Los marxistas no ven la historia como una mera serie de hechos aislados, sino más bien, tratan de descubrir los procesos y leyes generales que rigen la naturaleza y la sociedad. La primera condición que establece la ciencia en general es que somos capaces de mirar más allá de lo particular y llegar a lo general. La idea de que la historia humana no se rige por ninguna ley es totalmente ajena a la ciencia.
¿Qué es la historia?
¿Por qué debemos aceptar que todo el universo, desde las partículas más diminutas a las galaxias más distantes puede ser determinado, y que los procesos que condicionan la evolución de todas las especies se rijan por leyes, y sin embargo, por alguna extraña razón, nuestra propia historia no? El método marxista analiza los resortes ocultos que sustentan el desarrollo de la sociedad humana, desde las sociedades tribales más tempranas hasta la época moderna. La forma en que el marxismo rastrea este sinuoso camino se llama la concepción materialista de la historia.
Los que niegan la existencia de leyes que rigen el desarrollo social humano estudian invariablemente la historia desde un punto de vista subjetivo y moralista. Pero más allá de los hechos aislados, es necesario discernir las tendencias generales, las transiciones de un sistema social a otro, y elaborar las fuerzas motrices fundamentales que determinan estas transiciones.
Antes de Marx y Engels la mayoría de la gente contemplaba la historia como una serie de acontecimientos inconexos o, para usar un término filosófico, “accidentes”. No había explicación general de esto, la historia no tenía leyes internas. Al establecer el fundamento de que, en el fondo, todo el desarrollo humano depende del desarrollo de las fuerzas productivas, Marx y Engels situaron por primera vez el estudio de la historia sobre una base científica.
Este método científico nos permite entender la historia, no como una serie de incidentes inconexos e imprevistos, sino más bien como parte de un proceso claramente comprensible y relacionado entre sí. Se trata de una serie de acciones y reacciones que abarcan la política, la economía y todo el espectro del desarrollo social. Poner al descubierto la compleja relación dialéctica entre todos estos fenómenos es la tarea del materialismo histórico. La humanidad cambia constantemente la naturaleza a través del trabajo y, al hacerlo, cambia asimismo a la misma humanidad.
Una caricatura del marxismo
La Ciencia bajo el capitalismo tiende a ser cada vez menos y menos científica, cuanto más se aproxima al análisis de la sociedad. Las llamadas Ciencias Sociales (sociología, economía, política), y también la filosofía burguesa, en general, no aplican métodos genuinamente científicos en absoluto, y por lo tanto acaban intentando de una forma mal disimulada justificar el capitalismo, o al menos desacreditar al marxismo (lo que se reduce a lo mismo).
A pesar de las pretensiones “científicas” de los historiadores burgueses, la forma de interpretar la historia refleja inevitablemente un punto de vista de clase. Es un hecho que la historia de las guerras –incluyendo la lucha de clases– está escrita por los ganadores. En otras palabras, la selección e interpretación de estos acontecimientos están moldeadas por el resultado real de los conflictos, lo que afecta tanto a los historiadores como a la percepción de lo que el lector querrá leer. Por otra parte, al final, estas percepciones siempre estarán influidas por los intereses de una clase o grupo en la sociedad.
Cuando los marxistas analizan la sociedad no pretenden ser neutrales, sino que defienden abiertamente la causa de las clases explotadas y oprimidas. Sin embargo, eso no excluye en absoluto la objetividad científica. Un cirujano que realiza una delicada operación también se ha comprometido con salvar la vida de su paciente. Él está lejos de ser neutral sobre el resultado. Pero por esa misma razón, el diferenciará con sumo cuidado las diferentes capas del organismo. De la misma manera, los marxistas se esforzarán por obtener el análisis científicamente más exacto de los procesos sociales, con el fin de ser capaz de influir con éxito en el resultado.
Muy a menudo se intenta desacreditar al marxismo recurriendo a una caricatura de su método de análisis histórico. No hay nada más fácil que levantar un espantapájaros, para derribarlo de nuevo. La distorsión habitual es que Marx y Engels “reducen todo a la economía”. Esta caricatura mecánica no tiene nada que ver con el marxismo. Si ese fuera realmente el caso, estaríamos exentos de la penosa necesidad de luchar por cambiar la sociedad. El capitalismo se derrumbaría y la nueva sociedad surgiría por su propia voluntad, como una manzana madura cae en el regazo de un hombre durmiendo bajo un árbol. Pero el materialismo histórico no tiene nada en común con el fatalismo.
Esta absurda conclusión fue contestada en el siguiente extracto de la carta de Engels a Bloch:
“Según la concepción materialista de la historia, el elemento determinante final de la historia es la producción y reproducción de la vida. Solo esto es lo que hemos afirmado Marx y yo. Por lo tanto, si alguien tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta y sin sentido”. (Engels a Bloch 21 de septiembre de 1890, Correspondencia seleccionada, p. 475)
En La Sagrada Familia, escrita antes que El Manifiesto Comunista, Marx y Engels muestran su desprecio por la idea de la “Historia” concebida como hombres y mujeres individuales, explicando que esto no era más que una abstracción vacía:
“La historia no hace nada, ‘no posee inmensas riquezas’, ‘no libra batallas’. Es el hombre, real, el hombre vivo que hace todo eso, quien posee y lucha; La ‘historia’ no es, por así decirlo, una persona aparte, utilizando al hombre como un medio para alcanzar sus propios objetivos; la historia no es más que la actividad del hombre persiguiendo sus objetivos”.(Marx y Engels, La Sagrada Familia, capítulo VI)
Todo lo que el marxismo hace es explicar el papel del individuo como parte de una sociedad determinada, sujeta a ciertas leyes objetivas y, en definitiva, como representante de los intereses de una clase particular. Las ideas no tienen existencia independiente, ni su propio desarrollo histórico. “La vida no está determinada por la conciencia”, escribe Marx en La Ideología Alemana “sino la conciencia por la vida.”
¿Libre albedrío?
Las ideas y las acciones de las personas están condicionadas por las relaciones sociales, cuyo desarrollo no depende de la voluntad subjetiva de los hombres y mujeres, sino que tienen lugar de acuerdo a leyes definidas. Estas relaciones sociales, en última instancia, reflejan las necesidades del desarrollo de las fuerzas productivas. Las interrelaciones entre estos factores constituyen una red compleja que a menudo es difícil de ver. El estudio de estas relaciones es la base de la teoría marxista de la historia.
Pero si los hombres y las mujeres no son las marionetas de “fuerzas históricas ciegas”, tampoco son del todo agentes libres, capaces de forjar su propio destino con independencia de las condiciones existentes impuestas por el nivel de desarrollo económico, la ciencia y la técnica, que, en el última instancia, determinan si un sistema socio-económico es viable o no. En El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, Marx explica:
“Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su antojo, no lo hacen en circunstancias auto-seleccionados, sino en circunstancias ya existentes, dadas y transmitidas desde el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una enorme losa el cerebro de los vivos […] “.
Más tarde Engels expresó la misma idea de una manera diferente:
“Los hombres hacen su propia historia, cualquiera que sea su resultado, puede ser que cada persona siga su propio fin conscientemente deseado, y es precisamente la resultante de estas muchas voluntades que operan en diferentes direcciones, y de sus múltiples efectos sobre el mundo exterior, lo que constituye la historia”. (Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana).
Lo que el marxismo hace valer, y es una propuesta que seguramente nadie puede negar, es que, en última instancia, la viabilidad de un sistema socio-económico dado estará determinada por su capacidad para desarrollar los medios de producción, es decir, la base material sobre la que se construyen la sociedad, la cultura y la civilización.
La idea de que el desarrollo de las fuerzas productivas es la base sobre la que depende todo el desarrollo social, es realmente una verdad tan evidente que es verdaderamente sorprendente que algunas personas todavía lo cuestionen. No requiere mucha inteligencia entender que antes de que los hombres y las mujeres puedan desarrollar el arte, la ciencia, la religión o la filosofía, primero deben tener alimento para comer, ropa para vestir y casas para vivir. Todas estas cosas deben ser producidas por alguien, de alguna manera. Y es igualmente obvio que la viabilidad de cualquier sistema socioeconómico determinado estará determinada, en última instancia, por su capacidad para producir esto.
En la Crítica de la Economía Política, Marx explica la relación entre las fuerzas productivas y la “superestructura” de la siguiente manera:
“En la producción social que realizan, los hombres entran en determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad; estas relaciones de producción corresponden a una determinada fase del desarrollo de las fuerzas materiales de producción… El modo de producción de la vida material determina el carácter general de los procesos sociales, políticos y espirituales de la vida. No es la conciencia de los hombres la que determina su existencia, sino, por el contrario, su existencia social es la que determina su conciencia”.
Como Marx y Engels se esforzaron en señalar, los participantes en la historia no pueden ser siempre conscientes de los motivos que están moviéndolos, tratan de racionalizarlos de una manera u otra, pero existen esos motivos y tienen una base en el mundo real.
De esto podemos concluir que el flujo y la dirección de la historia han sido condicionados –y lo siguen estando– por las luchas de las sucesivas clases sociales por moldear la sociedad a sus propios intereses, y asimismo por los conflictos resultantes entre las clases que se derivan de ello. Como las primeras palabras del Manifiesto Comunista nos recuerdan: “La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases”. El materialismo histórico explica que la fuerza motriz del desarrollo social es la lucha de clases.
Marx y Darwin
Nuestra especie es el producto de un largo período de evolución. Por supuesto, la evolución no es una especie de gran diseño, cuyo objetivo era crear seres como nosotros. No es una cuestión de aceptar algún tipo de plan preconcebido, ya sea en relación con la intervención divina o con algún tipo de teología, pero está claro que las leyes de la evolución inherentes a la naturaleza determinan, de hecho, el desarrollo de las formas de vida; desde las formas más simples a las más complejas.
Las primeras formas de vida ya contienen dentro de ellas el embrión de todos los desarrollos futuros. Es posible explicar el desarrollo de los ojos, las piernas, y otros órganos, sin recurrir a ningún plan preestablecido. En cierta etapa se producen el desarrollo del sistema nervioso central y del cerebro. Por último, con el Homo sapiens, llega la conciencia humana. La materia se hace consciente de sí misma. No ha habido ninguna revolución más importante que el desarrollo de la materia orgánica (vida) a partir de la materia inorgánica.
Charles Darwin explicó que las especies no son inmutables, y que poseen un pasado, un presente y un futuro, cambiando y evolucionando. De la misma manera, Marx y Engels explican que un sistema social dado no es algo eternamente fijo. La evolución muestra cómo las diferentes formas de vida han dominado el planeta durante períodos muy largos, pero se extinguieron tan pronto como cambiaron las condiciones materiales que determinaron su éxito evolutivo. Estas especies previamente dominantes fueron sustituidas por otras especies que eran aparentemente insignificantes, e incluso especies que parecían no tener ninguna posibilidad de supervivencia.
Hoy en día la idea de la “evolución” ha sido generalmente aceptada, al menos por las personas medianamente educadas. Las ideas de Darwin, tan revolucionarias en su día, se aceptan hoy casi como algo obvio; sin embargo, la evolución general se entiende como un proceso lento y gradual, sin interrupciones ni levantamientos violentos. En política, este tipo de argumento se utiliza con frecuencia como justificación del reformismo. Por desgracia, se basa en un malentendido. El verdadero mecanismo de la evolución aún hoy sigue siendo un libro cerrado con siete sellos.
Esto no es sorprendente, ya que el mismo Darwin no lo comprendía. Fue sólo recientemente, en la década de 1970, con los nuevos descubrimientos en la paleontología hechos por Stephen J. Gould, quien descubrió la teoría del equilibrio puntuado, cuando se demostró que la evolución no es un proceso gradual. Hay largos periodos en los que no se observan grandes cambios, pero en un momento dado la línea de la evolución se rompe por una explosión, una verdadera revolución biológica caracterizada por la extinción masiva de algunas especies y el rápido ascenso de otras.
Vemos procesos análogos en el auge y caída de los diferentes sistemas socioeconómicos. La analogía entre la sociedad y la naturaleza es, por supuesto, sólo aproximada. Pero, incluso, el examen más superficial de la historia demuestra que la interpretación gradualista es infundada. La sociedad, como la naturaleza, conoce largos periodos de cambio lento y gradual, pero también en este caso la línea se interrumpe por desarrollos explosivos –guerras y revoluciones– en los que el proceso de cambio se acelera enormemente. De hecho, estos acontecimientos actúan como la fuerza motriz principal del desarrollo histórico. Y la causa de la revolución es el hecho de que un sistema socioeconómico determinado ha llegado a sus límites y es incapaz de desarrollar las fuerzas productivas como antes.
La historia con frecuencia nos proporciona ejemplos de Estados aparentemente poderosos que se derrumbaron en un espacio muy corto de tiempo. Y también nos muestra cómo opiniones políticas, religiosas y filosóficas condenadas casi unánimemente, se transformaron en los puntos de vista aceptados del nuevo poder revolucionario que surgió para ocupar el lugar del viejo orden. Por tanto, el hecho de que las ideas del marxismo sean el punto de vista de una pequeña minoría en esta sociedad no es motivo de preocupación. Cada gran idea en la historia siempre ha surgido como una herejía, y esto se aplica tanto al marxismo hoy, como al cristianismo hace 2.000 años.
Las “adaptaciones evolutivas” que originalmente permitieron a la esclavitud reemplazar a la barbarie, y al feudalismo reemplazar a la esclavitud, al final se convirtieron en su contrario. Y ahora, las mismas características que permitieron al capitalismo desplazar al feudalismo y emerger como el sistema socio-económico dominante, se han convertido en las causas de su decadencia. El capitalismo está mostrando todos los síntomas que asociamos a un sistema socio-económico en un estado de declive terminal. En muchos aspectos, se asemeja a la época de decadencia del Imperio Romano, como se describe en los escritos de Edward Gibbon. En el período que ahora se muestra ante nosotros, el sistema capitalista se dirige a la extinción.
El socialismo, utópico y científico
Aplicando el método del materialismo dialéctico a la historia, es obvio que la historia humana tiene sus propias leyes, y que, en consecuencia, es posible entenderla como un proceso. El ascenso y la caída de las diferentes formaciones socio-económicas se pueden explicar científicamente en términos de su capacidad o incapacidad para desarrollar los medios de producción, y con ello para impulsar los horizontes de la cultura humana, y aumentar el dominio de la humanidad sobre la naturaleza.
¿Pero cuáles son las leyes que rigen el cambio histórico? Así como la evolución de la vida tiene leyes inherentes que se pueden explicar, y que han sido explicadas, primero por Darwin y en tiempos más recientes por los rápidos avances en el estudio de la genética, asimismo la evolución de la sociedad humana tiene sus propias leyes inherentes que han sido explicadas por Marx y Engels. En La ideología alemana, que fue escrita antes del Manifiesto Comunista, Marx escribió:
“La primera premisa de toda la historia humana es, por supuesto, la existencia vital de individuos humanos. Así, el primer hecho que se establece es la organización física de estos individuos y su consecuente relación con el resto de la naturaleza. (…) Los hombres pueden distinguirse de los animales por la conciencia, por la religión o cualquier otra cosa que nos parezca. Ellos mismos empiezan a distinguirse de los animales tan pronto como empiezan a producir sus medios de subsistencia, un paso que está condicionado por su organización física. Al producir sus medios de subsistencia, los hombres están produciendo indirectamente su vida material real”.
