Movilización

¿Cómo podemos hacer la revolución? Lecciones de Grecia

¿Cómo podemos hacer la revolución? Lecciones de Grecia

Europa y el mundo entero viven una situación que no tiene precedentes desde hace décadas. Habría que remontarse a los años 70 del siglo pasado para encontrar un fenómeno similar de luchas de masas y de radicalización política de millones de trabajadores, jóvenes, amas de casa, y sectores empobrecidos de la clase media.

Habría que mirar cuatro décadas atrás también, para encontrar una situación parecida de pánico, miedo y preocupación en la clase dominante. Esto explica el aumento descarado de las mentiras, calumnias y manipulaciones informativas de sus medios de comunicación, gobiernos y partidos, dirigidas  contra los que osamos gritar bien alto que ¡Sí se puede! Que sí se puede desafiar su sistema capitalista y sus privilegios, y que sí se puede alcanzar una sociedad nueva libre de injusticias sociales, explotación, violencia y sufrimiento.

En los momentos “normales” la gente común está sumergida en su vida anónima y gris, mientras que la “historia” corre a cargo de los especialistas en la materia: ministros, políticos profesionales, periodistas,  profesores de universidad, abogados, etc. Pero no estamos en un momento “normal” de la historia. Nuestra realidad actual está marcada por la entrada brusca de las masas de la población en la actividad política, lo que ha cambiado el centro del debate político, que ha pasado del parlamento y los despachos  ministeriales, a la calle. Y esta es la principal característica de un período revolucionario.

Esta situación de fermento social y político que vivimos, particularmente en Europa, no ha caído del cielo. Está indisolublemente vinculada al punto de inflexión histórico que supuso el comienzo de la crisis económica capitalista global de fines del 2008, la mayor crisis de la historia del capitalismo, y que aún perdura.

Cómo hemos llegado hasta aquí

Los primeros años que siguieron al inicio de la crisis fue un período de conmoción y parálisis social provocado por la profundidad de la crisis misma, por la rápida subida del desempleo, por los rigores de las políticas de ajuste y austeridad, y por la envergadura del rescate de los bancos y grandes empresas, entre otros. Sin embargo, este período inicial de estupefacción dio paso en los años 2011-2013 a un poderoso movimiento de masas de millones de personas en la calle contra los efectos de la crisis y las políticas antisociales. El pistoletazo de salida lo dieron las masas oprimidas del norte de África y del mundo árabe, en lo que fue conocido como “la primavera árabe”, que derribó las dictaduras de Túnez y Egipto y luego se propagó por toda la región. A esto le siguió el movimiento de los “indignados” en España, iniciado el 15 de mayo de 2011 con la ocupación durante semanas de las plazas públicas, movimiento que luego se extendió a EEUU, Canadá e Israel. Sin embargo, dentro del mundo capitalista desarrollado, la agitación popular fue particularmente intensa en el sur de Europa. En esos años tuvimos las movilizaciones sociales más masivas de nuestra historia. Tal fue el caso de Portugal, Grecia, España y, en menor medida, Irlanda.

En Portugal, tuvimos el movimiento Que se lixe a Troika! (¡Que se joda la Troika!) con manifestaciones espontáneas de hasta un millón de personas –las más numerosas desde la Revolución de los Claveles, en 1974– convocadas a través de las redes sociales (Facebook, Twitter, etc.). En Grecia, fueron convocadas decenas de huelgas generales y manifestaciones multitudinarias, y tuvimos ocupaciones de plazas alentadas por el movimiento del 15-M en España. Precisamente, en España, la movilización de masas alcanzó un registro espectacular. En el trienio 2011-2013 hubo 126.000 actos de protesta diferentes, de diverso tamaño y amplitud. Esto da una media de 115 actos de protestas diarios ¡durante tres años consecutivos! Un 25% de la población española declaró, según un informe oficial, haber participado en alguna manifestación.

Hasta el año 2012, este tremendo despliegue de energía social parecía no tener ningún efecto político, y aparentaba disiparse en el aire sin más consecuencias. Sin embargo, en la primavera de 2012 tuvimos el auge repentino de SYRIZA en Grecia, un partido que en 2009 sacaba el 4,5% de los votos. En abril de 2012, SYRIZA consiguió el 16% en las elecciones, y en el mes de junio de ese mismo año subió al 26%, convirtiéndose  en el principal partido de la oposición. En enero de 2015, SYRIZA llegó al poder con un 36% de apoyo popular.

Otro país donde los efectos políticos de la crisis se manifestaron con un vigor extraordinario fue el Estado español, donde PODEMOS –creado en enero de 2014– llegó a convertirse en el partido con mayor intención de voto a fines de ese mismo año, con apenas 10 meses de existencia y tras haber conseguido un 8% de votos en las elecciones europeas de mayo de 2014. De la noche a la mañana, más de 200.000 personas se inscribieron en PODEMOS con decenas de miles participando semanalmente en sus reuniones de círculo.

