Convencidos de que los trabajadores y la juventud colombiana buscan formarse y educarse, conscientes de que el proletariado exige argumentos coherentes e ideas sólidas para asumir las riendas de la sociedad, proponemos esta primera aproximación a nuestro pasado prehispánico con el fin de promover el diálogo sobre nuestra Historia y poder darle sustento a su transformación consciente. Es una tragedia de nuestra sociedad de clases que se reserve  el conocimiento para unos pocos privilegiados. Es urgente que la clase obrera se arme de las ideas necesarias para aplastar el régimen burgués y construir conscientemente una sociedad en la que «el libre desarrollo de cada uno será la condición del libre desarrollo de todos.»

INTRODUCCIÓN

A la hora de mirar el pasado prehispánico de América, se suele concentrar la atención en las grandes culturas de México, Mesoamérica y Perú. Esto, suponemos, por su alto grado de desarrollo. Empero, desde el cabo Columbia hasta el cabo de Hornos los seres humanos desarrollaron variadas formas de organización social cuya mejor comprensión resulta un soporte básico para entender nuestro presente.

Hoy, luego de cinco siglos de violencia contra los pueblos originarios, después de poco más de un siglo de capitalismo atrasado, y tras cuatro décadas de narcotráfico, es difícil para la mayoría de nosotros imaginar aquellas sociedades. Esta opresión puede hacernos ver aquellos días con cierto romanticismo, al punto que hoy algunos defienden como alternativa un retorno a aquellos días. Tras esa idea subyace, claramente, la necesidad de superar esta sociedad dividida en clases pero para los marxistas esto no se logra devolviendo la rueda de la Historia sino impulsándola hacia adelante con toda la energía posible.

De las diversas sociedades existentes en la Colombia prehispánica, consideramos importante abordar a los muiscas basados en dos razones: la primera, su particular desarrollo social y la segunda, su ubicación geográfica que, desde la invasión española, se convierte en objeto de deseo de diversos intereses económico hasta configurarse en centro del poder político en los últimos tres siglos.

Por supuesto, la principal dificultad es que nos referimos a una cultura ágrafa. Por otra parte, la documentación posterior, procedente de los españoles, no sólo adolece de un punto de vista prejuicioso ; además, es escasa, por lo menos en lo que se refiere al primer medio siglo de invasión. En muchos sentidos, los yacimientos arqueológicos parecen ser una fuente de información más confiable. Sin embargo, buena parte de las investigaciones han preferido concentrarse en las características estéticas de las piezas encontradas. Poco encontramos en los años recientes que indague sobre las relaciones económicas o políticas de esta sociedad pero es suficiente para estos primeros propósitos. 

TERRITORIO Y BASE ECONÓMICA

Sobre el territorio muisca nos dice Suescún:

“(…) salvo las épocas de lluvias, de abril a junio y de octubre a diciembre; en la mayor parte del territorio la temperatura promedio es de 14ºC, pero cada 180 metros de variación de altitud da lugar a un aumento o disminución de un grado de temperatura; sus vientos son moderados y su precipitación media es de 850 mm. por año.
Hacen parte de él, la Sabana de Bogotá y los valles de Ubaté, Chiquinquirá, Tunja, Sora, Samacá, Villa de Leyva, Tundama, Sogamoso y Cerinza, con altitudes comprendidas entre los 2.000 y los 2.700 metros, y los de Fusagasugá, Cáqueza, Fómeque, Pacho, Tenza, Moniquirá y Soatá, entre los 1.500 y los 2.000 metros; a su alrededor, los páramos de Sumapaz, Chingaza, Pisva, la Sierra Nevada del Cocuy, Guantiva, La Rusia, Chontales, con alturas entre los 3.500 y los 5.500 m., forman una inexpugnable muralla natural que lo protege de invasiones externas; y las hoyas hidrográficas del río Chicamocha, que nace en las cercanías de Tunja y se dirige hacia el norte; el Sarativa o Suárez, que nace en la Laguna de Tinjacá y se dirige hacia el noroeste, rumbo al Magdalena; del Bogotá, que atraviesa toda la sabana del mismo nombre y se dirige hacia el sur; y de Lengupá, Garagoa, El Guavio, Upía y Negro, que descienden por la vertiente oriental de la cordillera y van a desembocar al Meta.
Rico en tierras agrícolas y en aguas, en fauna y flora, también lo es en yacimientos de sal, carbón, cobre, hierro y esmeraldas; territorio seguro, sano y bien provisto, fue el medio geográfico favorable para el surgimiento y desarrollo de un pueblo que supo aprovecharlo eficientemente, sin destruirlo ni romper su equilibrio natural, y de una de las altas culturas americanas. Desde entonces fue, y sigue siendo todavía, el centro geográfico e histórico de la nación colombiana. Sus límites generales, eran los siguientes: partiendo de Tibacuy, en el sur, en dirección sureste-este, pasando por debajo de Pasca y Fosca hasta unos 12 Km. al oriente de Quetame, cordillera de Bladío; de allí hacia el norte, por el páramo de Chingaza y luego al nordeste por los farallones de Medina, Somondoco, río Lengupá, páramos de San Ignacio, Pisva, hasta Socotá, a encontrar el río Chicamocha, aguas abajo, hasta la confluencia del río Nevado, pasando por debajo de Soatá, Tipacoque y Covarachía; vira hacia el suroeste hasta Onzaga y luego desciende hacia el sur por los páramos de Cuantiva y Chontales; en Sotaquirá vira hacia el noroeste hasta Chipatá y la Loma de Buena Vista; de allí baja hacia el sur por la Peña de Saboya, Chiquinquirá, Pacho, El Colegio y la cordillera de Subia hasta Tibacuy, (…)”

(Armando Suescún Monroy. La economía chibcha. Bogotá: Ediciones Tercer Mundo, 1987.)

La Sabana de Bogotá fue un gran lago que se drenó hace más de treinta mil años. (Gerardo Reichel-Dolmatoff. “Colombia indígena”. En Nueva Historia de Colombia. Vol. 1. Bogotá D.E.: Planeta, 1989. p. 39.) Sabemos con certeza que este territorio ya estaba habitado hace doce mil años. De acuerdo con Suescún, los primeros pobladores habrían llegado en dos grandes corrientes migratorias: primero, por el norte, después de atravesar América Central y recorrer el río Magdalena; luego, por los Llanos Orientales, tras una larga estancia en las selvas del Amazonas.

Fuente: François Correa Rubio. El Sol del poder: simbología y política entre los muiscas del norte de los Andes. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2004. p. 21.

Estos primeros habitantes habrían sido cazadores y recolectores que, según lo descubierto en un yacimiento cerca al Salto del Tequendama, empleaban “(…) raspadores hechos de lascas talladas a percusión, así como de numerosos golpeadores poco diferenciados.” (Reichel-Dolmatoff, Ibíd., p. 33.) Yacimientos como El Abra, cerca de Zipaquirá, indican que esta herramientas podían usarse para despresar los animales. “(…) venados, pequeños roedores y armadillos, cuya composición fluctuaba con los cambios climáticos.” (Ibíd.) Migraciones posteriores, a partir del tercer milenio antes de nuestra era, traerían del valle del Bajo Magdalena el conocimiento de la cerámica y la agricultura. Sería el comienzo de su “revolución neolítica” y el inicio del período histórico conocido como Herrera (800 a.n.e – 700).

(Suescún. Ibíd.)