En Del socialismo utópico al socialismo científico, escrito mucho después, Engels nos proporciona una expresión más desarrollada de estas ideas. Aquí tenemos una exposición brillante y concisa de los principios básicos del materialismo histórico:
“La concepción materialista de la historia comienza a partir de la concepción de que la producción de los medios de subsistencia de la vida humana, junto con el intercambio de las cosas producidas, es la base de toda la estructura social en todas las sociedades que han aparecido en la historia. La manera en que se distribuye la riqueza y se divide la sociedad en clases u órdenes, depende de lo que se produce, cómo se produce y cómo se intercambian los productos. Desde este punto de vista, las causas finales de todos los cambios sociales y de las revoluciones políticas, tienen que buscarse no en los cerebros de los hombres ni en un mejor conocimiento de los hombres de la verdad y la justicia eternas, sino en los cambios en los modos de producción y de intercambio.”
A diferencia de las ideas socialistas utópicas de Robert Owen, Saint-Simon y Fourier, el marxismo se basa en una visión científica del socialismo. El marxismo explica que la clave para el desarrollo de toda sociedad es el desarrollo de las fuerzas productivas: la fuerza de trabajo, la industria, la agricultura, la técnica y la ciencia. Cada nuevo sistema social –la esclavitud, el feudalismo y el capitalismo– ha servido para impulsar la sociedad humana hacia adelante a través del desarrollo de las fuerzas productivas.
La premisa básica del materialismo histórico es que la fuente última del desarrollo humano es el desarrollo de las fuerzas productivas. Esta es la conclusión más importante porque solo esto nos puede permitir llegar a una concepción científica de la historia. El marxismo sostiene que el desarrollo de la sociedad humana durante millones de años representa el progreso, en el sentido de que aumenta el control de la humanidad sobre la naturaleza, y por lo tanto crea las condiciones materiales para el logro de una verdadera libertad para los hombres y las mujeres. Sin embargo, esto nunca se ha producido en línea recta, como imaginaron erróneamente los Victorianos (quienes tenían una visión vulgar y no dialéctica de la evolución). La historia tiene una línea descendente, así como una ascendente.
Una vez que uno niega un punto de vista materialista, sólo queda el papel de los individuos –”grandes hombres” (o mujeres) como única fuerza motriz de los acontecimientos históricos. En otras palabras, nos quedamos con una visión idealista y subjetivista del proceso histórico. Este fue el punto de vista de los socialistas utópicos, quienes a pesar de sus brillantes ideas y de la crítica penetrante del orden social existente, no pudieron comprender las leyes fundamentales del desarrollo histórico. Para ellos, el socialismo era una “buena idea”, algo que podría, por tanto, haberse pensado hace mil años, o mañana por la mañana. Si se hubiera inventado hace mil años, ¡la humanidad se habría ahorrado un montón de problemas!
Es imposible entender la historia basándose en las interpretaciones subjetivas de sus protagonistas. Citemos un ejemplo. Los primeros cristianos, que esperaban el fin del mundo y la segunda venida de Cristo a cada hora, no creían en la propiedad privada. En sus comunidades practicaban una especie de comunismo (aunque su comunismo era del tipo utópico, basado en el consumo, no en la producción). Sus primeros experimentos en el comunismo no llevaron a ninguna parte, y no podían conducir a ninguna parte, porque el desarrollo de las fuerzas productivas de la época no permitía el desarrollo del comunismo real.
En el momento de la Revolución Inglesa, Oliver Cromwell creía fervientemente que estaba luchando por el derecho de cada individuo a orar a Dios de acuerdo a su conciencia. Pero la marcha de la historia ha demostrado que la revolución de Cromwell fue la etapa decisiva en el ascenso irresistible de la burguesía inglesa al poder. La etapa concreta del desarrollo de las fuerzas productivas en el siglo XVII Inglaterra no permitía ningún otro resultado.
Los dirigentes de la Gran Revolución Francesa de 1789/93 lucharon bajo la bandera de la “Libertad, Igualdad y Fraternidad”. Ellos creían que estaban luchando por un régimen basado en las leyes eternas de la justicia y de la razón. Sin embargo, independientemente de sus intenciones e ideas, los jacobinos estaban preparando el camino para la dominación de la burguesía en Francia. Una vez más, desde un punto de vista científico, ningún otro resultado era posible en ese punto del desarrollo social.
Toda la historia humana consiste fundamentalmente en la lucha de la humanidad por elevarse por encima del estado animal. Esta larga lucha comenzó hace siete millones de años, cuando nuestros remotos ancestros humanoides adoptaron primero la posición erguida, y posteriormente fueron capaces de liberar sus manos para el trabajo manual. Desde entonces, las sucesivas fases de desarrollo social han surgido sobre la base de los cambios en el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo –es decir, de nuestro poder sobre la naturaleza.
Etapas del desarrollo histórico
La sociedad humana ha pasado a través de una serie de etapas que son claramente discernibles. Cada etapa se basa en un modo definido de producción, que a su vez se expresa en un sistema de relaciones de clase. Estas se manifiestan asimismo en una perspectiva social, psicología, moral, leyes y religión definidas.
La relación entre la base económica de la sociedad y la superestructura (la ideología, la moral, las leyes, el arte, la religión, la filosofía, etc.) no es simple y directa, sino muy compleja y hasta contradictoria. Los hilos invisibles que conectan las fuerzas productivas y las relaciones de clase se reflejan en las mentes de los hombres y mujeres de una manera confusa y distorsionada. Y las ideas que tienen su origen en el pasado primigenio pueden persistir en la psique colectiva durante mucho tiempo, persistiendo obstinadamente mucho después de que la base real de la que surgieron haya desaparecido. La religión es un claro ejemplo de esto. Se trata de una interrelación dialéctica. Esto fue claramente explicado por el propio Marx:
“Respecto a las esferas de la ideología que se elevan por encima del aire, la religión, la filosofía, etc., todas tienen una existencia prehistórica, pudiendo encontrarse vestigios de su existencia en todo período histórico, y hoy los llamaríamos bobadas. Estas concepciones equivocadas de la naturaleza, del ser humano, de los espíritus, fuerzas mágicas, etc., continúan existiendo en gran parte debido a una base económica negativa; pero este escaso desarrollo económico del período prehistórico, en parte estaba condicionado e incluso provocado por concepciones de la naturaleza equivocadas .Y a pesar de que se hace cada vez evidente el hecho de que la necesidad económica era la principal fuerza impulsora del conocimiento progresivo de la naturaleza, seguramente sería pedante tratar de encontrar las causas económicas para todas estas tonterías primitivas.
“La historia de la ciencia es la historia del gradual intento de superar estos disparates o su sustitución por algo nuevo y menos absurdo. Las personas que se ocupan de esta tarea, pertenecen a su vez a esferas especiales de la división del trabajo y parecen trabajar en un terreno independiente. Y en la medida en que forman un grupo independiente dentro de la división social del trabajo, en la medida que realizan sus trabajos, incluyendo sus errores, reaccionan influidos por todo el desarrollo de la sociedad, incluyendo el desarrollo económico. Aunque, al mismo tiempo, están bajo la influencia dominante del desarrollo económico”. (Marx y Engels. Correspondencia escogida. Pp. 482-3).
Y de nuevo:
“Pero la filosofía de cada época, puesto que es una esfera definida en la división del trabajo, presupone la existencia de determinado material intelectual heredado de sus predecesores, que es su punto de partida. Es por ello que los países económicamente atrasados todavía pueden tocar el primer violín en filosofía.” (Ibid., P. 483).
La ideología, la tradición, la moral, la religión, etc., juegan un papel importante en la formación de las creencias de las personas. El marxismo no niega este hecho evidente. Contrariamente a lo que los idealistas creen, la conciencia humana en general es muy conservadora. A la mayoría de las personas no les gusta el cambio, especialmente cuando es repentino y brusco. Se aferran a las cosas que conocen y se han acostumbrado: las ideas, las religiones, las instituciones, la moral, los dirigentes y los partidos del pasado. Rutina, hábitos y costumbres son como una enorme losa de plomo sobre los hombros de la humanidad. Por todas estas razones la conciencia va a la zaga de los acontecimientos.
Sin embargo, en ciertos períodos grandes acontecimientos obligan a hombres y mujeres a cuestionarse sus viejas creencias y suposiciones. Se sacuden la vieja indiferencia abúlica y apática y se ven forzados a enfrentarse a la realidad. En tales períodos la conciencia puede cambiar muy rápidamente. Eso es lo que es una revolución. Y la línea de desarrollo social, que puede permanecer bastante constante e ininterrumpida durante largos períodos, se ve interrumpida por revoluciones que son el motor de la fuerza del necesario progreso humano.
La sociedad humana temprana
Si nos fijamos en todo el proceso de la historia y la prehistoria humanas, lo primero que nos llama la atención es la extraordinaria lentitud con la que evoluciona nuestra especie. El proceso gradual de diferenciación de las criaturas humanas o humanoides de su condición animal y hacia una condición genuinamente humana tuvo lugar durante millones de años. El primer salto decisivo fue la separación de los primeros humanoides de sus antepasados simios.
El proceso evolutivo es, por supuesto, ciego –es decir, que no implica un objetivo o meta específica. Sin embargo, nuestros antepasados homínidos encontraron un nicho en un ambiente particular que los impulsó hacia adelante; primero, al adquirir la posición erguida; a continuación, mediante el uso de sus manos para manipular herramientas y, finalmente, mediante la producción de éstas.
Hace diez millones de años los simios constituían la especie dominante en el planeta. Existían en una gran variedad –habitantes en los árboles, habitantes en la sabana, y en una multitud de formas intermedias. Florecieron en las condiciones climatológicas imperantes que crearon un ambiente tropical perfecto. Entonces, todo esto cambió. Hace unos siete u ocho millones de años la mayor parte de estas especies se extinguieron. La razón de esto no se conoce.
Durante mucho tiempo la investigación de los orígenes humanos estuvo secuestrada por el prejuicio idealista que obstinadamente sostenía que, puesto que la principal diferencia entre los humanos y los simios es el cerebro, nuestros primeros ancestros deben haber sido monos con un cerebro grande. La teoría del “gran cerebro” dominó completamente los inicios de la antropología. Pasaron muchas décadas buscando –sin éxito –el “eslabón perdido”. Estando convencidos de que sería un esqueleto fósil con un gran cráneo.
Tan convencidos estaban, que la comunidad científica permaneció completamente engañada por uno de los fraudes más extraordinarios de la historia científica. El 18 de diciembre de 1912 fragmentos de un cráneo y de una mandíbula fósil fueron identificados como el “eslabón perdido –el “Hombre de Piltdown”. Esto fue aclamado como un gran descubrimiento. Pero en 1953 un equipo de científicos ingleses demostró que el Hombre de Piltdown era un fraude deliberado. En lugar de tener casi un millón de años de edad, descubrieron que los fragmentos de cráneo tenían 500 años de edad, y que la mandíbula en realidad pertenecía a un orangután.
¿Por qué se pudo engañar a la comunidad científica tan fácilmente? Esto fue motivado por el hecho de que les presentaron algo que esperaban encontrar: el cráneo de un humanoide temprano con un cerebro grande. En realidad, fue la postura erguida (bipedismo), y no el tamaño del cerebro, lo que liberó las manos para el trabajo, el punto de inflexión decisivo en la evolución humana.
Friedrich EngelsEsto ya fue anticipado por Engels en su brillante trabajo sobre los orígenes humanos, El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre. El célebre paleontólogo estadounidense Stephen Jay Gould escribió que era una lástima que los científicos no hubiesen prestado atención a lo que escribió Engels, ya que esto les habría ahorrado un centenar de años de errores. El descubrimiento de Lucy, el esqueleto fosilizado de una mujer joven que pertenecía a una nueva especie llamada Australopithecus afarensis, demostró que Engels tenía razón. La estructura corporal de los primeros homínidos era como la nuestra (la pelvis, los huesos de las piernas, etc.) que demuestran por la tanto el bipedismo. Pero el tamaño del cerebro no es mucho más grande que del chimpancé.
Nuestros antepasados eran de tamaño pequeño y de movimiento lento en comparación con otros animales. No tenían garras ni dientes poderosos. Además, el bebé humano, donde la madre sólo puede procrear una vez al año, está completamente indefenso al nacer. Los delfines nacen nadando, el ganado y los caballos pueden caminar a las pocas horas de haber nacido, y los leones son capaces de correr al cabo de los 20 días siguientes al nacimiento.
Compárese esto con un bebé humano que requiere de meses simplemente para poder sentarse sin apoyo. Habilidades más avanzadas, como correr y saltar pueden tardar años en desarrollarse en un ser humano recién nacido. Como especie, por lo tanto, estábamos en una desventaja considerable en comparación con nuestros numerosos competidores en la sabana del África Oriental. El trabajo manual, junto con la organización social cooperativa y el lenguaje, con los que está interconectado, fue el elemento decisivo en la evolución humana. La producción de herramientas de piedra dio a nuestros primeros ancestros una ventaja evolutiva vital, lo que provocó el desarrollo del cerebro.
El primer período, que Marx y Engels llamaron salvajismo, se caracterizó por un muy bajo nivel en el desarrollo de los medios de producción, la producción de herramientas de piedra, y un modo de subsistencia de cazadores-recolectores. Debido a esto la línea del desarrollo se mantiene prácticamente plana durante un período muy largo. El modo de producción de cazador-recolector representaba originalmente la condición universal de la humanidad. Esos restos supervivientes que, hasta hace muy poco, se podían observar en ciertas partes del mundo, nos proporcionan pistas e indicaciones importantes sobre una forma olvidada de vida.
No es cierto, por ejemplo, que los seres humanos sean por naturaleza egoístas. Si este fuera el caso, nuestra especie se hubiese extinguido hace más de dos millones de años. Fue un poderoso sentido de cooperación lo que mantuvo a estos grupos unidos frente a la adversidad. Cuidaban a los pequeños bebés y a sus madres, así como respetaban a los viejos miembros del clan que conservaban en su memoria los conocimientos y creencias colectivas. Nuestros primeros antepasados no sabían lo que era la propiedad privada, como señala Anthony Burnett:
“El contraste entre el hombre y otras especies es igualmente claro si comparamos el comportamiento territorial de los animales con la manera de dominar un territorio por parte de los humanos. Los territorios son controlados por señales formales, comunes a toda una especie. Cada adulto o grupo de cada especie domina un territorio. El hombre no muestra tal uniformidad: incluso dentro de una misma comunidad, vastas áreas pueden ser propiedad de una persona, mientras que otras personas no tienen ninguna. Existen, incluso en la actualidad, personas en propiedad. En algunos países la propiedad privada se limita a los bienes personales. En unos pocos grupos tribales incluso posesiones menores se mantienen en común. El hombre no posee, de hecho, un ‘instinto de propietario’ mayor que el de un ‘instinto para robar’. Por supuesto, es fácil criar hijos para que sean codiciosos; sin embargo, la forma de la codicia, y el grado en el que es sancionado por la sociedad, varía mucho de un país a otro, y de un período histórico a otro. “(Anthony Burnett, La especie humana, p. 142.)