Para desmentir que este proceso de politización y radicalización sea una “enfermedad” del empobrecido sur de Europa, baste mencionar el “fenómeno” de Jeremy Corbyn en Gran Bretaña, candidato de la casi inexistente izquierda del Partido Laborista, que  arrasó en las elecciones a secretario general, con el 60% de los votos, en base a un discurso audaz anti-austeridad y anti-Establishment. Durante la campaña electoral reunió a decenas de miles en sus mítines, y aún hoy lo sigue haciendo. En pocas semanas, más de 70.000 personas se afiliaron al Partido Laborista, para mostrar y reforzar su apoyo al nuevo dirigente de izquierdas.

Por último, debemos mencionar el caso en EEUU del aspirante a la nominación del Partido Demócrata para las elecciones presidenciales de 2016, Bernie Sanders, senador del Estado de Vermont. Se declara “socialista” y emplea un fuerte discurso contra los ricos y a favor de los trabajadores. Decenas de miles de jóvenes y activistas sociales están colaborando en su campaña, y sus actos son multitudinarios. Lo llamativo es que Sanders ya supera en intención de voto en algunos Estados a la otra aspirante Demócrata, Hillary Clinton, la candidata del Establishment.

En todos estos casos, se trata o trataba de nuevos dirigentes y movimientos que emplean  un discurso radical contra las injusticias sociales y los gobernantes. En su fase de despegue, todos ellos han manifestado, aparentemente, una voluntad de terminar con la situación actual de injusticias sociales, despertando inmediatamente un entusiasmo de masas y un deseo irrefrenable de participación en sus reuniones y debates, con decenas de miles organizándose políticamente.

Si cualquiera de estos importantes desarrollos políticos (en Grecia, España, Gran Bretaña o EEUU) hubiera tenido lugar en un país aislado, eso hubiera podido atribuirse a la casualidad o a las condiciones particulares en dicho país; pero cuando fenómenos similares están dándose en varios países de forma simultánea, entonces no son una casualidad sino que responden a una necesidad que emana de condiciones sociales comunes. Lo que tenemos delante de nosotros es un nuevo proceso histórico global de radicalización política –como en los años 70. Estamos viendo  el agotamiento de las ilusiones en el sistema capitalista entre amplias capas de la población, con una extensión del fermento social, de la rebeldía, de la indignación y del compromiso político, que expresan la búsqueda por parte de millones de personas de una alternativa a una sociedad enferma, corrompida e injusta que requiere ser superada. 

La reacción de la clase dominante

En Europa, en todos los fenómenos citados (SYRIZA, PODEMOS, Corbyn) la reacción de la clase dominante, de sus medios de comunicación y de sus agentes en la derecha y en los partidos socialdemócratas, ha sido de una hostilidad visceral. Han desatado una campaña de histeria para tratar de introducir el pánico en la población ante las supuestas consecuencias de las políticas económicas alternativas que defienden estos nuevos movimientos políticos.

Pero esta campaña insana también ha tenido otras consecuencias. Ha desnudado la falsedad e hipocresía de la llamada “democracia occidental”, según la cual la gente puede votar lo que quiera, pero las políticas económicas y sociales son dictadas por los grandes banqueros e industriales y sus marionetas en la Unión Europea y el FMI ¿Qué es esto, sino la dictadura del gran capital?

¿Y por qué tanta hostilidad? Por una parte se debe a que estos partidos, movimientos y dirigentes emergentes aseguran que terminarán con las políticas de ajuste y austeridad si llegan al gobierno, haciendo pagar a los ricos una crisis que las familias trabajadoras no han generado. Y por otra parte, se debe al pánico que tienen a los millones de personas –fundamentalmente familias obreras– que apoyan a estos partidos y movimientos y que podrían escapar al control de sus dirigentes, a quienes podrían obligar a ir mucho más allá de sus intenciones iniciales.

Las lecciones de Grecia

Grecia oxiEn enero de 2015, SYRIZA se convirtió en el primer partido político situado a la izquierda de la socialdemocracia que llegaba al gobierno en Europa, desde los años 30. Por primera vez desde el inicio de la crisis, un gobierno de izquierda anti-austeridad podía demostrar cómo revertir las políticas capitalistas que han empobrecido a millones e inaugurar un camino a seguir por millones de trabajadores y explotados del resto de Europa y del mundo ¿Qué lecciones podemos sacar de esta experiencia?

La llegada al gobierno de Syriza tuvo un apoyo entusiasta en la población. En los días posteriores a la elección, cuando Tsipras anunció las primeras medidas de su programa electoral que consistía, entre otras, en paralizar y revertir las privatizaciones, subir el salario mínimo, terminar con los desahucios, recontratar a miles de empleados públicos despedidos, restablecer la negociación colectiva de los convenios de trabajo, y solicitar una reestructuración de la deuda externa a los acreedores, el apoyo a su gobierno en las encuestas superó el 80%. Por lo tanto, la  condición más importante para llevar adelante un programa de reformas audaz, estaba asegurada, como era gozar de un sólido apoyo popular.

