maria Espinoza