Tal vez la palabra “salvajismo” no es la más apropiada en la actualidad debido a las connotaciones negativas que ha adquirido. El filósofo Inglés del siglo XVII Thomas Hobbes describió célebremente la vida de nuestros antepasados primitivos como una existencia de “miedo continuo y de peligro de muerte violenta, y la vida del hombre como solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta”. Sin duda, su vida era dura, pero estas palabras apenas hacen justicia a la forma de vida de nuestros antepasados. El antropólogo y arqueólogo keniano Richard Leakey escribe:
“El punto de vista de Hobbes de que la gente no-agrícola ‘no tenía sociedad’ y era solitaria difícilmente podría estar más equivocado. Ser un cazador-recolector suponía tener una vida intensamente social. En cuanto a ‘no tener artes’ ‘ni escrituras’, es cierto que los recolectores poseen muy poco en la forma de la cultura material, pero esto no es más que una consecuencia de la necesidad de movilidad. Cuando los !Kung se mueven de un campamento a otro que, igual que otros cazadores-recolectores, se llevan todos sus bienes materiales consigo: esto generalmente asciende a un total de 12 kilogramos de peso (26 libras), poco más que la mitad de la franquicia normal de equipaje en la mayoría de las compañías aéreas. Este es un conflicto inevitable entre la movilidad y la cultura material, por lo que los !Kung llevan su cultura en sus cabezas, no en la espalda. Sus canciones, bailes e historias forman una cultura tan rica como la de cualquier pueblo” (Richard Leakey, The Making of Mankind, págs. 101 a 103).
Y continúa: “Richard Lee [antropólogo y autor de El !Kung San: Hombres, Mujeres, y el Trabajo en una sociedad de recolectores. 1979] considera que las mujeres no se sienten explotadas: ‘tienen prestigio económico y el poder político, una situación negada a muchas mujeres en el ‘mundo civilizado’.” (Ibíd. Pág. 103)
El pueblo !KungEn estas sociedades, las clases en el sentido moderno eran desconocidas. No había estado ni religión organizada, y había un profundo sentido de responsabilidad comunitaria y de igualdad en el reparto. El egoísmo y la codicia eran considerados como profundamente antisociales y moralmente ofensivos. El énfasis en la igualdad exige que se respeten ciertos rituales cuando un cazador exitoso regresa al campamento. El objeto de estos rituales es restarse importancia con el fin de desalentar la arrogancia y la vanidad: “La actitud correcta para el cazador con éxito”, explica Richard Lee, “es la modestia y la subestimación”.
De nuevo:
“Los !Kung no tienen jefes ni líderes. Los problemas en su sociedad son en su mayoría resueltos mucho antes de madurar y convertirse en cualquier cosa que amenace la armonía social.(…) Las conversaciones de la gente son de propiedad común, y las disputas se desactivaban fácilmente a través de bromas comunales. Nadie da órdenes o las recibe. Richard Lee preguntó una vez a /Twi!gum si los !Kung tenían jefes. ‘Por supuesto que tenemos jefes, él respondió, para sorpresa de Richard Lee. De hecho, todos somos cabecillas; ¡cada uno de nosotros es jefe de sí mismo! /Twi!gum pensaba que la pregunta y su respuesta ingeniosa eran una gran broma”. (ibid. p.107)
El principio básico que guía todos los aspectos de la vida es el compartir. Entre los !Kung cuando se mata un animal, se realiza un elaborado proceso de reparto de la carne cruda teniendo en cuenta las líneas de parentesco, alianzas y obligaciones. Richard Lee enfatiza con contundencia este punto:
“El compartir penetra profundamente el comportamiento y los valores de los recolectores !Kung, en la familia y entre las familias, y se extiende a los límites del universo social. Así como el principio de la ganancia y la racionalidad es central en la ética capitalista, el compartir es el centro de la conducta de la vida social en las sociedades recolectoras”. (Ibídem.)
La jactancia estaba mal vista y se promovía la modestia, como el siguiente extracto muestra:
“Un hombre !Kung lo describe de este modo: ‘Supón que un hombre ha estado cazando. Él no tiene que volver a casa y anunciar como un fanfarrón: ‘¡He matado una gran pieza en la sabana!’ Primero debe sentarse en silencio hasta que alguien se acerque a su fuego y le pregunte: ‘¿Qué has visto hoy?’ Él responde en voz baja, ‘Ah, yo no soy bueno para la caza. No vi nada en absoluto… Tal vez sólo uno pequeño’.’Entonces me sonrío, porque ahora sé que ha matado algo grande. Cuanto más grande es la matanza, más se resta importancia (…)’. La broma y sutileza se siguen estrictamente, una vez más no sólo por el por los !Kung sino por muchos cazadores-recolectores, y el resultado es que, aunque algunos hombres son, sin duda, cazadores más competentes que otros, nadie consigue un prestigio inusual o estatus a causa de sus talentos”.(Leakey, pp. 106-7).
Esta ética no se limita solo a los !Kung; es una característica de los cazadores-recolectores en general. Tal comportamiento, sin embargo, no es automático; como la mayor parte de la conducta humana, tiene que ser enseñada desde la infancia. Cada bebé humano nace con la capacidad de compartir y la capacidad de ser egoísta, dice Richard Lee. “Lo que es alimentado y desarrollado es la que cada sociedad considera más valioso”. En ese sentido los valores éticos de estas sociedades primitivas son muy superiores a los del capitalismo, que enseñan a la gente a ser codiciosa, egoísta y antisocial.
Por supuesto, es imposible decir con certeza que esto es una imagen exacta de la sociedad humana temprana. Pero condiciones similares tienden a producir resultados similares, y las mismas tendencias se observan en muchas culturas diferentes en el mismo nivel de desarrollo económico. Como Richard Lee dice:
“No debemos imaginar que esta es la manera exacta en la que vivían nuestros antepasados. Pero creo que lo que vemos en los !Kung y otros recolectores-cazadores son patrones de comportamiento que fueron cruciales para el desarrollo humano temprano .De los varios tipos de homínidos que vivían hace dos o tres millones de años, uno de ellos – los de la línea que condujo finalmente a nosotros – amplió su base económica al compartir los alimentos y que incluían más carne en su dieta. El desarrollo de una economía de caza y recolección era una fuerza potente que nos convirtió en humanos”. (Citado en Leakey, pp. 108-9).
Al comparar los valores de las sociedades de cazadores-recolectores con los de nuestros días, no siempre aparecemos mejor que ellos. Por ejemplo, si se compara la familia contemporánea, con su historial espantoso de esposas maltratadas y abuso infantil, huérfanos y prostitutas, con la crianza comunal practicada por la humanidad durante la mayor parte de su historia; es decir, antes del advenimiento de ese extraño arreglo social que los hombres son aficionados a llamar civilización:
“‘Vosotros gente blanca”, dijo un indio americano a un misionero: “Amáis a vuestros propios hijos solamente. Nosotros nos encantan los niños del clan. Pertenecen a todo el pueblo, que los cuida. Son hueso de nuestros huesos y carne de nuestra carne. Todos somos padre y madre para ellos. Los blancos son salvajes; ellos no aman a sus hijos. Si los niños son huérfanos, hay que pagar a personas para que cuiden de ellos. No sabemos nada de esas ideas bárbaras’.” (MF Ashley Montagu, ed, Matrimonio:. Pasado y presente: un debate entre Robert y Bronislaw Malinowski Briffault, Boston. Porter Sargent Editorial, 1956, p 48.)
Sin embargo, no debemos tener una visión idealizada del pasado. La vida de nuestros primeros antepasados era una dura lucha, una batalla constante contra las fuerzas de la naturaleza, por la supervivencia. El ritmo del progreso era extremadamente lento. Los primeros humanos comenzaron a fabricar herramientas de piedra hace al menos 2,6 millones de años. Las herramientas de piedra más antiguas, conocidas como las Oldowan continuaron por aproximadamente un millón de años hasta hace unos 1,76 millones de años, cuando los primeros seres humanos comenzaron a golpear laminas realmente grandes y luego continuaron para darles forma golpeando laminas más pequeñas alrededor de los bordes, dando lugar a un nuevo tipo de herramienta: el hacha de mano. Estos y otros tipos de grandes herramientas de corte caracterizan la cultura achelense. Estas herramientas básicas, incluyendo una variedad de nuevas formas de núcleo de piedra, se siguieron utilizando durante un inmenso período de tiempo – que termina en diferentes lugares hace entre unos 400.000 y 250.000 años.
La revolución neolítica
Toda la historia humana consiste precisamente en la lucha de la humanidad por elevarse por encima del estado animal. Esta larga lucha comenzó hace siete millones de años, cuando nuestros remotos ancestros humanoides adoptaron primero la posición erguida y pudieron liberar sus manos para el trabajo manual. La producción de los primeros raspadores de piedra y hachas de mano fue el inicio de un proceso a través del cual los hombres y las mujeres se hicieron humanos a través del trabajo. Desde entonces, las sucesivas fases de desarrollo social han surgido sobre la base de los cambios en el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo –es decir, de nuestro poder sobre la naturaleza.
Durante la mayor parte de la historia humana, este proceso ha sido muy lento, como comentó The Economist en vísperas del nuevo milenio:
“Durante casi toda la historia humana, el progreso económico ha sido tan lento como para ser imperceptible en el lapso de una vida. Siglo tras siglo, la tasa anual de crecimiento económico era, unos decimales, cero. Cuando el crecimiento era tan lento como para ser invisible a los contemporáneos –e incluso en retrospectiva, ni siquiera aparece como un aumento en los niveles de vida (que es lo que significa un crecimiento en la actualidad), simplemente lo hace con una pequeña elevación en la población. Durante milenios, el progreso, para la inmensa mayoría, a excepción de una pequeña élite, era hacer posible lentamente que más personas pudiesen vivir en el nivel más humilde de subsistencia”. (The Economist, 31 de Diciembre, 1999)
El progreso humano comienza a acelerarse como resultado de la primera y más importante de estas grandes revoluciones que fue la transición del primitivo modo de cazadores-recolectores de producción a la agricultura. Esto sentó las bases para una vida sedentaria y el surgimiento de las primeras ciudades. Este fue el período al que los marxistas se refieren como la barbarie, es decir, la etapa entre el comunismo primitivo y las primeras sociedades de clases, cuando las clases comienzan a formarse y con ellas el Estado.
El prolongado período de comunismo primitivo, la fase de desarrollo más temprana de la humanidad, donde no existían clases, ni la propiedad privada ni el estado, dio paso a la sociedad de clases, tan pronto como la gente fue capaz de producir un excedente por encima de las necesidades de la supervivencia cotidiana. En este punto, la división de la sociedad en clases se convirtió viable económicamente. La barbarie surge de la desintegración de la antigua comuna. Aquí, por primera vez, la sociedad está dividida por las relaciones de propiedad, y las clases y el Estado se encuentran en el proceso de formación, aunque éstos solo emergen gradualmente, pasando de un estado embrionario y, finalmente, a su consolidación en la sociedad de clases. Este período comienza hace unos 10.000 o 12.000 años.
En las grandes etapas de la historia, la aparición de la sociedad de clases supuso un fenómeno revolucionario, ya que liberó a un sector privilegiado de la población –una clase dirigente– del pesado y duro trabajo manual, lo que le permitió el tiempo necesario para desarrollar el arte, la ciencia y la cultura. La sociedad de clases, a pesar de su despiadada explotación y desigualdad, era el camino que la humanidad necesitaba transitar para construir las condiciones materiales necesarias de una sociedad sin clases en el futuro.
Aquí está el embrión que engendró los pueblos y ciudades (como Jericó, que data de alrededor del 7.000 antes de nuestra era, a.n.e.), la escritura, la industria y todo lo demás, que sentaron las bases para lo que llamamos civilización. El período de la barbarie representa una gran parte de la historia humana, y se divide en varios períodos más o menos distintos. En general, se caracteriza por la transición del modo de cazador-recolector de la producción al pastoreo y la agricultura; es decir, del salvajismo paleolítico, pasando por la barbarie neolítica, a un estado superior de barbarie en la Edad de Bronce, que se sitúa en el umbral de la civilización.
Vere Gordon ChildeEste punto de inflexión decisivo, lo que Gordon Childe denominó la revolución neolítica, representa un gran salto adelante en el desarrollo de la capacidad productiva humana, y por lo tanto de la cultura. Esto es lo que Childe tiene que decir: “Nuestra deuda con la barbarie de la etapa de la pre-escritura es enorme. Todas las plantas cultivable de alguna importancia fueron descubiertas por alguna sociedad bárbara sin nombre”. (G. Childe, Qué ocurrió en la historia, p. 64)
La agricultura comenzó en Oriente Medio hace unos 10.000 años, y representa una revolución en la sociedad y la cultura humanas. Las nuevas condiciones de producción dieron a los hombres y mujeres más tiempo –tiempo para la reflexión analítica compleja. Esto se refleja en el nuevo arte que consiste en patrones geométricos –el primer ejemplo de arte abstracto en la historia. Las nuevas condiciones producen una nueva visión de la vida, de las relaciones sociales y de las relaciones que unen a los hombres y mujeres con el mundo natural y el universo, cuyos secretos se investigaron de manera previamente impensables. La comprensión de la naturaleza se hace necesaria por las exigencias de la agricultura, y avanza lentamente en la medida en que los hombres y las mujeres aprenden realmente a conquistar y dominar a las fuerzas hostiles de la naturaleza en la práctica –a través del trabajo colectivo a gran escala.
La revolución cultural y religiosa refleja la gran revolución social –la mayor en toda la historia humana hasta ahora– que llevó a la disolución de la comuna primitiva y al establecimiento de la propiedad privada de los medios de producción. Y los medios de producción son los medios de la vida misma.
En la agricultura, la introducción de herramientas de hierro marca un gran avance. Permite un crecimiento más elevado y fuerte de la población y de las comunidades. Por encima de todo, se crea un excedente grande que puede ser apropiado por las familias dirigentes de la comunidad. En particular, la introducción del hierro marcó un cambio cualitativo en el proceso de producción, ya que el hierro es mucho más eficaz que el cobre o el bronce, tanto para la fabricación de herramientas como de armas. Se encontraba mucho más disponible que los antiguos metales. Aquí, por primera vez, las armas y la guerra se democratizan. El arma más importante de la época fue la espada de hierro, que aparece en Inglaterra alrededor del 5000 a.n.e. Todo hombre puede tener una espada de hierro. Por lo tanto, la guerra pierde su carácter fundamentalmente aristocrático y se convierte en un asunto de masas.
El empleo de hachas y hoces de hierro transformó la agricultura. Esta transformación se demuestra por el hecho de que un acre de tierra, cultivada ahora, puede mantener el doble de personas que antes. Sin embargo, todavía no existe el dinero, y sigue siendo una economía de trueque. El excedente producido no se reinvierte, ya que no había forma de hacerlo. Parte del excedente era apropiado por el jefe y su familia. Parte de éste se dilapidaba en banquetes, que ocupó un papel central en esta sociedad.