Lo cierto es que después de negociaciones y discusiones que se prolongaron durante meses, la Troika (Unión Europea, FMI y Banco Central Europeo) declaró incompatible  el programa electoral de SYRIZA con el pago de la deuda, estimada en 320.000 millones de euros, que casi duplica el valor de la producción anual del país, el PIB. La Troika también se negó a discutir una reestructuración que aliviara el peso de la deuda, amenazando a Grecia con expulsarla del euro si no aceptaba un nuevo plan de ajuste con nuevos recortes para garantizar el pago de dicha deuda. Y eso, pese a que el propio FMI reconocía que esta deuda era impagable si no se reestructuraba para pagarla en plazos más largos (30 años) o se la sometía una quita “profunda”.

El gobierno de SYRIZA respondió con la convocatoria del referéndum del 5 de julio para pedir el rechazo a esas condiciones humillantes de un nuevo paquete de rescate. En medio de una campaña criminal con todo tipo de amenazas y medidas de terror económico por parte del BCE –como reducir el suministro de liquidez a los bancos, lo que obligó al gobierno a introducir un “corralito” financiero que limitaba la extracción de dinero de los cajeros– el gobierno de Tsipras consiguió un apoyo insólito del 62% contra las demandas de la Troika. Por si quedaba alguna duda, en la peor de las situaciones, el gobierno de Syriza tenía un apoyo aplastante de su pueblo. Insistimos, ¿cuánto más apoyo social necesitaba Tsipras para iniciar un cambio radical de modelo económico y social?

Increíblemente, para decepción de millones de personas en Grecia, Europa y todo el mundo, Tsipras claudicó ante la Troika una semana más tarde, aceptando un nuevo plan de “rescate” por valor de 86.000 millones de euros a cambio de medidas de ajuste mucho más duras que las que el pueblo había rechazado en el referéndum del 5 de julio, y en condiciones más humillantes. Tsipras se justificó diciendo que la alternativa era la expulsión de Grecia del euro, que conduciría a una situación peor que la actual, y que eso no era lo quería el pueblo griego.

Es cierto que en caso de expulsión del euro, Grecia tendría que disponer de una moneda nacional con la que emitir deuda para atender sus gastos y seguramente tendría que pagar intereses altísimos para captar préstamos extranjeros. Dado que sería una moneda que ningún inversor querría, quedaría muy devaluada. Carente de materias primas y de un aparato productivo desarrollado y moderno, la importación masiva de productos conduciría a Grecia a una hiperinflación de los precios y a una catástrofe económica incluso más severa que la actual. Pero esta situación parte de la base de mantenerse dentro del sistema capitalista y como una economía nacional aislada. Esta no es nuestra alternativa.

El nuevo plan de ajuste acordado entre el gobierno griego y la Troika  implica privatizaciones masivas, reducción de las pensiones, subidas del IVA, mantenimiento de los pagos de la deuda, de los ajustes y de los recortes, y guardar en un cajón casi todo el programa electoral con el que Syriza ganó las elecciones de enero de 2015. Más aún, según el acuerdo firmado, el gobierno de Syriza no podrá aprobar una sola ley o medida económica, que no tenga el permiso o el acuerdo de la Troika. El plan de privatizaciones será manejado por una comisión compuesta por funcionarios de Bruselas. Grecia pasa a ser, en la práctica, un protectorado de la Troika. Y lo fundamental del dinero del nuevo “rescate” –léase, un nuevo endeudamiento por valor de 86.000 millones de euros– irá a rescatar los bancos privados griegos y a devolver créditos de deuda pública que estén próximos a vencer.

A la oligarquía griega, que ha evadido en estos años más de 80.000 millones de euros a Suiza y se ha confabulado con la Troika en contra de Syriza, no se le exige un solo sacrificio a favor de su pueblo. Todo el peso del ajuste seguirá recayendo sobre la clase obrera, sus familias, los jubilados, la juventud desempleada y los pequeños propietarios y profesionales arruinados.

En el momento de la verdad, Tsipras y demás dirigentes de Syriza demostraron no tener una alternativa para enfrentarse y doblegar a la Troika y a sus planes de ajuste.

La tragedia de esto, es que todos esos sacrificios –como los anteriores– serán en vano. Es sólo cuestión de tiempo que Grecia entre en bancarrota por falta de pago de la deuda y Alemania decida que ya no está dispuesta a prestar más dinero. Por tanto, la salida de Grecia del euro sólo se ha retrasado y va a ser inevitable de cualquier modo.

Entonces, ¿no hay alternativa al pago de esta deuda y a la austeridad? Si fuera así, la formación de SYRIZA y su desarrollo espectacular en los últimos 3 años ha debido ser una impostura política, un tremendo aborto histórico. Syriza creció y se desarrolló precisamente denunciando los ajustes y proponiéndose como la herramienta para terminar con ellos. Pero al final, va a ser el instrumento para llevar nuevas y más agudas políticas de ajuste y de austeridad.

La burguesía y sus políticos creen en los ajustes, y los ven necesarios, porque consideran que deben ser los trabajadores y las familias pobres quienes deben pagar la crisis para sostener la economía capitalista y asegurar los intereses de los grandes banqueros y monopolios. Tsipras, sin embargo, dice no creer en los ajustes y que le parecen negativos. Pero reconoce que no tiene ninguna alternativa, y acepta que hay que seguir recortando y ajustando “por miedo a ser expulsados del euro”. Tsipras no sólo carece de una alternativa, su posición revela una completa bancarrota política, y por lo tanto ni él ni Syriza pueden ser ya un instrumento útil para transformar la sociedad en interés de las familias obreras y de los pobres.

