Política

Marchas en Bogotá: el aprendizaje agridulce del Reformismo

Marchas en Bogotá: el aprendizaje agridulce del Reformismo

El pasado 19 de octubre en la ciudad de Bogotá se presentaron marchas protagonizadas por un grupo de indígenas de la comunidad Emberá que llevan ya más de un año desplazados y hacinados en la ciudad, moviéndose por diferentes sitios, a espera de una solución a su situación. El 23 de Octubre, vimos a integrantes de la Primera Línea liderar una marcha en el Portal Resistencia que reclamaban por el incumplimiento de varias promesas de campaña del presidente Petro, sobre todo aquellas relacionadas con la reforma policial, el desmonte del ESMAD (Escuadrón Móvil Antidisturbios) y la liberación de los más de doscientos presos políticos arrestados durante el estallido social del 2021.  

En ambas movilizaciones hubo enfrentamientos entre las fuerzas especiales de la policía (enviadas por el gobierno nacional y distrital) y los manifestantes. En la marcha de los Emberá, quedó un saldo de “cinco civiles, once funcionarios de la alcaldía y once miembros de la policía heridos, más dos personas detenidas”, según la ONG temblores mientras que en la marcha de la primera línea, se vieron fuertes enfrentamientos entre la policía y los manifestantes que concluyeron con el intento de arresto de varios jóvenes. Estos fueron liberados gracias a la exigencia de los habitantes del barrio que instaron al viceministro del interior Gustavo García a intervenir, y con el ataque al carro del general Sanabria con piedras.

Estos eventos son la expresión viva del conflicto entre la política conciliadora del reformismo en el poder y los verdaderos intereses de las masas trabajadoras y campesinas que les eligieron. Confrontaciones como estas continuarán de manera paulatina en el siguiente periodo en la medida en la que el “gobierno del cambio” se encuentre con los límites del capitalismo y vacile al respecto de a qué clases servir. 

Los emberá en Bogotá

No hay mayor demostración de la distancia entre la retórica y las acciones del reformismo que la manera en la que los pueblos indígenas son tratados en este país. La misma Claudia Lopez que presenta a Bogotá como una “ciudad cuidadora” en sus discursos hoy les dice a los Emberá desplazados que deberían regresar a sus resguardos y culpandolos por ser agredidos por el ESMAD, insinuando que sus protestas son ilegitimas por tener motivaciones políticas.

Estos eventos revelan la imposibilidad del capitalismo colombiano de crear soluciones a los problemas que crea. Después de todo, los Emberá han sido despojados de sus tierras por el conflicto armado, impulsado por el monopolio de la tierra. Esta problemática se ha mantenido por años, con la alcaldía de Bogotá implementando soluciones de corto plazo como subsidios en vez de soluciones permanentes que le puedan garantizar dignidad, trabajo y techo.

Si bien hay una brecha entre Claudia Lopez y el gobierno del Pacto Histórico, es importante notar los límites del gobierno nacional al tratar con esta cuestión. Si bien la alcaldesa de Bogotá toma el lado de la policía de manera férrea, el gobierno nacional prefiere pretender estar interesado en los abusos de la policía pero limitarse a las tácticas usuales de educación en derechos humanos y restructuración que no resuelven la cuestión central: el papel de la policía es el de reprimir cualquier movimiento de la clase obrera que amenace las ganancias de la clase dominante. 

Los titubeos del Pacto Histórico

Esto es especialmente peligroso para un gobierno que se perfila como la expresión de las aspiraciones de la clase obrera, el campesinado y las comunidades oprimidas de ponerle fin a las opresiones históricas que definen a Colombia. Eventualmente las bases que eligieron a este “gobierno popular” no aceptarán estas vacilaciones y se rebelarán en contra del gobierno. La cuestión será en qué dirección se orientarán y sobre qué programa político se basarán. 

Estos titubeos distorsionan las tareas necesarias y le dan la iniciativa a la extrema derecha que critica sin poder ofrecer soluciones efectivas, pero minando paso a paso la base de sus contrarios. Súmese a eso el fuerte aparato de recursos del que es poseedora esta clase para poder atacar cualquier expresión de la izquierda y sus bases y es claro que se acerca un contragolpe organizado en la arena política, con la posibilidad de las elecciones del próximo año socavando la base del gobierno de Petro con la pérdida de gobernaciones, alcaldías, etc.  