A la llegada de los españoles este territorio amplio y diverso, difícilmente alcanzaba el millón de habitantes. La mayor parte de esta población residía en aldeas nucleadas. Llama la atención que los pobladores de estas aldeas mantenían una distancia entre sus viviendas mayor a la que era propia de las culturas vecinas. “Se encontraban ‘a legua y a menos unos de otros’, (…)” (Sylvia M. Broadbent. Los chibchas: Organización socio-política.Bogotá: U. Nal. de Colombia. 1964, p. 19.)  Sin embargo, llegaron a tener algunas concentraciones urbanas: Bacatá (Bogotá), Suamox (Sogamoso) y Hunza (Funza), por ejemplo. Dice Piedrahita ([1668] 1942:1:47) que Bogotá “contenía 20.000 casas o familias” pero Broadbent considera esta cifra exagerada. (Broadbent., p. 20.) Esas aldeas, tendrían a su vez subdivisiones que los españoles llamarían “partes”. “Bogotá tenía al menos trece partes, y Suesca once.” (Ibíd., p. 28.) “Es posible que algunas ‘veredas’ de hoy en día tengan su origen en los terrenos de partes antiguas: dos de las partes de Guatavita, Tominé y Chaleche, tenían nombres iguales a los de dos veredas del municipio moderno. Estas veredas quedan a distancias de alrededor de cinco kilómetros del pueblo actual, (…)” (Ibíd., p. 34.)

En los campos había viviendas dispersas habitadas por algunos clanes, a las cuales se desplazaban los habitantes de las aldeas nucleadas para trabajar en unos determinados cultivos. Existían también viviendas provisionales para actividades de caza y pesca. Así, lo primero que podemos entender es que el conocimiento del territorio y la posibilidad de moverse por él, permitió a los muiscas aprovechar la diversidad de recursos que proporcionaba el acceso relativamente ágil a diversos pisos térmicos. Para que se tenga una idea a partir de referentes actuales, entre Bogotá, con una altitud promedio de 2.600 m.s.n.m. y Fusagasugá, con 1.765 m. s. n. m., hay en línea recta, apenas unos 45 km. El trayecto real sería, naturalmente más largo, teniendo en cuenta la orografía del país pero, en todo caso, muestra una significativa diversidad de climas en un recorrido relativamente breve.

Este aprovechamiento de la diversidad del territorio, incluyendo pisos térmicos con temperaturas bajas, explicaría que buena parte de la vida económica de estas comunidades se dedicase a la fabricación de mantas.

“Pero los chibchas no solo produjeron mantas sino que tuvieron diversas actividades productivas que fueron muy importantes en la política de intercambios. Por ejemplo, mediante el mercado de la sal pudieron obtener diversos bienes y objetos provenientes de centenares de kilómetros de distancias.”
“(…) los chibchas fueron también famosos orfebres. Hubo comunidades especialistas en este arte (Guatavita y Ubaque) como las hubo especializadas en alfarería (Tocancipá, Gachancipá, Cogua y Guasca), en la explotación de la sal (Zipaquirá, Nemocón y Tausa) y comunidades que hicieron de la agricultura la base de su economía.”

(Hermes Tovar Pinzón. La formación social chibcha. Bogotá: Ediciones CIEC, 1980. 2ª ed., pp. 18-19.)

La distribución de los recursos que generaba esta economía se basaba en un sistema de tributos que sustentaba las relaciones de dominación. Si bien, sería muy apresurado referirse a un escenario de lucha de clases, sí es evidente que, por lo menos, para los días de la invasión española, se estaban creando las condiciones para las primeras escisiones de esta sociedad entre opresores y oprimidos. Muy seguramente, era el anuncio de un “modelo asiático”, pero los acontecimientos se desarrollaron de otro modo.

Las características de ese sistema tributario eran las siguientes:

(…) tradicionalmente se conoce como tributo en servicios y tributo en especies. Estas fueron las dos formas que predominaron entre las organizaciones comunitarias. Por lo que conocemos hasta ahora, parece que para el tributo en especies, no existía un monto fijo, ni obligatoriedad en un producto específico. Se entregaban artículos de consumo como maíz, hayo, fríjol, batatas, carnes de aves y venados. A estos se unían los tributos de productos semi-elaborados o elaborados de carácter artesanal como los hilos, las mantas y las coladoras. Esto no excluía, de hecho, el poder entregar la materia prima como era el algodón. También se entregaban metales y piedras preciosas como el oro y las esmeraldas. Tal diversidad de productos hablan de la trascendencia que tenía la división comunitaria del trabajo y el desarrollo de mercados que hacían viable los intercambios entre diferentes regiones y comunidades. Al lado de esta forma de tributo, subsistió el tributo en servicios, o sea tiempo de trabajo, personal o colectivo a que estaban obligados los indios del común (moxcas).