La izquierda española y la experiencia griega

Entonces, ¿hay o no alternativa, en Grecia, a las políticas de ajuste y austeridad?

Todos los dirigentes de la izquierda española en PODEMOS e Izquierda Unida, con mayor o menor énfasis, han justificado la política de Tsipras. Si bien reconocen que el acuerdo es malo, plantean que Tsipras no podía hacer otra cosa más que firmarlo.

Las razones que exponen son, básicamente, dos: primero, que Grecia sólo supone el 2% de la economía de la UE y que carece de músculo económico para imponerse al imperialismo alemán y demás Estados centrales de Europa; segundo, que hay una correlación de fuerzas desfavorable en el conjunto de Europa, con un solo gobierno anti-austeridad al frente (se supone que el de Tsipras) y que, por lo tanto, Grecia está sola frente al resto de las “instituciones” europeas.

Vamos a examinar algo más en detalle estas dos razones. Pero antes, debemos hacer una observación preliminar.

En primer lugar, cuando se plantea que Tsipras no tenía margen para rechazar el nuevo plan de ajuste eso implica reconocer en los hechos que el pueblo griego debe aplazar hasta una fecha indeterminada su aspiración inmediata por el bienestar y por escapar de la pobreza; al menos, hasta un futuro indeterminado cuando -se supone- otros PODEMOS y SYRIZAS accedan al gobierno en diferentes países europeos. Pero aceptar esto significa recomendarle al pueblo griego que se resigne a su suerte.

En segundo lugar, cuando comience a disiparse el actual ambiente de amargura, y los trabajadores y las capas populares de Grecia salgan a luchar contra los efectos de los ajustes aplicados por el gobierno de Syriza, como ya ha empezado a suceder ¿qué se supone que debemos aconsejar a las masas trabajadoras griegas? ¿Qué su causa está perdida, y es inútil que protesten? ¿Que esperen a que los franceses y alemanes formen un PODEMOS o una Syriza que esté en condiciones de llegar al gobierno?

Como se ve, el problema es que si aceptamos de manera fatalista la firma de este pésimo acuerdo, al final terminaremos repitiendo los mismos argumentos de la socialdemocracia – el PASOK en Grecia, o el PSOE en España – cuando trata de convencer a las familias trabajadoras de que no hay alternativa al ajuste y a las políticas de austeridad.

Como decíamos antes, los compañeros dirigentes de PODEMOS y de IU, afirman enfáticamente que “España no es Grecia”, porque España supone el 12% de la economía de la UE y no podremos ser chantajeados tan fácilmente como los griegos para obligarnos a aplicar políticas de austeridad, ya que una salida de España del euro provocaría un efecto desestabilizador muy potente en toda la economía europea. Lo que estos compañeros parecen olvidar es que el chantaje y el boicot económico a una España que desafíe a la Troika y sus políticas de austeridad no vendrán solo desde fuera ¿Acaso creen los compañeros Iglesias y Garzón que ese 12% de la economía de la UE que representa España estaría bajo el control de su gobierno, o que es una riqueza que pertenece al pueblo? Nada de eso. Ese 12% está firmemente en manos de la oligarquía española, en manos de los bancos Santander, BBVA y Sabadell, de Telefónica e Iberdrola, de las grandes constructoras como ACS o ACCIONA, de redes de comercialización como Carrefour, Mercadona o El Corte Inglés, de grandes empresas como Volkswagen, Arcelor-Mittal, Acerinox, Planeta e Indra. Ese 12% conspirará activamente, desde el primer día, contra un gobierno de la izquierda anti-austeridad y de la unidad popular. Recurrirá a la huelga de inversiones, a la fuga de divisas, a la escasez y la subida de precios, etc. Todo ello será reforzado con la presión exterior de amenazas y chantajes por parte de la Troika, para obligar al gobierno a ponerse de rodillas, ni más ni menos que como ha hecho con Tsipras en Grecia.

Por otro lado, los compañeros Pablo Iglesias y Alberto Garzón justifican a Tsipras por “la desfavorable correlación de fuerzas en las instituciones europeas”. Pero la política de Tsipras ha empeorado esa correlación de fuerzas. Ahora, la derecha y la socialdemocracia pueden exclamar con jactancia que “las aventuras populistas” también conducen al ajuste y la austeridad, por lo que conviene seguir apoyando “lo menos malo” conocido; esto es, a los viejos partidos del sistema. 

Es por eso que los compañeros de la dirección y los activistas de izquierdas, de PODEMOS, y de los movimientos sociales del Estado español debemos asimilarnos todas las lecciones que se desprenden de la experiencia griega ante los acontecimientos por venir. Debemos abrir un debate amplio y sincero sobre cómo actuar para hacer frente al chantaje y boicot de la oligarquía económica capitalista española y europea, y cómo podríamos comenzar verdaderamente una transformación profunda de la sociedad a favor de los explotados y excluidos cuando tengamos un gobierno nuestro al frente del país.