En un solo banquete podían ser alimentadas hasta 200-300 personas. En los restos de un da estas fiesta se descubrieron los huesos de 12 vacas y un gran número de ovejas, cerdos y perros. Estas reuniones no sólo eran la ocasión para excesos de comida y bebida –jugaban un importante papel social y religioso. En tales ceremonias la gente daba gracias a los dioses por el excedente de alimentos. Se permitía la mezcla de los clanes y la resolución de los asuntos comunales. Estas fiestas fastuosas también proporcionaban a los jefes los medios a través de los cuales mostrar su riqueza y poder, y por lo tanto aumentaban el prestigio de la tribu o del clan en cuestión.
De esos lugares de reunión gradualmente surgieron las bases de los asentamientos permanentes, los mercados y las ciudades pequeñas. La importancia de la propiedad y de la riqueza privada aumenta junto con el aumento de la productividad del trabajo y el superávit creciente que se presenta como un blanco tentador para los saqueos. Ya que la Edad de Hierro fue un período de guerras continuas, peleas y asaltos, los asentamientos a menudo se fortificaban con grandes construcciones tales como el castillo de Maiden en Dorset y el castillo de Danebury en Hampshire.
El resultado de la guerra era un gran número de prisioneros de guerra, muchos de los cuales eran vendidos como esclavos, y éstos –en el último período– eran tratados como mercancía por los romanos. El geógrafo Estrabón comenta que “Estos tratantes te darán un esclavo por una ánfora de vino”. Así el intercambio comenzó en la periferia de estas sociedades. A través del intercambio con una cultura más avanzada (Roma), el dinero se introdujo poco a poco, las primeras monedas se basaban en modelos romanos.
El dominio de la propiedad privada significa por primera vez la concentración de la riqueza y del poder en manos de una minoría. Se produce un cambio dramático en las relaciones entre hombres y mujeres y su descendencia. La cuestión de la herencia ahora comienza a asumir una importancia fundamental. Como resultado, vemos el surgimiento de tumbas espectaculares. En Gran Bretaña, estas tumbas comienzan a aparecer alrededor del 3.000 a.n.e. Éstas suponen una declaración de poder de la clase o casta dominante. También proporcionan una afirmación de los derechos de propiedad sobre un territorio definido. Lo mismo se puede ver en otras culturas tempranas, por ejemplo, los indios de las llanuras de América del Norte, de las que existen datos detallados en el siglo XVIII.
Aquí tenemos el primer gran ejemplo de alienación. La esencia humana es alienada en un sentido doble o triple. En primer lugar, la propiedad privada significa la enajenación del producto del trabajo, que es apropiado por otro. En segundo lugar, el control sobre su vida y su destino es apropiado por el Estado en la persona del rey o faraón. Por último, pero no menos importante, esta alienación se traslada de esta vida a la siguiente –el ser interior (“alma”) de todos los hombres y mujeres es apropiado por las deidades del otro mundo, cuya buena voluntad solo se puede conseguir a través de continuas oraciones y sacrificios. Y así como los servicios al monarca forman la base de la riqueza de la clase alta de mandarines y nobles, asimismo los sacrificios a los dioses forman la base de la riqueza y del poder de la casta de los sacerdotes, que se interpone entre el pueblo y los dioses y diosas. Aquí tenemos la génesis de la religión organizada.
Con el crecimiento de la producción y las ganancias en la productividad, posibles gracias a las nuevos ahorros de trabajo, se produjeron nuevos cambios en las creencias y costumbres religiosas. Aquí también, el ser social determina la conciencia. En lugar del culto a los antepasados y a las tumbas de piedra de los individuos y sus familias, ahora vemos una expresión mucho más ambiciosa de la creencia. La construcción de círculos de piedra de proporciones asombrosas demuestra un impresionante crecimiento de la población y de la producción, hechos posibles por el uso organizado a gran escala de la mano de obra colectiva. Las raíces de la civilización, por tanto, se encuentran precisamente en la barbarie, y más aún, en la esclavitud. El desarrollo de la barbarie termina en la esclavitud, o en lo que Marx denominó el “modo de producción asiático”.
Modo asiático de producción
El gran crecimiento explosivo de la civilización se produce con Egipto, Mesopotamia, el Valle del Indo, China y Persia. En otras palabras, el desarrollo de la sociedad de clases coincide con un notable repunte de las fuerzas productivas y, como resultado de ello, de la cultura humana, que alcanzó niveles sin precedentes. En la actualidad, se cree que la aparición de la ciudad, así como la agricultura, que la precedió, se produjo simultáneamente en diferentes lugares –Mesopotamia, el Valle del Indo y el valle de Huang Ho, así como en Egipto. Esto ocurrió en el cuarto milenio antes de Cristo. Al sur de Mesopotamia, los sumerios construyeron Ur, Lagash, Eridu y otras ciudades estados. Eran personas alfabetizadas que dejaron miles de tabletas de arcilla con escritura cuneiforme.
Las principales características del modo asiático de producción son:
- Una sociedad urbana con una base agraria.
- Principalmente una economía agrícola.
- Obras públicas relacionadas con frecuencia (pero no siempre), con la necesidad de riego y el mantenimiento y la difusión de canales y sistemas de drenaje.
- Un sistema despótico de gobierno, a menudo, con un rey-dio a la cabeza.
- Una gran burocracia.
- Un sistema de explotación basado en la imposición.
- Propiedad común (estatal) de la tierra.
A pesar de que la esclavitud existía (prisioneros de guerra), no eran realmente sociedades esclavistas. El servicio de mano de obra no era libre, pero quienes la realizaban no eran esclavos. Había un elemento de coerción, pero principalmente basado en la costumbre, la tradición y la religión. La comunidad servía al rey-dios (o reina-diosa). Éste servía al templo (Israel). Y éste estaba asociado al Estado, y era el Estado.
Los orígenes del Estado se mezclan con la religión, y este aura religioso se mantiene hasta el presente. Se inculca en las personas los sentimientos de respeto y reverencia hacia el Estado, presentado como una fuerza permanente por encima de la sociedad, sobre los hombres y las mujeres, al que deben servir ciegamente.
La aldea comuna, la célula básica de estas sociedades, era casi totalmente autosuficiente. Los pocos lujos accesibles a una población de agricultores de subsistencia se obtenían en el bazar o a través de vendedores ambulantes que vivían al margen de la sociedad. El dinero era poco conocido. Los impuestos al Estado se pagaban en especie. No existía conexión entre un pueblo y otro, y el comercio interno era débil. La verdadera cohesión provenía del Estado.
Había una falta casi total de movilidad social, reforzada en algunos casos por el sistema de castas. El énfasis residía en el grupo y no en el individuo. Prevalecían las endogamias, es decir, las personas solían contraer matrimonio estrictamente dentro de su clase o casta. Económicamente, se tendía a seguir la profesión de los padres. En el sistema de castas hindú, de hecho, era obligatorio. Esta falta de movilidad social y rigidez ayudaban a mantener al pueblo unido a la tierra (la aldea comuna).
Entre los ejemplos de este tipo de sociedad se encuentran los Egipcios, los Babilonios y Asirios; la dinastía Shang o Yin (tradicionalmente se calcula que existió desde aproximadamente 1766 hasta 1122 a.n.e.), fue la primera dinastía china de la que existe un registro, o la civilización del Valle del Indo (Harappa), que duró desde 2300 a alrededor de 1700 a.n.e. en India. En un desarrollo completamente separado, las civilizaciones prehispánicas de México y Perú, aunque con ciertas variaciones, presentan características sorprendentemente similares.
El sistema tributario y otros métodos de explotación, como el trabajo obligatorio al Estado (corvea), eran opresivos pero aceptados como algo inevitable y dentro del orden natural de las cosas, sancionados por la tradición y la religión. La corvea era un trabajo, regulado, con frecuencia no remunerado, que se imponía a las personas, ya sea por una aristocracia terrateniente, como en el feudalismo o, como en este caso, por el Estado. Pero, si bien sistema de corvea es similar al que se encuentra en el feudalismo occidental, el sistema de propiedad de la tierra no es el mismo. De hecho, los colonizadores británicos de India tuvieron un gran problema para entender esto.
Las ciudades surgieron generalmente a lo largo de las rutas comerciales, en las orillas de los ríos, en los oasis u otras fuentes principales de agua. Las ciudades eran los centros comerciales y administrativos de las aldeas. Allí se encontraban los comerciantes y artesanos: herreros, carpinteros, tejedores, tintoreros, zapateros, albañiles, etc. Allí se encontraban también los representantes locales del poder del Estado, los únicos con quienes estaba familiarizada la masa de la población: pequeños funcionarios públicos, escribas y policías o soldados.
También había prestamistas, que imponían tasas abusivas a los campesinos que, a su vez, se veían presionados por recaudadores de impuestos, comerciantes y usureros. Muchos de estos antiguos elementos han sobrevivido hasta los tiempos modernos en algunos países del Medio Oriente y Asia. Pero la llegada del colonialismo destruyó el antiguo modo asiático de producción de una vez por todas. Era, en cualquier caso, un sistema abocado a su fin histórico que no podía desarrollarse más.
En estas sociedades, los horizontes mentales de las personas eran extremadamente limitados. La fuerza más poderosa en la vida de los pueblos era la familia o el clan, que les inculcaba y les enseñaba acerca de su historia, su religión y sus costumbres. Sobre la política o el mundo, en general, sabían muy poco o nada. Su único contacto con el Estado era el jefe de la aldea que se encargaba de recaudar impuestos.
Lo que afectó a estas primeras civilizaciones fue, por un lado, su longevidad y, por otra parte, el muy lento desarrollo de las fuerzas productivas y el carácter extremadamente conservador de su forma de gobierno. Era esencialmente un modelo estático de sociedad. Los únicos cambios fueron fruto de invasiones periódicas como, por ejemplo, la de los nómadas bárbaros de las estepas (los Mongoles, etc. ), o por ocasionales revueltas campesinas (China) que llevaban a un cambio de dinastía.
Sin embargo, la sustitución de una dinastía por otra no significaba un cambio real. Las relaciones sociales y el Estado permanecían al margen de todos los cambios en la parte superior de la jerarquía. El resultado final era siempre el mismo. Los invasores eran absorbidos y el sistema continuaba, imperturbable como antes.
Los imperios se desarrollaban y caían. Fue un proceso continuo de fusión y fisión. Pero todos estos cambios políticos y militares no aportaban ningún cambio sustancial al campesinado, situado en la parte inferior de la pirámide social. La vida continuaba su aparentemente rutina eterna (y divinamente ordenada). La idea asiática de un ciclo interminable en la religión es un reflejo de este estado de cosas. En la base, teníamos la antigua aldea comuna, sustentada en la agricultura de subsistencia que había sobrevivido prácticamente sin cambios a lo largo de milenios. Siendo predominantemente agrícola, el ritmo de vida está dominado por el eterno ciclo de las estaciones, las inundaciones anuales del Nilo, etc.
En los últimos años, ha habido mucho debate entre algunos intelectuales y cuasi-marxistas sobre el modo asiático de producción. Si bien Marx habló de ello, lo hizo sólo en raras ocasiones y, por lo general, de manera marginal. Nunca lo desarrolló, lo que sin duda habría hecho si lo hubiera considerado importante. La razón por la que no lo hizo fue porque era un callejón sin salida histórico, comparable a los Neandertales en la evolución humana. Fue una forma de sociedad que, en última instancia, a pesar de sus logros, no contenía en sí el germen del desarrollo futuro. Éste fue sembrado en otros lugares: en el suelo de Grecia y Roma.
La esclavitud
La sociedad griega se formó en condiciones diferentes a las de las civilizaciones anteriores. Las pequeñas ciudades-Estado de Grecia no tenían las vastas extensiones de tierras cultivables, las grandes llanuras del Nilo, del Valle del Indo o de Mesopotamia. Estaban rodeadas de áridas montañas, frente al mar, y este hecho determinó el curso de su desarrollo. Al estar mal adaptadas, tanto para la agricultura como para la industria, se vieron empujadas en dirección al mar, convirtiéndose en un país de comerciantes e intermediarios, como lo fueron los Fenicios anteriormente.
La Antigua Grecia tenía una estructura socio-económica diferente y, por lo tanto, un espíritu diferente y una perspectiva diferente a las anteriores sociedades de Egipto y Mesopotamia. Hegel decía que en el [Antiguo] Oriente, sólo una persona era libre (es decir, el dirigente, el rey-dios). En Grecia, algunos eran libres, es decir, los ciudadanos de Atenas que no eran esclavos. Los esclavos, que hacían la mayor parte del trabajo, no tenían derechos. Tampoco las mujeres ni los extranjeros.
Para los ciudadanos libres, Atenas era una democracia muy avanzada. Este nuevo espíritu infundido de humanidad e individualismo, influyó en el arte griego, la religión y la filosofía, que son cualitativamente diferentes a las de Egipto y Mesopotamia. Cuando Atenas gobernaba toda Grecia, no tenía un sistema regular de recaudación ni de impuestos. Esto difería totalmente del sistema asiático en Persia y otras civilizaciones anteriores. Pero [Grecia] se basaba, en última instancia, en el trabajo de los esclavos, que eran propiedad privada.
La principal división era entre hombres libres y esclavos. Los ciudadanos libres no solían pagar impuestos, que se consideraban degradantes (por provenir del trabajo manual). Sin embargo, también hubo una amarga lucha de clases en la sociedad griega, que se caracteriza por una marcada división entre las clases, basada en la propiedad. Los esclavos, como una mercancía que podía ser comprada y vendida, eran objetos de producción. La palabra romana para esclavo era instrumentum vocale, herramienta con voz. Dicha palabra lo expresa muy claramente, y a pesar de todos los cambios de los últimos 2.000 años, la posición real de los esclavos asalariados modernos no ha cambiado desde entonces.
Se podrá objetar que Grecia y Roma se desarrollaron sobre la base de la esclavitud, que es una institución horrible e inhumana. Pero los marxistas no pueden mirar la historia desde el punto de vista moral. Para empezar, no existe una moral supra-histórica. Cada sociedad tiene su propia moral, religión, cultura, etc., que corresponde con un determinado nivel de desarrollo, y, por lo menos en el período que llamamos civilización, también se corresponde con los intereses de una clase en particular.
Si una guerra en particular era buena, mala o indiferente no puede determinarse desde el punto de vista del número de víctimas, y mucho menos desde un punto de vista moral abstracto. Podemos rechazar firmemente las guerras en general, pero una cosa no se puede negar: durante el transcurso de la historia de la humanidad: todas las cuestiones de relevancia han tomado al final esta forma. Esto vale tanto para los conflictos entre las naciones (guerras) como también para los conflictos entre las clases (revoluciones).
Nuestra actitud hacia un tipo particular de sociedad y su cultura no puede determinarse por consideraciones moralistas. Lo que determina si una determinada formación socio-económica es progresista o no es, en primer lugar y ante todo, su capacidad para desarrollar las fuerzas productivas, la verdadera base material sobre la que surge y se desarrolla toda la cultura humana.