(Tovar. Ibíd., p. 13.) 

a.1: Los tributos en especies: “Comúnmente lo que más se entregaba era el oro y las mantas.” (Ibíd.) “Es importante notar que aunque era obligatorio tributar, no era forzoso hacerlo en la especie que la comunidad explotaba, sino que más bien dependía de la capacidad de acceso a los productos por parte del indígena.” (Ibíd., p. 14.)
a.2: El tributo en servicios: “(…) algunas de las formas que asumía el llamado tributo en servicios:
i) El tributo general, que la comunidad pagaba cada año asistiendo a su cacique en el trabajo de sus labranzas y cercados.
ii) El tributo de fiestas, que era la obligación de acudir a realizar ciertos trabajos que el cacique asignaba en períodos de fiestas o posiblemente cuando se realizaban actos religiosos.” (Ibíd. p. 15.)
iii) Tributo de cosechas: “‘Cuando mazorcaba el maíz le daban otro tributo’, dice un indígena. En realidad, este tributo de la época de las cosechas, parece referirse a la asistencia que daban los indios a sus caciques recogiendo maíz.” Íbid.
iv) El tributo de Correrías. “Además, de todas las formas anteriores los indios estaban obligados a dar un tributo cuando los caciques salían a recorrer las tierras (…)” Íbid.
v) El tributo en servicio militar: “Era básicamente la obligación que tenían de servir en las guerras a sus caciques. Por ejemplo, los indios de Panqueba que reconocían al cacique del Cocuy iban con él a las guerras: ‘contra los indios que no le obedecían’ además de hacerle labranzas y tributar venados y pajaritos.
Como puede desprenderse de los puntos anteriores, el tributo no era la simple entrega de una cantidad de bienes de uso, sino que implicaba casi la disponibilidad del individuo por parte del Estado.” (Ibíd., pp. 15-16.)

El caso de los muiscas evidencia la necesidad de una base económica para avanzar en cualquier tipo de construcción social o política. Así, contamos con un complejo sistema tributario y la economía está basada en la agricultura. Sin embargo, mantienen actividades de caza, pesca y recolección precisamente porque el territorio lo permite. Quizá estas bondades del territorio hacen innecesarias entonces la construcción de grandes obras públicas y, más bien, podemos pensar que el acuerdo y la negociación que predominó para su aprovechamiento llega a convertirse en foco de conflicto cuando se crean los primeros excedentes. Bacatá o Suamox no parece que fuesen aún auténticas sociedades urbanas pero tenían las condiciones para serlo en un futuro próximo. Pero además, este sistema tributario no había llegado aún a basarse totalmente en la explotación. A pesar de las primeras guerras, todavía no se había agotado del todo el aprovechamiento del territorio entre acuerdos de comunidades. Un gobierno despótico o una burocracia gigantesca aún no parecían necesarios. Sin embargo, todo esto y mucho más llegaría de golpe y, probablemente, quizá trajo más retrocesos que avances.

Desde el marxismo entendemos que las condiciones económicas determinan el desarrollo de una sociedad pero esto no ocurre de un modo mecánico sino a través de procesos complejos y dinámicos. En nuestra siguiente entrega veremos cómo sobre la base arriba descrita se desarrolló un orden social, se construyó un poder político y, por supuesto, nos tendremos que referir a su cultura e ideas religiosas. Mientras, en nuestro correo electrónico estaremos atentos a sus preguntas y comentarios sobre este tema.

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Jonathan Fortich

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