Lo primero que debemos proclamar bien alto es que sí existe una alternativa. Pero esa alternativa se sitúa fuera del capitalismo. Estamos completamente persuadidos de que tenemos la fuerza y el apoyo popular para llevar a la práctica esta alternativa, y las máximas garantías para vencer y abrir un nuevo período histórico en nuestros países, en Europa, y a nivel mundial.

La concepción “reformista” de la lucha contra la austeridad

El problema de Tsipras, como el de muchos dirigentes de la izquierda española y europea, es que tienen una concepción “reformista”, y no revolucionaria, de la lucha por la transformación de la sociedad; es decir, buscan dentro de un capitalismo en profunda crisis soluciones imposibles a los problemas y necesidades de las familias trabajadoras y demás sectores populares.

Por supuesto, los marxistas estamos a favor de cualquier reforma que mejore las condiciones de vida y de trabajo de las familias trabajadoras. Pero bajo el capitalismo esta política tiene límites muy definidos. Esa concepción reformista podía funcionar de manera temporal y limitada en el período pasado, en el contexto de un auge económico vigoroso, y siempre como un subproducto de la lucha de clases; pero en el período actual ya no puede sostenerse.

Hemos entrado en un período de declive prolongado del capitalismo. La crisis es tan profunda porque las contradicciones de la economía capitalista han sido llevadas a sus límites. Tenemos, por un lado, una crisis de sobreproducción global que condena a la inactividad forzosa a una gran parte de las fuerzas productivas creadas, sobre todo con la formidable irrupción de China en la economía mundial. Y, por otro, tenemos una crisis de la deuda pública y privada que equivale en estos momentos a cerca del 400% del PIB mundial. Por lo tanto, ahora no hay necesidad de hacer inversiones productivas significativas porque ya hay un exceso de producción y de capacidad para los estrechos márgenes del mercado capitalista; y, por otro lado, el pago de las gigantescas deudas públicas y privadas succiona la mayor parte de la escasa riqueza creada. De ahí el estancamiento económico prolongado que vivimos desde 2008, que los economistas burgueses más serios estiman que durará varias décadas, y que obligan a las políticas de ajuste y austeridad. Por eso, los grandes banqueros, monopolios y terratenientes se oponen ferozmente a cualquier reforma que suponga perder un céntimo de sus beneficios con aumentos significativos de salarios, aumento de impuestos, etc.

Lejos de avanzar, la clase obrera ha retrocedido a todos los niveles. Además de la desaparición o reducción de los beneficios sociales, vemos una degradación generalizada de los niveles de vida, peores empleos, peores salarios, más dificultades para adquirir una vivienda, para estudiar, para acceder a guarderías, para recibir una pensión digna, o para viajar. La crisis es demasiado profunda como para que la burguesía pueda permitirse el mantenimiento de las viejas conquistas, sin perspectiva de un auge económico global a la vista. A corto plazo, es más probable incluso, que nos encaminemos a una nueva recesión económica mundial.

Por lo tanto, lo que está en crisis es la concepción “reformista” de la lucha contra la austeridad. Una política reformista sin reformas sólo puede llevar a hacer “contrarreformas”. Eso fue lo que hizo Zapatero en su última parte de gobierno, y es exactamente a donde ha desembocado la “vía Syriza” contra la austeridad.

La “correlación de fuerzas” y la “gente”

Uno de los problemas de la concepción reformista de la lucha de clases en la izquierda es que considera a la “gente” meros receptores pasivos de sus propuestas. Para los reformistas, la política debe correr a cargo de especialistas: dirigentes, diputados, concejales, activistas del partido; mientras que “la gente” debe circunscribir su actividad política a mirar la TV, asistir a un mitin, participar en manifestaciones y votarles. Los reformistas carecen de la concepción marxista y revolucionaria de que la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos, de que la sociedad por la que luchamos debe ser una sociedad dirigida, gestionada y organizada por la población trabajadora, por la “gente”, a través de organismos de poder obrero y popular. Por eso, la “gente”, en nuestra concepción, debe jugar un papel principal en la lucha por la transformación de la sociedad. La desconfianza orgánica en la capacidad de la clase trabajadora para jugar un papel principal en la lucha por el socialismo y en la propia construcción del socialismo es una característica de los dirigentes reformistas; y, aunque no lo deseen, es la fuente de todas las derrotas a las que suelen conducir a la clase trabajadora.

Por eso, cuando Tsipras y otros dirigentes reformistas enfocan el problema de Grecia, sólo ven a la Troika y a su poderoso músculo económico en Alemania y en otros países. Sólo ven gobiernos, parlamentos y medios de comunicación hostiles. Esa es la “correlación de fuerzas” que entra en sus cálculos políticos. Invariablemente, esa “correlación de fuerzas” siempre será desfavorable.