En palabras de Hegel, ese gran y profundo pensador: “No es tanto de la esclavitud, como a través de la misma, como la humanidad se hizo libre” (Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal). A pesar de su gigantesco carácter opresivo, la esclavitud marcó un paso adelante en la medida en que permitió un mayor desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad. Le debemos todos los grandes logros de la ciencia moderna a Grecia y Roma, es decir, en última instancia, se lo debemos al trabajo de los esclavos.
Los romanos utilizaron la fuerza bruta para sojuzgar a otros pueblos, sometieron a ciudades enteras a la esclavitud, masacraron a miles de prisioneros de guerra para el entretenimiento de los ciudadanos en el circo, e introdujeron refinados métodos de ejecución como la crucifixión. Sí, todo eso es totalmente cierto. A nosotros nos parece una monstruosa aberración. Y, sin embargo, si nos preguntamos de dónde procede toda nuestra civilización moderna, nuestra cultura, nuestra literatura, nuestra arquitectura, nuestra medicina, nuestra ciencia, nuestra filosofía, incluso, en muchos casos, nuestro idioma, la respuesta es: proviene de Grecia y Roma.
Declive de la sociedad esclavista
La esclavitud contenía una contradicción interior que provocó su destrucción. A pesar de que el trabajo del individuo esclavo no era muy productivo (los esclavos tenían que ser obligados a trabajar), la acumulación de un gran número de esclavos, como en las minas y latifundios (grandes unidades agrarias), en Roma, en el último período de la República y el Imperio, produjo un excedente considerable. Durante el auge del Imperio, los esclavos eran abundantes y baratos, y las guerras de Roma eran básicamente una caza de esclavos a escala masiva.
Pero en un determinado momento, este sistema alcanzó sus límites, tras lo cual entra en un largo período de declive. Puesto que el trabajo esclavo sólo es productivo cuando se emplea en una escala masiva, la condición previa para el éxito de este sistema es un abundante suministro de esclavos a un bajo coste. Pero los esclavos se reproducían muy lentamente en cautiverio y, por lo tanto, la única manera de que un suministro suficiente de esclavos pudiera estar garantizado era a través de las continuas guerras. Cuando el Imperio alcanzó los límites de su expansión bajo Adriano, esto se hizo cada vez más difícil.
Los inicios de una crisis en Roma se pueden observar ya en el último período de la República, un período caracterizado por graves perturbaciones sociales, políticas y guerra de clases. Desde los primeros tiempos, hubo una lucha violenta entre los ricos y los pobres de Roma. Los escritos de Tito Livio y, otros autores, dan cuenta detallada de las luchas entre plebeyos y patricios, que terminaron en un difícil compromiso. En un período posterior, cuando Roma ya era dueña del Mediterráneo, después de derrotar a su más poderoso rival, Cartago, se vio lo que era una lucha por la división del botín.
Tiberio [Sempronio] Graco exigió que la riqueza de Roma se dividiera entre sus ciudadanos libres. Su objetivo era hacer de Italia una república de pequeños agricultores y no esclavos, pero fue derrotado por los nobles y dueños de esclavos. Esto supuso un desastre para Roma, a largo plazo. El empobrecido campesinado, la columna vertebral de la República y de su ejército, se vio empujado hacia Roma, convirtiéndose en un lumpen-proletariado, una clase no productiva, viviendo del subsidio del Estado. Aunque se sentían celosos de los ricos, compartían, no obstante, un interés común en la explotación de los esclavos, que era la única clase realmente productiva en el período de la República y del Imperio.
El gran levantamiento de los esclavos bajo Espartaco fue un glorioso episodio en la historia de la Antigüedad. El espectáculo de esta gente, la mayoría gente oprimida, alzándose armas en mano y causando una derrota tras derrota a los ejércitos de la mayor potencia del mundo es uno de los acontecimientos más increíbles de la historia. Si hubieran tenido éxito en derrocar al Estado Romano, el curso de la historia habría sido alterado de manera significativa.
La razón fundamental por la que Espartaco fracasó al final, fue el hecho de que los esclavos no se relacionaban con el proletariado de las ciudades. En la medida en que éste seguía prestando apoyo al Estado, la victoria de los esclavos era imposible. Sin embargo, el proletariado romano, a diferencia del proletariado moderno, no era una clase productiva, sino meramente parasitaria, que vivía de la mano de obra de los esclavos y dependiente de sus amos. El fracaso de la revolución romana se basa en este hecho.
La derrota de los esclavos condujo directamente a la ruina del Estado romano. En ausencia de un campesinado, el Estado se vio obligado a depender de un ejército mercenario para luchar en sus guerras. El estancamiento de la lucha de clases produjo una situación similar a la del fenómeno más moderno llamado “bonapartismo”. El equivalente romano es lo que llamamos “cesarismo”.
El legionario romano ya no era leal a la República, sino a su comandante, el hombre que le garantizaba su salario, su botín y una parcela de tierra cuando se retirara. El último período de la República se caracteriza por una intensificación de la lucha entre las clases, en la que ninguna de las partes es capaz de conseguir una victoria decisiva. Como resultado de ello, el Estado (que Lenin describió como “cuerpos de hombres armados”) comenzó a adquirir una mayor independencia, erigiéndose por encima de la sociedad, y apareciendo como el árbitro final en la continua lucha por el poder en Roma.
Aparecieron toda una serie de aventureros militares: Mario, Craso, Pompeyo y, por último, Julio César, un general brillante, un hábil político y un empresario astuto, que en efecto puso fin a la República, mientras que de palabra decía defenderla. El prestigio que obtuvo por sus triunfos militares en la Galia, España y Gran Bretaña, le hicieron concentrar todo el poder en sus manos. A pesar de que fue asesinado por una facción conservadora que deseaba mantener la República, el antiguo régimen estaba condenado al fracaso.
Después de la derrota de Bruto, y otros, por el Triunvirato, la República fue reconocida oficialmente, y esta pretensión se mantuvo con el primer Emperador, Augusto. “Emperador” (imperator en latín) era un título militar, inventado para evitar el título de rey, tan ofensivo para oídos republicanos. Pero era rey en todo, menos en el nombre.
Las formas de la antigua República sobrevivieron durante mucho tiempo después. Pero eran sólo eso: formas huecas sin contenido real, una cáscara vacía que podría llevársela el viento. El Senado estaba desprovisto de todo poder y autoridad reales. Julio César conmocionó a la reputada opinión pública nombrando a un galo miembro del senado. Calígula hizo aún más queriendo nombrar cónsul a uno de sus caballos. Nadie vio nada malo en esto, y si lo vieron, mantuvieron su boca firmemente cerrada.
Sucede a menudo en la historia que obsoletas instituciones pueden sobrevivir mucho tiempo después de que su razón de existir haya desaparecido. Arrastran una miserable existencia, como el decrépito anciano que se aferra a la vida, hasta que se ven arrastradas por una revolución. La decadencia del Imperio Romano duró casi cuatro siglos. Éste no fue un proceso sin interrupciones. Hubo períodos de recuperación e, incluso, brillantez, pero la tónica general fue descendente.
En períodos como éste, hay una sensación general de malestar. El estado de ánimo es de escepticismo, de falta de fe y pesimismo en el futuro. Las viejas tradiciones, la moral y la religión, que actúan como un poderoso cemento que sostiene a la sociedad, pierden su credibilidad. En lugar de la antigua religión, se buscan nuevos dioses. En su período de declive, Roma se vio inundada por una plaga de sectas religiosas procedentes de Oriente. El cristianismo fue sólo una de ellas y, aunque al final triunfó, tuvo que hacer frente a numerosos rivales, como el culto a Mitra.
Cuando las personas sienten que el mundo en el que viven se tambalea, que han perdido el control sobre su existencia y que sus vidas y destinos están determinados por fuerzas invisibles, la mística y las tendencias irracionales cobran influencia. Las personas creen que el fin del mundo está cerca. Los primeros cristianos creían en ello con fervor, pero muchos otros lo suponían. En realidad, lo que estaba llegando a su fin no era el mundo, sino sólo una forma particular de sociedad, la sociedad esclavista. El éxito del cristianismo se basó en el hecho de que conectó con el sentir general. El mundo era malvado e inmoral. Era necesario volver la espalda al mundo y a todas sus obras, y esperar otra vida después de la muerte.
¿Por qué triunfaron los bárbaros?
Cuando los bárbaros invadieron, toda la estructura del Imperio Romano estaba al borde del colapso, no sólo desde el punto de vista económico, sino moral y espiritualmente. No es de extrañar que los bárbaros fueran recibidos como libertadores por los esclavos y sectores más pobres de la sociedad. Sólo completaron un trabajo que había sido bien preparado con antelación. Las invasiones bárbaras fueron un accidente histórico que sirvieron para expresar una necesidad histórica.
Una vez que el Imperio alcanzó sus límites y las contradicciones inherentes a la esclavitud comenzaron a afirmarse, Roma entró en un largo período de decadencia que duró siglos, hasta que finalmente fue invadido por los bárbaros. Las migraciones masivas que trajo consigo el derrumbe del Imperio eran un fenómeno común entre los pueblos nómadas pastoriles en la Antigüedad y se produjeron por una serie de motivos –presión sobre las tierras de pasto como resultado del crecimiento de la población, cambios climáticos, etc.
Las sucesivas oleadas de bárbaros expulsados desde Oriente: Godos, Visigodos, Ostrogodos, Alanos, Lombardos, Suevos, Burgundios, Francos, Turingios, Frisones, Hérulos, Gépidos, Ánglos, Sajones, Jutos, Hunos y Magiares, se veían empujados hacia Europa. El todopoderoso y eterno Imperio fue reducido a cenizas. Con notable rapidez los bárbaros derrumbaron el Imperio.
El declive de la economía esclavista, la monstruosa naturaleza opresora del Imperio a través de su enorme burocracia, y los abusivos impuestos a los agricultores, ya había socavado todo el sistema. Una constante migración hacia el campo fue formando la base para el desarrollo de un modo diferente de producción, el feudalismo. Los bárbaros sólo asestaron el golpe de gracia a un sistema podrido y moribundo. Todo el edificio se tambaleaba, simplemente le dieron una última y violenta sacudida.
En el Manifiesto Comunista, Marx y Engels escribieron: “Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos, se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna” (las cursivas son mías).
Lo que pasó con el Imperio Romano es un ejemplo sorprendente de la última variante. El fracaso de las clases oprimidas de la sociedad romana para unirse en el derrocamiento de la brutal explotación del estado esclavista condujo a un agotamiento interno y a un largo y penoso período de decadencia cultural, económica y social, que preparó el camino para los bárbaros.
El efecto inmediato de las invasiones bárbaras fue aniquilar la civilización y la vuelta atrás de la sociedad y del pensamiento humano por un período de mil años. Las fuerzas productivas sufrieron una interrupción violenta. Las ciudades fueron destruidas o abandonadas. Los invasores eran agrícolas y no sabían nada de pueblos y ciudades. Los bárbaros en general eran hostiles a las ciudades y a sus habitantes (una psicología que es muy común entre los campesinos de todas las épocas). Este proceso de devastación, violación y pillaje continuó a lo largo de los siglos, dejando tras de sí una terrible herencia de atraso, a la que llamamos la Edad Oscura.
Sin embargo, aunque los bárbaros lograron conquistar a los Romanos, ellos mismos fueron absorbidos rápidamente, perdieron su propio idioma y terminaron hablando un dialecto del Latín. Así, los Francos, quienes le dieron el nombre a la Francia moderna, eran una tribu germánica que hablaba un lenguaje relacionado con el alemán moderno. Lo mismo le sucedió a las tribus germánicas que invadieron España e Italia. Esto es lo que sucede normalmente cuando un pueblo más atrasado económica y culturalmente conquista una nación más avanzada. Exactamente lo mismo ocurrió después con los Mongoles que conquistaron India. Fueron absorbidos por la más avanzada cultura hindú y terminaron por fundar una nueva dinastía india –la dinastía mogul.
El Feudalismo
El auge del sistema feudal tras la caída de Roma se vio acompañado por un largo período de estancamiento cultural en Europa Occidental. A excepción de dos inventos: el molino de agua y el molino de viento, no hubo verdaderas invenciones durante más de mil años. Mil años después de la caída de Roma, las únicas carreteras decentes en Europa seguían siendo las vías romanas. En otras palabras, se produjo un eclipse total de la cultura. Este fue el resultado del colapso de las fuerzas productivas, de las que la cultura depende en última instancia. Es lo que denominamos línea descendente de la historia. No estamos libres de que esto suceda de nuevo.
Las invasiones de los bárbaros, las guerras y plagas, interrumpieron el progreso con períodos de regresión. Pero con el tiempo, la situación caótica que coincidió con la caída de Roma fue reemplazada por un nuevo equilibrio: el Feudalismo. La decadencia del Imperio Romano provocó una fuerte caída de la vida urbana en la mayoría de los países europeos. Los invasores bárbaros fueron absorbidos gradualmente y, en el siglo X, Europa entró lentamente en un nuevo período de ascenso.
Por supuesto, esta afirmación es relativa. La cultura no recuperó los niveles comparables a los de la Antigüedad hasta el principio del Renacimiento, a finales de los siglos XIV y XV. La educación y la ciencia quedaron estrictamente subordinadas a la autoridad de la Iglesia. La energía de los hombres fue consumida por las continuas guerras o sueños monásticos, pero poco a poco la espiral llegó a su fin y se dio paso a una larga pendiente ascendente.
El cierre de las vías de comunicación llevó a un colapso del comercio. La economía monetaria se vio socavada y sustituida cada vez más por el trueque. En lugar de la economía internacional integrada del sistema de la esclavitud bajo el Imperio, proliferaron las pequeñas y aisladas comunidades agrícolas.
La base del Feudalismo estaba ya en la sociedad romana; los esclavos libres se hacían colonos, vinculados a la tierra, que más tarde se convirtieron en siervos. Este proceso, producido en momentos diferentes, de diferentes formas en los distintos países, se aceleró con las invasiones bárbaras. Los caudillos germanos se convirtieron en los señores de las tierras conquistadas y de sus habitantes, ofreciendo protección militar y un grado de seguridad a cambio de la apropiación del trabajo de los siervos.
En los primeros tiempos del Feudalismo, la atomización de la nobleza favoreció relativamente el desarrollo de fuertes monarquías pero, más adelante, el poder real se enfrentó a fuertes estados capaces de oponerse a él y derrocarlo. Los señores tenían sus propios ejércitos feudales que, con frecuencia, combatían unos contra otros y también contra el rey.
El sistema feudal en Europa era, principalmente, un sistema descentralizado. El poder de la monarquía estaba limitado por la aristocracia. El poder central solía ser deficiente. El centro de gravedad del señor feudal, su base de poder, eran su casa y sus posesiones territoriales. El poder estatal era débil y la burocracia inexistente. Esta debilidad de un poder central es lo que más tarde permitió la independencia de las ciudades (cédulas reales) y el surgimiento de la burguesía como clase independiente.
La idealización romántica de la Edad Media se basa en un mito. Fue un período sangriento y convulso, caracterizado por una gran crueldad y barbarie, lo que Marx y Engels llamaron un despliegue brutal de energía. Las Cruzadas se caracterizaron por una inusual crueldad y falta de humanidad. Las invasiones germánicas de Italia fueron actos estériles.