Bajo esa atmósfera no es extraño encontrarse con escenarios de desorden y violencia como los del miércoles 19 donde extraños elementos atacaron a policías y funcionarios con sevicia mientras los indígenas reclamaban por mejores condiciones en su refugio actual que lleva más de una mes sin agua y servicios básicos. Las bases necesitan acción y no ven nada de parte del gobierno nacional ni la alcaldía, es natural que tomen el asunto en sus propias manos. 

Resulta entonces todavía más frustrante la reacción de la izquierda ante los ataques de sus contrincantes pues la ultraderecha no ofrece más que desilusiones a sus bases y está cada vez más fracturada. Ninguno de los ataques del Centro Democrático y sus secuaces es realmente efectivo o peligroso en sí mismo, ya que tienen encima el descrédito de haber sido el partido del anterior presidente, además no han cambiado su enfoque o propuesta. 

Sin embargo, la izquierda sigue parada en una posición temerosa, argumentando que el único camino es el de escuchar los berrinches de la oligarquía, haciéndole caso en cosas como la moderación de la reforma tributaria o en no eliminar el ESMAD sino sólo maquillarlo con cambios de nombres, uniformes y formaciones en leyes. Pero afuera la gente sigue sufriendo hambre, violencia, amenazas, atentados, masacres y, como ya vimos con las marchas de la semana pasada, los ataques de parte de la fuerza pública no cesan. En contraste la simpatía de dicha institución con el discurso de personajes como María Fernanda Cabal, Paloma Valencia o el mismo Uribe, se hace patente.  

El partido que necesitamos

La tarea de un partido que de verdad esté comprometido con el cambio sería reconocer que la violencia que ocurrió en Octubre 19 no vino del éter ni de las malas intenciones de ciertas manzanas podridas, sino de condiciones materiales como la falta de una vivienda digna, el desplazamiento y el conflicto armado. Semejante partido reconocería que la cuestión de la opresión de los pueblos originarios de este país es una cuestión de pan, en donde su opresión es perpetuada en nombre de enriquecer a una minoría. Sin embargo, el Pacto Histórico tiene miedo a la impopularidad y actúa de manera cautelosa, lo que irónicamente crea la base de su creciente desaprobación 

La izquierda nacional, en su mayoría, no busca un cambio real sino que sólo quieren poder mantener el sistema sin que este sea tan agresivo con aquellos a quienes oprime. El problema es que eso no es posible bajo una sociedad en crisis como la actual. Es necesario crear una organización que de verdad encarne las aspiraciones de la gente que puso al Pacto Histórico en el poder y aprender las lecciones concretas de eventos como este. 

La única manera de hacer esto es con una organización que logre vincular a las comunidades indígenas con la clase obrera, la única clase que puede poner en jaque a la clase dominante que ignora el sufrimiento de las comunidades indígenas en todo el país para enriquecerse. Una ola de huelgas laborales a través de todo el país estremecerián la tierra y forzarían a la clase dominante a sentarse a negociar con ganas de conceder. Igualmente, semejante movimiento de la clase obrera podría luchar por reformas que permitan mejorar la calidad de vida de las comunidades indígenas abandonadas de todo el país. 

Los compañeros de las primeras líneas han demonstrado amplio heroísmo en este aspecto, luchando para defender a las comunidades oprimidas de la represión policial. Sin embargo, la tarea es ir más allá de las confrontaciones con el estado y elevar estas luchas a un nivel politico que movilice a toda la clase obrera, el campesinado y la juventud. Estrategia, tacticas y un programa socialista, al igual que una organización que defienda estos y los lleve al resto del movimiento obrero son la clave para lograr esto.

Para lograr esto es necesario un programa político que reconozca los derechos de estas comunidades, incluyendo el derecho de autodeterminación, vinculando esta arista con la lucha para ponerle fin al sistema capitalista que perpetúa su explotación. De esta manera, podemos luchar por reformas que puedan mejorar las condiciones de hoy de los oprimidos y orientarnos a un horizonte en el cual su opresión sea eliminada de la faz de la tierra.

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Rosa Espinoza

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