Lo curioso, es que a estos compañeros no se les ocurre mirar abajo, a los millones de trabajadores, jóvenes, desempleados, amas de casa, jubilados, profesionales e intelectuales progresistas, ¡las únicas fuerzas vitales de la sociedad! Son esos millones quienes votaron a Syriza y conformaron el 62% del NO en el referéndum del 5 de julio, los que llenaron las calles y las plazas, y lo que hacen que el país funcione cada día ¿Es que esta “gente” no está acaso dispuesta a jugar un papel protagonista en su futuro si se cuenta con ella? ¿No ha demostrado innumerables veces esta “gente” que está dispuesta a ir hasta el final para defender su futuro, el de sus hijos y el de su país? ¿Esta “gente” no cuenta en la ecuación de la “correlación de fuerzas”? ¿Acaso esta “gente” organizada y movilizada activamente en sus centros de trabajo, en sus barrios, y en la calle, no es una fuerza formidable a tener en cuenta? Más aún, ¿es que acaso no había decenas de millones en toda Europa –incluso más allá- mirando con esperanza, devoción y entusiasmo hacia Grecia y su pueblo? ¿No había decenas de millones de trabajadores, desempleados, jóvenes, amas de casa, jubilados, profesionales e intelectuales progresistas en toda Europa, y más allá, dispuestos a movilizarse en sus ciudades y países para mostrar su apoyo y su aliento al pueblo griego si se les hubiera pedido? ¿No son esas decenas de millones de “gentes” una fuerza formidable, si estuviera bien organizada, para presionar a los gobiernos de sus países y por lo tanto a ser considerada una parte integrante fundamental de la “correlación de fuerzas” presente en Europa?

Lo que debería haber hecho Tsipras

Alexis Tsipras 2015Entonces, siendo concretos, ¿qué debería haber hecho Tsipras después de su contundente victoria en el referéndum del 5 de julio?

Tras conseguir el apoyo aplastante en el referéndum, Tsipras debía haber ido a la televisión, a decirle al pueblo, más o menos lo siguiente: nos elegisteis en enero, y lo habéis ratificado en este referéndum, para representar y defender vuestros intereses, y es justamente eso lo que tenemos intención de hacer. Renunciamos a las políticas de ajuste criminales y a seguir bajo el mandato de la Troika ¡No vamos a pagarles un solo euro a los ladrones que arruinaron al país! Vamos a cancelar y revertir inmediatamente todos los recortes, privatizaciones, despidos y otras contrarreformas que les han sido infligidos a los trabajadores, jóvenes y pensionistas de nuestro país. Con el fin de tomar el control de nuestra propia economía, vamos a expropiar los latifundios, los bancos y las grandes empresas sin ningún tipo de compensación, salvo a los pequeños accionistas y ahorradores. Vamos a introducir un plan de producción que movilice a los desempleados para construir casas, escuelas y hospitales, que la gente necesita. Vamos a introducir el monopolio estatal del comercio exterior y prohibir la exportación de capital, para que así toda la riqueza producida esté bajo el control del pueblo e impedir la evasión de capitales y mercancías que necesitamos para levantar el país.

Seguidamente debería haber planteado a los sindicatos y trabajadores a que ocuparan las grandes fábricas, bancos y empresas, para defender la propiedad de las mismas y evitar el robo de producción, maquinaria, documentación y dinero por parte de los antiguos patrones y gerentes. Se debían convocar asambleas masivas de trabajadores en todas estas grandes empresas para elegir comités, revocables en cualquier momento, que tendrían funciones de control y fiscalización de la producción y de las cuentas. Estos comités obreros, junto con los sindicatos y representantes del gobierno establecerían comités de planificación, que tendrían la tarea de organizar y planificar la producción de las fábricas y empresas, conectada a un plan general de producción en todo el país.

En cada barrio y pueblo se deberían convocar asambleas populares y vecinales para formar comités barriales, revocables en cualquier momento, a fin de evaluar exactamente las necesidades populares en materia de vivienda, infraestructura, transporte, ocio, etc. y gestionarlos. Esta sería una forma de dar cauce a la participación popular en el control y la gestión de sus asuntos. Estos comités vecinales trabajarían de manera estrecha con los ayuntamientos.

¿Quién se hubiera opuesto a esto? Por supuesto, se opondrían las decenas de familias de oligarcas privilegiados que dominan la economía del país, unos pocos miles de individuos de clase media alta que comen de las migajas que caen de los más ricos, los altos jefes militares y policiales, y la casta judicial y religiosa. Pero ¿qué fuerza representan todos ellos frente a millones de hombres y mujeres que sostienen la sociedad día a día con su trabajo y esfuerzo? Millones que han manifestado su voluntad de luchar incansablemente por su futuro y el de sus familias. No hay fuerza más poderosa en la sociedad que la clase trabajadora y la juventud, una vez movilizada y puesta en pie para defender una política que atienda los intereses de la inmensa mayoría.

Las condiciones para llevar a cabo esta transformación de la sociedad de manera pacífica eran inmejorables. El aparato represivo hubiera sido impotente para reprimir a millones. Habría terminado dividido y escindido, expresando los diferentes intereses de clase en pugna. La casta de oficiales habría apoyado a la burguesía y a los ricos, pero en los soldados de tropa, e incluso en la base de la Policía, habría una mayoría de miembros procedentes de familias obreras y campesinas sensibles a las reivindicaciones de sus padres y hermanos.