El último período de la Edad Media fue una época turbulenta, caracterizada por continuas convulsiones, guerras y guerras civiles, justo como en nuestra propia época. A todos los efectos, el viejo orden estaba ya muerto. Aunque se mantenía en pie desafiante, su existencia ya no era considerada como algo normal, algo que tenía que aceptarse como inevitable.
Por un período de cien años, Inglaterra y Francia se enfrascaron en una sangrienta guerra que llevó a gran parte de Francia a la ruina. La batalla de Agincourt fue la última y más sangrienta batalla de la Edad Media. Aquí, en esencia, se enfrentaron en el campo de batalla dos sistemas rivales entre sí: el antiguo orden feudal militar, basado en la nobleza y en la idea de la caballería y el vasallaje, y un nuevo ejército mercenario basada en el trabajo asalariado.
La nobleza francesa quedó diezmada, fue derrotada vergonzosamente por un ejército de mercenarios plebeyos. En los primeros 90 minutos, 8.000 de los mejores hombres de la aristocracia francesa fueron masacrados y 1.200 quedaron prisioneros. Al final del día, no sólo el conjunto de la nobleza francesa yacía muerta y desangrada en el campo de batalla, sino también el orden feudal.
Esto tuvo importantes consecuencias sociales y políticas. Desde ese momento, el poder de la nobleza francesa comenzó a debilitarse. Cuando los ingleses fueron expulsados de Francia, fue por un levantamiento del pueblo dirigido por una joven campesina, Juana de Arco. En medio de los escombros de sus vidas, del caos y del derramamiento de sangre, el pueblo francés se hizo consciente de su identidad nacional y actuó en consecuencia. La burguesía comenzó a exigir sus derechos y cédulas y un nuevo poder central monárquico, basado en la burguesía y el pueblo, comenzó a tomar las riendas del poder y a forjar un estado nacional, del cual emergió finalmente la Francia moderna.
La Peste Negra
Cuando un sistema socioeconómico dado entra en crisis y decadencia, no sólo se refleja en el estancamiento de sus fuerzas productivas, sino a todos los niveles. La decadencia del Feudalismo fue una época de muerte y agonía de la vida intelectual. El peso devastador de la Iglesia paralizó todas las iniciativas culturales y científicas.
La estructura feudal estaba basada en una pirámide en la que Dios y el Rey estaban en lo alto de una compleja jerarquía, cuyos segmentos se vinculaban entre sí por las llamadas obligaciones. En teoría, los señores feudales “protegían” a los campesinos, quienes a cambio los proveían de comida y ropa, los alimentaban y les permitían vivir una vida de lujo y ociosidad; los sacerdotes rezaban por su alma, los caballeros los defendían, y demás.
Este sistema duró mucho tiempo. En Europa duró aproximadamente mil años: aproximadamente desde mediados del siglo V hasta mediados del siglo XV. Pero hacia el siglo XIII, el feudalismo en Inglaterra y otros países alcanzaba ya sus límites. El crecimiento de la población puso el sistema entero bajo una tensión colosal. Las tierras marginales tuvieron que ser dedicadas al cultivo y la mayor parte de la población simplemente llevaba una vida básica de subsistencia en pequeñas parcelas de tierra.
Era una situación al “borde del caos”, donde el inestable edificio podía desmoronarse en su conjunto ante una sacudida externa suficientemente potente. ¿Y qué golpe podría sacudirlo tan fuertemente? Los estragos de la Peste negra, que mató entre una tercera parte y la mitad de la población de Europa, sirvió para aliviar en gran parte la injusticia, la miseria y la ignorancia intelectual y espiritual del siglo XIV.
Se reconoce ahora, generalmente, que la Peste Negra desempeñó un papel importante en el declive del feudalismo. Esto fue particularmente claro en el caso de Inglaterra. Después de acabar con la mitad de la población de Europa, la plaga se extendió a Inglaterra en el verano de 1348. Cuando se extendió tierra adentro hacia los pueblos de la Inglaterra rural, la población quedó diezmada. Familias enteras, a veces, pueblos enteros, fueron aniquilados. Como en el continente europeo, falleció aproximadamente la mitad de la población. Sin embargo, aquellos que lograron sobrevivir se vieron fácilmente en posesión de enormes cantidades de tierra. Se estaba creando una nueva clase de campesinos ricos.
La pérdida colosal de vidas llevó a una escasez extrema de mano de obra. No había suficientes peones para juntarse en la cosecha o artesanos para realizar todas las otras funciones necesarias. Esto sentó la base para una profunda transformación social. Sintiendo su fuerza, los campesinos exigieron y se pusieron salarios más altos y alquileres inferiores. Si el señor rechazaba sus demandas, siempre se podrían ir y acudir a otro señor que quisiera aceptarlas. Algunos pueblos fueron abandonados totalmente.
Las viejas obligaciones disminuyeron, primero; y acabaron por romperse, después. A medida que los campesinos se deshacían del yugo de las obligaciones feudales, muchos afluyeron a las ciudades para buscar fortuna. Esto, por su parte, llevó a un desarrollo posterior de las ciudades y, en consecuencia, promovió el ascenso de la burguesía. En 1349, el rey Eduardo III aprobó lo que posiblemente constituyó la primera política de salarios en la historia: el Estatuto de los Trabajadores (Statute of Labourers). Se decretó que los salarios deberían mantenerse en los viejos niveles. Pero ésta fue una ley en desuso desde el principio. Las leyes de la oferta y la demanda eran ya más fuertes que cualquier decreto real.
En todas partes había un nuevo espíritu de rebeldía. La vieja autoridad estaba minada y desacreditada. El edificio putrefacto en su conjunto se tambaleaba con riesgo de caerse. Una buena sacudida, parecía, lo derrumbaría. En Francia, tuvieron lugar una serie de levantamientos campesinos conocidos como jacqueries. Más importante aún fue la agitación campesina conocida como el Levantamiento Inglés de 1381. Los rebeldes entraron en Londres y durante un rato tuvieron al rey en su poder. Sin embargo, en última instancia estas rebeliones no podían tener éxito.
Estos levantamientos fueron anticipaciones prematuras de la revolución burguesa, en un momento en que las condiciones para ésta no habían madurado completamente. Expresaron el callejón sin salida en el que se encontraba el feudalismo y el profundo descontento de las masas. Pero no podían ofrecer una salida. Como resultado, el sistema feudal, aunque modificado sustancialmente, sobrevivió durante un período, manifestando todos los síntomas de un orden social enfermo y en declive.
La sensación de que el fin del mundo se acerca es común a cada período histórico en el que un determinado sistema socioeconómico ha entrado en declive irreversible. Fue en este período cuando gran número de hombres salían a los caminos, descalzos y vestidos con ropas de penitencia, flagelándose a si mismos hasta sangrar. Las sectas flagelantes esperaban el fin del mundo, que creían sucedería de un momento a otro.
Al final, el mundo no llegó a su fin, sino sólo el sistema feudal, y lo que llegó no fue el nuevo milenio, sino sólo el sistema capitalista. Pero no se podía esperar que entendieran esto. Una cosa estaba clara para todos. El mundo antiguo estaba en un estado de rápida e irremediable decadencia. Los hombres y las mujeres estaban desgarrados por tendencias contradictorias. Sus creencias estaban minadas y vagaban a la deriva en un lugar frío, inhumano, hostil e incomprensible.
El ascenso de la burguesía
Cuando todas las viejas certezas fueron derribadas, fue como si el eje del mundo hubiera desaparecido. El resultado fue una terrible turbulencia e incertidumbre. A mediados del siglo XV, el antiguo sistema de creencias comenzó a desmoronarse. Las personas ya no buscaban en la Iglesia la salvación o el consuelo. En su lugar, surgieron disensiones religiosas de muy distintas índoles, lo que sirvió de pretexto para la oposición política y social.
Los campesinos desafiaban las antiguas leyes y restricciones, exigiendo la libertad de circulación, que así afirmaban trasladándose a las ciudades sin solicitar una licencia. Las crónicas contemporáneas describen la irritación de los señores ante la negativa de los trabajadores a obedecer las órdenes. Incluso hubo algunas huelgas.
En medio de toda esta oscuridad surgieron nuevas fuerzas, que anunciaban el nacimiento de un nuevo poder y de una nueva civilización, que fue creciendo gradualmente en el seno de la vieja sociedad. El aumento del comercio y de las ciudades trajo consigo el ascenso de una nueva clase, la burguesía, la cual comenzó a pugnar por mantener su posición y poder frente a las clases feudales dominantes, la nobleza y la Iglesia. El nacimiento de una nueva sociedad se dejó ver en el arte y la literatura, donde la nueva tendencia empezó a surgir en el curso de los siguientes cien años.
El crecimiento de las ciudades, aquellas islas de capitalismo en un mar de feudalismo, minaba gradualmente el viejo orden. La nueva economía monetaria, que apareció en los márgenes de la sociedad, roía las bases de la economía feudal. Las viejas restricciones feudales eran ahora imposiciones insoportables, obstáculos intolerables al progreso. Tenían que destruirse, y fueron destruidos. Pero la victoria de la burguesía no vino de repente. Se necesitó un largo período para alcanzar la victoria final sobre el viejo orden establecido. Sólo de forma gradual las ciudades vieron resurgir nuevos halos de vida.
La recuperación lenta del comercio provocó el auge de la burguesía y un renacimiento de las ciudades, notablemente en Flandes, Holanda y el norte de Italia. Nuevas ideas comenzaron a aparecer. Después de la caída de Constantinopla (la actual Estambul) en manos de los turcos (1453), se vivió un nuevo interés por las ideas y el arte de la Antigüedad clásica. Nuevas formas de arte aparecieron en Italia y los Países Bajos. El Decameron, de Boccaccio, se puede considerar como la primera novela moderna. En Inglaterra, las escrituras de Chaucer están llenas de vida y color, reflejando un nuevo espíritu en el arte. El Renacimiento, vacilante, daba a luz sus primeras obras. Gradualmente, un nuevo orden surgía del caos.
La Reforma
Hacia el siglo XIV, el capitalismo se había establecido en Europa. Los Países Bajos se convirtieron en la fábrica de Europa, y el comercio prosperó a lo largo del Rin. Las ciudades de Italia del Norte eran una locomotora potente de crecimiento económico y comercio, de intercambio abierto con Bizancio y Oriente. Desde aproximadamente el siglo V hasta el siglo XII, Europa estaba formada por sistemas económicos en gran parte aislados ¡Ya no! El descubrimiento de América, la circunnavegación de África [a través del Cabo de Nueva Esperanza] y la extensión general del comercio dieron un ímpetu fresco, no sólo a la creación de riqueza, sino también al desarrollo de las mentes.
En tales condiciones, el viejo estancamiento intelectual ya no era posible. Conservadores y reaccionarios se vieron desacreditados, como Marx y Engels explicaron en El Manifiesto Comunista:
“El descubrimiento de América y la circunnavegación de África ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de la India y de China, la colonización de América, el intercambio de las colonias, la multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria, un impulso hasta entonces desconocido y aceleraron, con ello, el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición”.
No es ninguna coincidencia que el ascenso de la burguesía en Italia, Holanda, Inglaterra y, más tarde, en Francia, fuera acompañado de una prosperidad extraordinaria de la cultura, el arte y la ciencia. Las revoluciones, como dijo Trotsky una vez, siempre han sido la fuerza impulsora de la historia. En aquellos países donde triunfó la revolución burguesa en los siglos XVII y XVIII, al desarrollo de las fuerzas productivas y de la tecnología le acompañó un desarrollo paralelo de la ciencia y la filosofía, que minó el dominio ideológico de la Iglesia para siempre.
En la época del ascenso de la burguesía, cuando el capitalismo todavía representaba una fuerza progresista para la historia, los primeros ideólogos de dicha clase tuvieron que librar una difícil batalla contra los baluartes ideológicos del feudalismo, comenzando con la Iglesia Católica. Mucho antes de poner fin al poder de los señores feudales, la burguesía tuvo que romper las defensas filosóficas y religiosas, establecidas para proteger el sistema feudal dominado por la Iglesia y su brazo militante, la Inquisición. Esta revolución se anticipó con la rebelión de Lutero contra la autoridad de la Iglesia.
Durante los siglos XIV y XV, Alemania vivió la transformación de una economía completamente agraria y el auge de nuevas clases sociales que chocaban con la jerarquía feudal tradicional. Los ataques de Lutero contra la Iglesia Católica Romana fueron la chispa que encendió la revolución. Los burgueses y la pequeña nobleza buscaban romper con el poder del clero, escapar de las garras de Roma y enriquecerse a través de la confiscación de la propiedad de la Iglesia.
Pero en las profundidades de la sociedad feudal, otras fuerzas más elementales se removían. Las apelaciones de Lutero contra el clero y las ideas sobre la libertad cristiana calaron en los oídos de los campesinos alemanes y sirvieron de gran estímulo a la rabia reprimida de las masas, que habían sufrido en silencio durante mucho tiempo la opresión de los señores feudales. Ahora se levantaban para infligir una venganza terrible a todos sus opresores.
A principios de 1524, la Guerra de los Campesinos se extendió a lo largo de las regiones germánicas del Sacro Imperio Romano y duró hasta su represión en 1526. Lo que pasó después se ha repetido con frecuencia en la historia posterior. Al verse confrontado con las consecuencias de sus ideas revolucionarias, Lutero tuvo que elegir un bando, y se unió a los burgueses, a la nobleza y a los príncipes, en la represión a los campesinos.
Los campesinos encontraron a un mejor caudillo en la persona de Thomas Müntzer. Mientras Lutero predicaba la resistencia pacífica, Thomas Müntzer atacaba al clero mediante violentos sermones, pidiendo a la gente que se levantara en armas. Al igual que Lutero, citaba referencias bíblicas para justificar sus acciones: “¿No dice Cristo, ‘no vine a traer la paz, sino la espada’?”
El ala más radical del movimiento eran los anabaptistas, que ya comenzaban a poner en duda la propiedad privada, tomando como modelo el comunismo primitivo de los primeros cristianos descritos en los Hechos de los Apóstoles. Müntzer sostenía que la Biblia no era infalible, que el Espíritu Santo tenía modos de comunicarse directamente a través del don de la razón.
Lutero estaba horrorizado y escribió su célebre folleto “Contra la horda de campesinos que roban y matan”. La rebelión fue aplastada con una tremenda atrocidad, que hizo retroceder a Alemania durante siglos. Pero la marea de la rebelión burguesa reflejada en el ascenso del protestantismo era ya imparable.
Aquellas regiones donde las fuerzas feudales reaccionarias reprimieron el embrión de la nueva sociedad en desarrollo, fueron condenadas a la pesadilla de un largo y vergonzoso período de degeneración, decadencia y declive. El ejemplo de España es el más gráfico en este aspecto.
La Revolución burguesa
La primera revolución burguesa tomó la forma de una rebelión nacional de los Países Bajos contra el gobierno opresivo de la España católica. Si querían tener éxito, los ricos burgueses holandeses debían apoyarse en los hombres sin propiedad: aquellos desesperados valientes provenientes principalmente de las capas más pobres de sociedad. Las tropas de choque neerlandesas eran conocidas desdeñosamente por sus enemigos como los “mendigos del mar”.