Lo que se necesitaba, por tanto, era una acción de gobierno enérgica, complementada con la movilización activa de la clase obrera y de la juventud en las empresas y en las calles, para desbaratar cualquier maniobra de la reacción.

¿Y si nos echan del euro?

Sin duda, los dirigentes de la derecha y de la socialdemocracia habrían tratado de asustar diciendo que si un gobierno de la izquierda en Grecia aplicara esa política, sería expulsado del euro y de la Unión Europea. Es una posibilidad, de la misma manera que el conjunto de la burguesía europea trataría de estrangular la economía griega para que no cundiera el ejemplo en el resto del continente.

En cualquier caso, la expulsión del euro es sólo una cuestión de tiempo en la situación actual cuando Grecia, inevitablemente, entre en cesación de pagos. Lo cierto es que una economía donde el Estado controle la banca, la gran industria, el negocio naviero, las redes de trasporte y comercialización, bajo el control democrático de los trabajadores, estaría en condiciones de resistir mucho mejor un período de acoso y aislamiento, que un gobierno burgués encerrado en los estrechos márgenes de una economía controlada por una oligarquía parásita y ladrona en bancarrota.

Pero esta reacción previsible de los gobiernos burgueses de Europa contra una Grecia socialista sería solamente una de las caras de la moneda. Una Grecia socialista despertaría inmediatamente la solidaridad de los trabajadores y la juventud del resto de Europa con movilizaciones multitudinarias. Estas movilizaciones no sólo apuntarían contra los intentos de aislarla sino también contra la clase dominante de sus países para exigir las mismas medidas socialistas que se aplicarían en Grecia.

Una política internacionalista

Esta tendencia a la solidaridad de la clase obrera europea se habría reforzado con un llamamiento enérgico del gobierno de Tsipras a los trabajadores europeos para que apoyaran las medidas tomadas en Grecia y para animarlos a que hicieran lo mismo en sus países. Tsipras y Syriza podrían haber convocado una gran conferencia internacional de solidaridad con el pueblo griego en Grecia, invitando a todas las organizaciones políticas y sindicales de la izquierda y de la clase trabajadora, junto a cientos de movimientos sociales y organizaciones populares de todo el continente europeo, y de más allá. Habría encontrado una respuesta entusiasta. En dicha conferencia se habría podido organizar un vasto plan de intervención y de solidaridad en cada país, con la creación de cientos de comités de apoyo al pueblo griego, sumados a los que ya existían. Un Manifiesto de solidaridad activa con el pueblo griego redactado por Tsipras y Syriza se podría haber traducido en 24 hs a todas las lenguas europeas para darle la máxima publicidad a través de las redes sociales, organizando proyecciones en las plazas públicas de las grandes ciudades de toda Europa, con vídeos que explicaran en detalle las medidas socialistas tomadas en Grecia.

Un gobierno auténticamente revolucionario e internacionalista habría enviado a ministros, diputados, dirigentes sindicales y juveniles a todos los países europeos, y más allá, para hablar en mítines masivos en plazas, cines, teatros, facultades, locales sindicales, para explicar la experiencia griega hacia el socialismo, lo que habría encontrado una audiencia enorme.

Toda esta actividad habría dado un impulso formidable a las tendencias de izquierda más consecuentes contra las políticas de austeridad en cada país. Se hubiera generado un movimiento político poderosísimo en todo el continente contra todo intento de aislar a Grecia, expulsarla del euro, o someterla por hambre y sed. Habría acelerado el proceso general de toma de conciencia. Esto hubiera llevado a crisis políticas en la mayoría de los países europeos, conforme se desarrollaban a toda velocidad movimientos anti-austeridad poderosos, provocando crisis y divisiones en la socialdemocracia, incorporando a la lucha política a cientos de miles, como vemos en Gran Bretaña con el “fenómeno Corbyn”, y antes en el Estado español con PODEMOS.

Esta hubiera sido la mejor forma de propiciar el surgimiento y desarrollo de nuevos PODEMOS y SYRIZAS en condiciones de llegar en un tiempo relativamente breve a tomar el poder y acceder a los gobiernos, para cambiar esa desfavorable correlación de fuerzas que señalan los compañeros Pablo Iglesias y Alberto Garzón.

Socialismo internacional

¿Qué conclusiones podemos sacar de todo esto? Que no será a la manera reformista, y por lo tanto derrotista impotente, como se logrará cambiar la correlación de fuerzas en Europa; sino a la manera socialista revolucionaria como podríamos hacerlo, y así llevar a cabo la transformación socialista de la sociedad, no en un país pobre y aislado, como Grecia, sino en el conjunto de Europa, comenzando por la Europa del Sur.

De manera que una Grecia socialista no estaría aislada. Con el grueso de la economía nacionalizada y planificada, y la población movilizada podría resistir un tiempo. Los trabajadores de España, Portugal e Italia responderían de inmediato, y pronto serían seguidos por los trabajadores de Irlanda, Francia, Gran Bretaña; y sí, de Alemania también. El impacto sería aún mayor que el de la Revolución Rusa de 1917. Se crearían las bases para el derrocamiento del capitalismo y el establecimiento de los Estados Unidos Socialistas de Europa.

Esto es importante señalarlo. Nuestra alternativa no es una vuelta a la moneda nacional en cada país, lo cual sería abogar por una estrecha concepción nacionalista. Sí, aspiramos a una Europa unida con una moneda común, pero nuestra alternativa es la Europa de los Pueblos, bajo la forma de una Europa Unida Socialista, que combinaría sus ingentes recursos industriales, minerales y agrícolas, y los planificaría en interés de todos, lo que permitiría solucionar en poco tiempo los problemas fundamentales de la mayoría de la población.

La combinación y planificación en común de los enormes recursos industriales, agrícolas, culturales e intelectuales de una Europa socialista unida permitiría reducir la jornada laboral a 5 o 6 horas, dar trabajo a todo el mundo, garantizar viviendas a cada familia a precios asequibles, limpiar el medio ambiente de industrias contaminantes, dar pleno cauce a la investigación, a la educación y a la cultura. Una Europa socialista sería un imán poderosísimo que tumbaría un régimen capitalista y reaccionario tras otro. Comenzando por Rusia, y siguiendo por el Norte de África y Medio Oriente, millones de trabajadores, campesinos, jóvenes, etc. se levantarían espontáneamente en cada país para sumarse a una federación socialista de los pueblos. Esta revolución atravesaría los mares y océanos, golpearía las puertas de América Latina y Asia. Sería una simple cuestión de tiempo que la ciudadela del capitalismo, los EEUU, viviera su propio proceso revolucionario. La emergencia del movimiento alrededor de Bernie Sanders es sólo un anticipo de las tormentosas luchas de clases que están por venir en los EEUU.

Construir la corriente marxista

Atravesamos una coyuntura de gran envergadura histórica. Transitamos una época que puede propiciar cambios de envergadura universal como los producidos por acontecimientos gigantescos tales como la Revolución Francesa a fines del siglo XVIII, o la Revolución Rusa en 1917. En aquellos momentos, como en el nuestro, la vieja sociedad agonizaba y las condiciones objetivas estaban maduras para derribar el régimen decrépito y dar a luz una sociedad nueva, más adecuada a las condiciones sociales, económicas y culturales existentes. Hoy, quienes piensan que “ya pasará la tormenta” y que volveremos al proceso anterior de rutina, tranquilidad y estabilidad económica y social, se equivocan completamente. O la vieja sociedad capitalista, que ha convertido en un infierno la vida de cientos de millones de seres humanos, es derribada para dar paso a un sistema social superior, más humano y avanzado; o precipitará al conjunto de la humanidad a la barbarie, y al planeta a su completa devastación.

No olvidemos que el fracaso de los procesos revolucionarios en los años 20 y 30 condujo al fascismo en Europa y a una guerra mundial devastadora que estuvo a punto de terminar con la civilización humana. Igualmente, el fracaso de los procesos revolucionarios en los años 70 condujo a dictaduras sangrientas en América Latina y Asia, y dio inicio al largo período de retrocesos y pérdida de conquistas sociales, privatizaciones, y precariedad laboral que ha caracterizado a los países capitalistas desarrollados en los últimos 35 años.

La paradoja de la situación que vivimos es que el capitalismo es un sistema decrépito y condenado esperando a que alguien le dé sepultura, mientras que la nueva sociedad en gestación –el socialismo– carece de una matrona que la ayude a salir a la luz. Todo cambio de envergadura histórica necesariamente comienza por un país, y sólo a través de ese ejemplo y guía puede extenderse al resto de países y regiones de su entorno, y más allá. En nuestra época y en los países de nuestro entorno, como los jacobinos franceses o los bolcheviques rusos, ¡alguien tiene que atreverse!

Todo lo expuesto anteriormente, nos lleva a la conclusión fundamental: la necesidad de organizar y fortalecer una poderosa corriente marxista en cada país e internacionalmente, basada en las ideas del socialismo revolucionario, que sea capaz de oponer una alternativa, cuando la situación lo requiera, a las direcciones reformistas que ostentan la dirección del movimiento obrero, de la izquierda y de las masas populares.

Es fundamental apoyar y desarrollar una corriente marxista entre los trabajadores y la juventud, y en las organizaciones obreras y de izquierda, que haya sacado todas las lecciones correctas de la experiencia griega y, en general, de las experiencias revolucionarias de la clase trabajadora a nivel mundial.

La Corriente Marxista Internacional, de la que forman parte la corriente Lucha de Clases en el Estado español, la Tendencia Comunista en Grecia, la corriente Socialist Appeal en Gran Bretaña o la Liga Obrera Internacional en EEUU –por citar algunas de las decenas de corrientes y grupos marxistas revolucionarios que aglutina la CMI– representa esta alternativa ¡Únete a nosotros para luchar por el socialismo y la revolución! ¡Únete a la CMIúnete a Lucha de Clases!

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Consejo Editorial De Colombia Marxista

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