Esta descripción no era totalmente inexacta. Eran artesanos pobres, peones, pescadores, gente sin hogar y desposeída – todos ellos considerados despojos de la sociedad, pero enardecidos con el fanatismo calvinista, infligieron una derrota tras otra a las fuerzas de la poderosa España. Esto sentó la base para el ascenso de la república holandesa y una Holanda burguesa próspera moderna.
El siguiente episodio de la revolución burguesa fue aún más significativo y de gran alcance en sus implicaciones. La Revolución inglesa del siglo XVII asumió la forma de una guerra civil. Se expresó como un poder dual. El poder real, que descansaba sobre las clases privilegiadas y los círculos superiores de estas clases – los aristócratas y obispos, basados en Oxford – se vio confrontado con la burguesía y los pequeños terratenientes y masas plebeyas, basadas alrededor de Londres.
La Revolución inglesa sólo tuvo éxito cuando Oliver Cromwell, basándose en los elementos más radicales, es decir, los plebeyos armados, barrió la burguesía a un lado y emprendió una guerra revolucionaria contra los Realistas. Como resultado, el rey fue capturado y ejecutado. El conflicto terminó con la abolición del Parlamento y la dictadura de Cromwell.
Las filas inferiores del ejército, bajo el mando de los Levellers (los niveladores, en inglés) –el ala de extrema izquierda de la revolución – trató de llevar la revolución adelante, cuestionando la propiedad privada, pero fue aplastada por Cromwell. La razón de este fracaso se explica por las condiciones objetivas de ese período. La industria todavía no se había desarrollado hasta el punto en el que podría proporcionar la base para el socialismo.
El proletariado mismo se encontraba en una fase de desarrollo embrionaria. Los propios seguidores de los Levellers representaban los niveles inferiores de la pequeña burguesía y, por lo tanto, a pesar de todo su heroísmo, eran incapaces de marcar su propio camino histórico individual. Tras la muerte de Cromwell, la burguesía llegó a un acuerdo con Carlos II, que le permitió hacerse con el poder real manteniendo la Monarquía como baluarte contra cualquier futura revolución contra la propiedad privada.
La Revolución norteamericana, que tomó la forma de una guerra de independencia nacional, tuvo éxito en la medida en que implicó a la masa de agricultores pobres que emprendieron una guerra de guerrillas exitosa contra los ejércitos del rey Jorge de Inglaterra.
La Revolución francesa de 1789-93 fue más lejos que la Revolución inglesa. Fue uno de los mayores acontecimientos de la historia de la humanidad. Incluso, hoy, es una fuente interminable de inspiración. Si bien Cromwell luchó bajo la bandera de la religión, la burguesía francesa levantó la bandera de la Razón. Incluso antes de derribar las murallas colosales de la Bastilla, derribó las murallas invisibles, pero no menos formidables, de la Iglesia y de la religión.
En cada etapa, fue la participación activa de las masas la fuerza motriz de la Revolución francesa, lo que le permitió seguir adelante y apartar todos los obstáculos. Y cuando esta participación activa de las masas disminuyó, la Revolución se detuvo y retrocedió. Esto es lo que condujo directamente a la reacción; en primer lugar, termidoriana y, más tarde, bonapartista.
Los enemigos de la Revolución francesa siempre tratan de ennegrecer su imagen acusándola de violenta y sangrienta. De hecho, la violencia de las masas es inevitablemente una reacción contra la violencia de la vieja clase dominante. Los orígenes del Terror deben buscarse en la reacción de la revolución a la amenaza del derrocamiento violento tanto de sus enemigos internos como externos. La dictadura revolucionaria fue el resultado de la guerra revolucionaria y sólo una expresión de ésta.
Bajo el gobierno de Robespierre y los Jacobinos, los denominados “sans-culottes”, semi-proletarios, fueron determinantes en el éxito de la Revolución francesa. De hecho, las masas empujaron a los líderes a ir más lejos de lo que hubieran querido. Objetivamente, la Revolución era de carácter democrático-burgués, ya que el desarrollo de las fuerzas productivas y del proletariado todavía no había alcanzado un punto donde pudiera plantearse la cuestión del socialismo.
El proceso, que había alcanzado sus límites, retrocedió llegado cierto punto. Robespierre y su facción acabaron con el ala Izquierda, y después fueron abatidos ellos mismos. Los reaccionarios termidorianos en Francia persiguieron y oprimieron a los Jacobinos, mientras las masas, desgastadas por años de esfuerzo y sacrificio, comenzaron a caer en la pasividad y la indiferencia. El péndulo se balanceó bruscamente a la derecha. Pero no restauró el Antiguo Régimen. Las conquistas socioeconómicas fundamentales de la Revolución permanecieron. El poder de la aristocracia terrateniente estaba roto.
El Directorio putrefacto y corrupto fue sustituido por la dictadura personal, igualmente putrefacta y corrupta, de Bonaparte. La burguesía francesa estaba atemorizada por las tendencias igualitarias de los Jacobinos y de los “sans-culottes”. Pero estaba aún más aterrorizada por la amenaza de la contrarrevolución monárquica, que le arrebataría el poder y la haría retroceder al periodo anterior a 1789. Las guerras siguieron y hubo rebeliones internas de los reaccionarios. La única salida era introducir de nuevo la dictadura, pero bajo dictamen militar. La burguesía buscaba a un Salvador y lo encontró en la persona de Napoleón Bonaparte.
Con el fracaso de Napoleón en la Batalla de Waterloo, se extinguieron los últimos rescoldos del fuego de la Francia revolucionaria. Un período largo y gris se instaló en Europa como un abrigo grueso cubierto de polvo sofocante. Las fuerzas de la reacción triunfante parecieron asentarse firmemente en el poder. Pero esto era sólo una apariencia. Bajo la superficie, el “topo de la revolución” estaba ocupado cavando los cimientos para una nueva revolución.
La victoria del capitalismo en Europa sentó las bases para el auge colosal de la industria y, con ello, el fortalecimiento de esa clase que está destinada a derrocar el capitalismo y a guiar una etapa nueva y más alta del desarrollo social – el socialismo. Marx y Engels escribieron en El Manifiesto Comunista:
“Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: El Papa y el Zar, Metternich y Guizot, los Radicales y los polizontes alemanes”.
Estas palabras describen el sistema reaccionario que fue establecido por el Congreso de Viena tras la derrota de Napoleón en 1815. Se tenía la intención de eliminar el riesgo de la revolución para siempre, exorcizar el fantasma de la Revolución francesa para siempre. La brutal dictadura de las “fuerzas de la vieja Europa” parecía que duraría para siempre. Pero, tarde o temprano, las cosas se convertirían en su opuesto. Por debajo de la superficie de reacción, nuevas fuerzas fueron madurando progresivamente y emergió una nueva clase revolucionaria, el proletariado.
La contrarrevolución fue derrocada por una nueva oleada revolucionaria que sacudió a Europa en 1848. Estas revoluciones se libraron bajo la bandera de la democracia, la misma bandera que fue levantada en las barricadas de París en 1789. Pero en todas partes la fuerza dirigente de la revolución no fue una cobarde y reaccionaria burguesía, sino los descendientes directos de los “sans-culottes” franceses, la clase obrera, que inscribió en su bandera un nuevo tipo de ideal revolucionario, el ideal del comunismo.
Las revoluciones de 1848-49 fueron derrotadas por la cobardía y la traición de la burguesía y sus representantes Liberales. La reacción gobernó una vez más hasta 1871, cuando el heroico proletariado de Francia asaltó el cielo en la Comuna de París, la primera vez en la historia que la clase obrera derrocaba el viejo Estado burgués y comenzaba a crear un nuevo tipo de Estado, un Estado obrero. Ese glorioso episodio duró pocos meses y, finalmente, fue ahogado en sangre. Pero dejó un patrimonio duradero y sentó las bases de la Revolución rusa de 1917.
La Revolución Rusa
Para los marxistas, la Revolución bolchevique fue el mayor acontecimiento de la historia de la humanidad. Bajo la dirección del partido bolchevique de Lenin y Trotsky, la clase obrera consiguió derrocar con éxito a sus opresores y al menos iniciar la tarea de la transformación socialista de la sociedad.
Sin embargo, la revolución tuvo lugar, no en un país capitalista avanzado como Marx había esperado, sino en las condiciones de atraso más espantosas. Para dar una idea aproximada de las condiciones a las que se enfrentaron los bolcheviques, en sólo un año, 1920, murieron de hambre 6 millones de personas en la Rusia soviética.
Marx y Engels explicaron hace mucho tiempo que el socialismo, una sociedad sin clases – requiere de las condiciones materiales necesarias para existir. El punto de partida del socialismo debe superar al punto de desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad capitalista más avanzada (EE.UU. por ejemplo). Sólo sobre la base de una industria, agricultura, ciencia y tecnología altamente desarrolladas, es posible garantizar las condiciones para el libre desarrollo del ser humano, a partir de una drástica reducción de la jornada de trabajo. La condición previa para esto es la participación de la clase obrera en el control democrático y la administración de la sociedad.
Engels hace mucho tiempo explicó que, en cualquier sociedad en la que el arte, la ciencia y el gobierno son monopolio de una minoría, dicha minoría utilizará y abusará de su posición en favor de sus propios intereses. Lenin fue consciente rápidamente del peligro de la degeneración burocrática de la Revolución en condiciones de atraso. En, El Estado y la Revolución, escrito en 1917, elaboró un programa sobre la base de la experiencia de la Comuna de París. En él explicó las condiciones básicas – no para el socialismo o el comunismo, sino para el primer período después de la Revolución, el período de transición entre el capitalismo y el socialismo. Estos eran los requisitos:
1) Elecciones libres y democráticas con revocabilidad de todos los funcionarios.
2) Ningún funcionario puede percibir un salario más alto que un obrero cualificado.
3) Ningún ejército permanente, sino el pueblo armado.
4) Gradualmente, todas las tareas de administración del Estado se harán por todo el mundo de forma rotativa: “cuando todo el mundo es un ‘burócrata’ por turnos, nadie es un burócrata”.
Éste era un programa para la democracia obrera. Estaba dirigido directamente a contrarrestar el peligro de la burocracia. Constituyó, a su vez, la base del Programa del Partido bolchevique de 1919. En otras palabras, contrariamente a las calumnias de los enemigos del socialismo, la Rusia soviética en la época de Lenin y Trotsky fue el régimen más democrático de la historia.
Sin embargo, el régimen democrático de los trabajadores de la Unión Soviética establecido por la Revolución de Octubre no sobrevivió. En los primeros años del decenio de 1930, todos los puntos anteriores se suprimieron. Bajo el régimen de Stalin, el Estado obrero sufrió un proceso de degeneración burocrática que terminó con la creación de un monstruoso régimen totalitario y la aniquilación física del partido leninista. El factor determinante de la contrarrevolución política estalinista en Rusia fue el aislamiento de la Revolución en un país atrasado. La forma en que esta política de la contrarrevolución tuvo lugar fue explicada por Trotsky en La Revolución traicionada.
No es viable para la sociedad saltar directamente del capitalismo a una sociedad sin clases. El patrimonio material y cultural de la sociedad capitalista es altamente inadecuado para ello. Hay demasiada escasez y desigualdad que no se puede solucionar inmediatamente. Después de la revolución socialista, debe haber un período de transición que prepare el terreno para la súper abundancia y una sociedad sin clases.
Marx llamó a esta primera etapa de la nueva sociedad, “la fase inferior del comunismo”, en contraposición a “la fase superior del comunismo”, donde el último residuo de desigualdad material desaparecería. En este sentido, el socialismo y el comunismo son considerados como las etapas “inferior” y “superior” de la nueva sociedad.
Al describir la etapa inferior del comunismo, Marx escribe: “De lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino, al contrario, de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuyas entrañas procede”. (Marx y Engels, Obras escogidas, Crítica del Programa de Gotha, por Marx, Vol. 3)
“Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista”, afirma Marx, “media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. Y a este período corresponde también un período político de transición cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado”.
Como explicaron todos los grandes teóricos marxistas, la tarea de la revolución socialista es llevar al poder a la clase obrera para aplastar la vieja máquina del Estado capitalista. Este último ejerce de órgano represivo destinado a mantener sometida a la clase obrera. Marx explicó que el Estado capitalista, junto con su burocracia estatal, no puede servir a los intereses del nuevo poder. Tiene que ser eliminado. Sin embargo, el nuevo Estado creado por la clase obrera sería diferente a todos los Estados previos en la historia. Engels lo describió como un semi-Estado, un Estado diseñado de tal manera que estaría destinado a desaparecer.
Sin embargo, para Marx, y este es un punto crucial: esta etapa inferior del comunismo es desde sus comienzos superior, en términos de su desarrollo económico, al capitalismo más desarrollado y avanzado. Y ¿por qué es esto tan importante? Porque sin un enorme desarrollo de las fuerzas productivas, la escasez prevalecería y, con ella, la lucha por la existencia.
Como Marx explicó, este estado de cosas correría el peligro de la degeneración: “este desarrollo de las fuerzas productivas constituye también una premisa práctica absolutamente necesaria, porque sin ella sólo se generalizaría la escasez y, por tanto, con la pobreza, comenzaría de nuevo, a la par, la lucha por lo indispensable y se recaería necesariamente en toda la inmundicia anterior”. (Obras Escogidas, La Ideología alemana, Vol. 1)
Estas palabras proféticas de Marx explican por qué la Revolución Rusa, tan prometedora, terminó en una degeneración burocrática y en la monstruosa caricatura totalitaria del estalinismo, que a su vez, preparó el camino para la restauración capitalista y un retroceso aún mayor. “Toda la inmundicia anterior” resurgió porque la Revolución Rusa quedó aislada en condiciones de terrible atraso material y cultural. Hoy, con el gran avance de la ciencia y la técnica, las condiciones se han preparado para que esto no se repita de nuevo.
Avance sin precedentes
Cada una de las fases del desarrollo humano tiene sus raíces en todas las anteriores. Esto es cierto tanto para la evolución humana como para el desarrollo social. Hemos evolucionado a partir de especies inferiores relacionadas genéticamente con formas de vida más primitivas, como lo demuestra el genoma humano. Una diferencia genética de menos del 2% nos separa de nuestros parientes más cercanos, los chimpancés. Pero ese pequeño porcentaje representa un gran salto cualitativo.
Hemos surgido del salvajismo, de la barbarie, de la esclavitud y del feudalismo, y cada una de esas etapas representó una etapa precisa en el desarrollo de las fuerzas productivas y la cultura. Hegel expresó esta idea en un hermoso pasaje, en La fenomenología del espíritu:
“El capullo desaparece al abrirse la flor, y podría decirse que aquél es negado por ésta; del mismo modo que el fruto hace aparecer a la flor como un falso ser de la planta, mostrándose él como la verdad de ésta en vez de aquélla. Estas formas no sólo se distinguen entre sí, sino que se eliminan las unas a las otras como incompatibles. En su fluir, constituyen al mismo tiempo otros tantos momentos de una unidad orgánica, en la que, lejos de contradecirse, son todos igualmente necesarios, y esta igual necesidad es cabalmente lo que constituye la vida del todo”.
Cada una de las etapas del desarrollo de la sociedad está enraizada en la necesidad, y surge a partir de las etapas precedentes. La Historia sólo puede entenderse tomando estas etapas en su unidad. Cada una tuvo su razón de ser en el desarrollo de las fuerzas productivas, y cada una entró en contradicción con su ulterior desarrollo en un determinado momento, cuando la revolución fue necesaria para deshacerse de las viejas formas y permitir el surgimiento de otras nuevas.
Como hemos visto, la victoria de la burguesía se logró por medio de la revolución, aunque hoy en día a los defensores del capitalismo no les gusta que les recuerden este hecho. Y, como Marx explicó, la burguesía, históricamente, desempeñó un papel revolucionario:
“La burguesía no existe sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción, las relaciones de producción y, consiguientemente, la totalidad de relaciones sociales. La persistencia del antiguo modo de producción era, por el contrario, la primera condición de existencia de todas las clases industriosas precedentes. Este cambio continuo de los modos de producción, este incesante derrumbamiento de todo el sistema social, esta agitación y esta inseguridad perpetuas distinguen a la época burguesa de todas las anteriores”. (Manifiesto Comunista).
En el capitalismo las fuerzas productivas han experimentado un desarrollo espectacular, algo sin precedentes en la historia de la humanidad. A pesar del hecho de que el capitalismo es el sistema más explotador y opresor que haya existido nunca y, a pesar del hecho de que, en palabras de Marx, “El Capital entró en la etapa de la historia chorreando sangre por todos sus poros”, representa, sin embargo, un enorme salto hacia adelante en el desarrollo de las fuerzas productivas y, por tanto, de nuestro poder sobre la naturaleza.
Durante los dos últimos siglos, el desarrollo de la tecnología y de la ciencia ha avanzado a un ritmo más rápido que en toda la historia anterior. La curva del desarrollo humano, que se mantuvo prácticamente estable durante la mayor parte de nuestra historia, de repente experimentó una subida exorbitante. El vertiginoso avance de la tecnología es una condición previa para la definitiva emancipación de la humanidad, para la eliminación de la pobreza y del analfabetismo; de la ignorancia y de la enfermedad, y para la dominación de la naturaleza por el hombre, mediante una planificación consciente de la economía. El camino está abierto para la conquista, no sólo de la Tierra, sino del espacio.
El capitalismo en decadencia
Todas las épocas han experimentado la ilusión de que su sistema duraría para siempre. Cada sistema social se considera a sí mismo representante de la única forma posible de existencia de los seres humanos; considera sus instituciones, su religión y su moral lo único posible que puede existir. Los caníbales, los sacerdotes egipcios, María Antonieta y el Zar Nicolás, todos creían fervientemente en ello. Y eso es lo que la burguesía y sus apologistas quieren demostrar cuando nos aseguran, sin el menor fundamento, que el llamado sistema de “libre empresa” es el único sistema posible, justo cuando está empezando a mostrar todos los signos de decadencia.
El sistema capitalista actual se asemeja al mago que no sabe controlar las fuerzas poderosas que ha conjurado. La contradicción fundamental de la sociedad capitalista es el antagonismo entre el carácter social de la producción y la forma privada de su apropiación. De esta contradicción principal surgen muchas otras. Esta contradicción se expresa por medio de crisis periódicas, como explica Marx:
“Cada crisis destruye regularmente, no sólo una masa de productos ya creados, sino, todavía más, una gran parte de las mismas fuerzas productivas. Una epidemia que en cualquier otra época hubiera parecido una paradoja, se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la sobreproducción. La sociedad se encuentra súbitamente rechazada a un estado de barbarie momentáneo; diríase que un hambre, una guerra de exterminio, la priva de todos sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. ¿Y por qué? Porque la sociedad tiene demasiada civilización, demasiados medios de subsistencia, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no favorecen ya el desarrollo de la propiedad burguesa; al contrario, han resultado tan poderosas, que constituyen de hecho un obstáculo, y cada vez que 1as fuerzas productivas sociales salvan este obstáculo precipitan en el desorden a la sociedad entera y amenazan la existencia de la propiedad burguesa. El sistema burgués resulta demasiado estrecho para contener las riquezas creadas en su seno ¿Cómo supera estas crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción violenta de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos ¿A qué conduce esto? A preparar crisis más generales y más formidables y a disminuir los medios de prevenirlas”. (Manifiesto Comunista)
Esta es una descripción exacta de la situación actual. Se trata de una terrible paradoja que consiste en que, cuanto más desarrolla la humanidad su capacidad productiva, y más espectaculares son los avances de la ciencia y la tecnología, mayor es el sufrimiento, el hambre, la opresión y la miseria de la mayoría de la población mundial. La enfermedad del capitalismo a escala mundial se manifestó en la crisis de 2008. Éste fue el comienzo de la mayor crisis en los 200 años de existencia del capitalismo, y está lejos de resolverse. Es una expresión del callejón sin salida del capitalismo, que, en última instancia, es el resultado de la rebelión de las fuerzas productivas contra la rigidez de la propiedad privada y del Estado-nación.
Socialismo o barbarie
Durante miles de años, la cultura fue el monopolio de una minoría privilegiada, y la gran mayoría de la humanidad fue excluida del conocimiento, la ciencia, el arte y el gobierno. Incluso ahora, este sigue siendo el caso. A pesar de todas nuestras pretensiones, no estamos realmente civilizados. El mundo en el que vivimos ahora no merece, sin duda alguna, ese nombre. Es un mundo bárbaro, habitado por personas que no han superado todavía un pasado salvaje. La vida sigue siendo una dura y constante lucha por sobrevivir en la gran mayoría del planeta, no sólo en el mundo en vías de desarrollo, sino también en los países capitalistas desarrollados.
Marx señaló que había dos posibilidades para la humanidad: socialismo o barbarie. Por consiguiente, la cuestión se plantea en los términos más crudos: en el próximo período, o la clase obrera toma en sus manos el gobierno de la sociedad, sustituyendo el decrépito sistema capitalista por un nuevo orden social, basado en el desarrollo armónico, la planificación racional de las fuerzas productivas y el control consciente de los hombres y las mujeres sobre sus propias vidas y destinos; o de lo contrario, tendremos que hacer frente al espectáculo más terrible de colapso del desarrollo social, económico y cultural.
La crisis del capitalismo no sólo representa una crisis económica que amenaza el empleo y el nivel de vida de millones de personas en todo el mundo. También amenaza la base misma de una existencia civilizada, si es que existe. Amenaza con hacer retroceder a la humanidad a todos los niveles. Si el proletariado, la única clase auténticamente revolucionaria, no tiene éxito en derrocar el imperio de los bancos y los monopolios, se preparará el terreno para un colapso de la cultura e, incluso, una vuelta a la barbarie.
Conciencia
La dialéctica nos enseña que, más tarde o más temprano, las cosas se convierten en su contrario. Es posible establecer paralelismos entre la geología y la sociedad. Al igual que las placas tectónicas, que se mueven muy lentamente, compensan el retraso con un violento terremoto, el retraso de la conciencia frente a los acontecimientos se ve compensado por cambios bruscos en la psicología de las masas. La manifestación más notable de la dialéctica es la crisis del capitalismo. La dialéctica se está vengando de la burguesía, que no ha comprendido nada, no predijo nada, ni es capaz de resolver nada.
El colapso de la Unión Soviética creó un ambiente de pesimismo y desesperanza entre la clase obrera. Los defensores del capitalismo iniciaron una feroz contraofensiva ideológica contra las ideas del socialismo y del marxismo. Nos prometieron un futuro de paz, prosperidad y democracia gracias a las maravillas de la economía de libre mercado. Dos décadas han pasado desde entonces, y un decenio no es tanto tiempo en el gran esquema de la historia. No queda en la actualidad ni un ápice de esas ilusiones consoladoras.
En todas partes hay guerras, desempleo, pobreza y hambre. Y en todas partes emerge un nuevo espíritu de revuelta, y la gente busca ideas que puedan explicar lo que está ocurriendo en el mundo. El viejo, estable, próspero, y en paz, capitalismo está muerto, y con él, las pacíficas relaciones armoniosas entre las clases. El futuro nos reserva años y décadas de austeridad, desempleo y caída del nivel de vida. Es una receta para el resurgimiento de la lucha de clases en todas partes.
El embrión de una nueva sociedad ya está madurando en el seno de la vieja. Los elementos de una democracia obrera ya existen en la forma de las organizaciones de trabajadores, los representantes sindicales, los sindicatos, las cooperativas etc. En el período que se abre, se producirá una lucha a vida o muerte, una lucha de los elementos de la nueva sociedad que está por nacer, y también una feroz resistencia por parte de los viejos elementos para evitar que esto suceda.
Es cierto que la conciencia de las masas se ha quedado muy a la zaga de los acontecimientos. Pero esto también se convertirá en su contrario. Grandes acontecimientos están forzando a hombres y mujeres a poner en cuestión sus antiguas creencias y suposiciones. Se están viendo forzados a salir de la antigua apatía e indiferencia supina para enfrentarse con la realidad. Esto lo hemos visto, en líneas generales, con los acontecimientos en Grecia. En tales períodos, la conciencia puede cambiar muy rápidamente. Y eso es justamente lo que llamamos una revolución.
El ascenso del capitalismo moderno y de su sepulturero, la clase obrera, ha hecho mucho más evidente lo que está en el corazón de la concepción materialista de la historia. Nuestra tarea no es sólo entender, sino llevar a término con éxito la lucha histórica de las clases a través de la victoria del proletariado y la transformación socialista de la sociedad. El capitalismo ha fracasado después de todo en “terminar” la historia. La tarea de los marxistas es la de trabajar activamente para acelerar el derrocamiento del viejo y decrépito sistema y contribuir a lograr el nacimiento de un mundo nuevo y mejor.
De la necesidad a la libertad
El enfoque científico de la historia que el materialismo aporta, no nos lleva a sacar conclusiones pesimistas de los terribles síntomas de decadencia a los que nos enfrentamos en todos lados. Por el contrario, la tendencia general de la historia humana ha seguido el camino de un mayor desarrollo de nuestro potencial productivo y cultural.
La relación entre el desarrollo de la cultura humana y las fuerzas productivas ya era evidente para el gran genio de la Antigüedad, Aristóteles, quien explicó en su libro, La metafísica, que el hombre comienza a filosofar cuando sus necesidades vitales están satisfechas, y agregó que la razón por la cual la astronomía y las matemáticas fueron descubiertas en Egipto, fue porque los sacerdotes no tenían que trabajar. Ésta es una concepción puramente materialista de la historia.
Los grandes logros de los últimos cien años han creado, por primera vez, una situación en la que todos los problemas a los que se enfrenta la especie humana pueden ser fácilmente solucionados. El potencial para una sociedad sin clases ya existe a una escala mundial. Es necesario llevar a cabo una planificación racional y armoniosa de las fuerzas productivas, para que este inmenso potencial, prácticamente infinito, pueda desarrollarse.
Una vez que las fuerzas productivas sean liberadas de la camisa de fuerza del capitalismo, el potencial existe para producir un gran número de genios: artistas, escritores, compositores, filósofos, científicos y arquitectos. El arte, la ciencia y la cultura florecerían como nunca antes. Este mundo rico, hermoso y maravillosamente diverso se convertiría por fin en un lugar adecuado en el que pudan vivir los seres humanos.
En cierto sentido, la sociedad socialista es una vuelta al comunismo tribal primitivo, pero a un nivel productivo inmensamente superior. Para que se dé una sociedad sin clases, todos los sellos de la sociedad de clases, sobre todo la desigualdad y la escasez, tendrían que ser abolidos. Sería absurdo hablar de abolición de las clases si la desigualdad, la escasez y la lucha por la existencia siguen prevaleciendo. Al final, sería una contradicción. El socialismo sólo puede aparecer en cierta etapa de la evolución de la sociedad humana, a cierto nivel del desarrollo de las fuerzas productivas.
Sobre la base de una verdadera revolución en la producción, sería posible conseguir tal nivel de abundancia, que hombres y mujeres ya no tendrían que preocuparse de sus necesidades diarias. Las penosas preocupaciones y miedos constantes que a cada rato asolan a las mentes de hombres y mujeres podrían desaparecer. Por primera vez, seres humanos libres serían dueños de sus destinos. Por primera vez, serían realmente humanos. Sólo entonces comenzaría la verdadera historia de la humanidad.
Sobre la base de una economía planificada armoniosa, en la cual el enorme poder productivo de la ciencia y tecnología se pondría al servicio de las necesidades humanas, no de las ganancias de unos cuantos, la cultura alcanzaría niveles nuevos e inimaginables de desarrollo. Los romanos describieron a los esclavos como “herramientas con voz”. Hoy día no tenemos que esclavizar a la gente para hacer el trabajo. Ya tenemos la tecnología para crear robots, que no sólo pueden jugar el ajedrez y realizar tareas elementales en cadenas de producción, sino conducir vehículos de forma más segura que los humanos, y hasta realizar tareas completamente complejas.
Sobre la base del capitalismo, esta tecnología amenaza con desplazar a millones de trabajadores: no sólo a camioneros y obreros no cualificados, sino también a gente como contables o programadores informáticos, que se ven amenazados con la pérdida de su sustento. Millones de personas serán arrojadas al depósito de chatarra y, aquellos que retengan sus empleos, trabajarán jornadas más largas que antes.
En una economía planificada socialista, la misma tecnología sería utilizada para reducir la jornada laboral. Podríamos introducir inmediatamente una semana de treinta horas, seguida de una semana de veinte horas, una semana de diez horas o, aún menos, aumentando la producción y ampliando la riqueza de la sociedad mucho más de lo que se concibe bajo el capitalismo.
Esto representaría un cambio fundamental en las vidas de la gente. Por primera vez, hombres y mujeres se verían liberados del arduo trabajo. Serían libres de desarrollarse física, mental y, hasta se podría añadir, espiritualmente. Hombres y mujeres serían libres de levantar sus ojos y contemplar las estrellas.
Trotsky una vez escribió: “¿Cuántos Aristóteles están arreando cerdos? ¿Y cuántos porqueros están sentados en tronos?” La sociedad de clases empobrece a la gente, no sólo materialmente, sino psicológicamente. Las vidas de millones de seres humanos se confinan a los límites más estrechos. Sus horizontes mentales son raquíticos. El socialismo daría rienda suelta a todo el potencial colosal que está desperdiciando el capitalismo.
Es cierto que las personas tienen diferentes caracteres y aptitudes. No todo el mundo puede ser un Aristóteles, un Beethoven o un Einstein. Pero todo el mundo tiene el potencial para hacer grandes cosas en un campo o en otro, para convertirse en un gran científico, artista, músico, bailarín, o futbolista. El comunismo proporcionaría todas las condiciones necesarias para desarrollar estos potenciales en la mayor medida posible.
Ésta sería la mayor revolución de todos los tiempos. Llevaría a la civilización a una nueva etapa cualitativamente superior. En palabras de Engels, sería el salto de la humanidad desde el reino de la necesidad al reino de la verdadera libertad.