La hipocresía de la burguesía colombiana y de sus representantes políticos es evidente en su crítica a la situación en Venezuela. Figuras como María Fernanda Cabal y Juan Manuel Santos, quienes representan a la ultraderecha y a la derecha liberal, muestran claramente que su preocupación no es genuina. Más bien, buscan promover los intereses del imperialismo y recuperar los negocios que la revolución venezolana les arrebató.
Estos mismos políticos que ahora critican la represión en Venezuela son los mismos cuyos gobiernos o partidos participaron activamente en los bloqueos económicos, intentos de golpe de estado e injerencias internacionales en la política del país vecino. Igualmente callaron o incluso fomentaron la represión durante el paro nacional de 2021 en Colombia, donde, según un informe de la ONG Temblores, se registraron 75 muertos y 1832 encarcelados en el primer mes. En contraste, en Venezuela, según el reporte de MCM, ha habido 16 muertos, 11 desaparecidos y 117 detenidos en casi 9 días de movilizaciones.
Es innegable que la situación en Venezuela es deplorable, y el régimen de Maduro ha traicionado los ideales de la revolución con su reformismo, oportunismo y entreguismo. Sin embargo, la burguesía colombiana se aprovecha de esta situación para promover sus propios intereses.
En el fondo, no les preocupa realmente el sufrimiento del pueblo; lo utilizan en su beneficio. Han aprendido bien de sus jefes imperialistas, quienes con Ucrania y Palestina aplican el mismo doble rasero, exprimiendo la sangre de dos pueblos inocentes para mantener su poder económico.
No se puede esperar mucho tampoco de los partidos de izquierda y el gobierno reformista colombianos. Negar la brutalidad policial del Cuerpo de Policía Nacional Bolivariana bajo Maduro en favor de una supuesta “unidad de izquierda” es una posición ingenua y una falta de respeto hacia los millones de colombianos y venezolanos testigos de la represión y el abuso de poder.
El PCC (Partido Comunista de Colombia), por ejemplo, se ha convertido en un portavoz del oficialismo venezolano, repitiendo cada noticia como un logro contra el “fascismo” sin ofrecer ninguna crítica o exigencia en favor de los comunistas venezolanos reprimidos y perseguidos por Maduro.
Por otro lado, el gobierno colombiano y el reformismo en general se han mostrado ambiguos, adoptando una diplomacia calculada para no romper relaciones con el régimen venezolano, que le beneficia en términos de importación de gas a un precio más bajo que en el mercado internacional. Esto le resulta conveniente al gobierno, que ha tenido cada vez menos victorias con sus reformas.
Finalmente, el campo del centrismo aprovecha está oportunidad para sermonear sobre la “dictadura” y la necesidad de respetar la democracia en abstracto, sirviendo como megáfono para los discursos reaccionarios de la clase dominante.
En definitiva, la clase obrera colombiana y la venezolana no pueden confiar en ninguna de estos bandos y las banderas que enarbolan. Solo pueden confiar en sus propias fuerzas: la una para lograr la revolución, y la otra para revitalizarla. Nuestros verdaderos enemigos están en nuestros propios países: la oligarquía que nos ha separado con guerras, competencia comercial y xenofobia, y la burocracia del PSUV que traiciona la herencia del chavismo y la lucha revolucionaria de un pueblo sacrificado para mantenerse en el poder a toda costa.
Esto no significa que ignoremos nuestra responsabilidad política internacional. Al contrario, entendemos que, como lo hicieron la revolución rusa, la cubana y la venezolana, la lucha de los trabajadores que vencen a lo más retrogrado y violento de la élite internacional sirve de ejemplo para el resto de las naciones. ¡Es hora de una revolución internacional y es necesario enfrentar al imperialismo y su sistema en decadencia!
Para lograrlo, no basta con desearlo; es necesario construir una organización revolucionaria que represente los intereses de la clase trabajadora internacional y que la lleve a la victoria. Una organización que esté libre de la corrupción del sistema y la complicidad del reformismo, coherente con sus principios políticos y flexible en sus tácticas de lucha.
Actualmente, esto puede parecer complicado, especialmente con el discurso reaccionario que usa la solidaridad del proletariado internacional para atacar las opciones de izquierda. Ser revolucionarios significa nadar a favor y en contra de la corriente según sea necesario. No obstante, nuestras propuestas no se basan en mentiras o populismo; ninguno de esos farsantes ofrece una solución real a los problemas de la crisis actual. La lucha de clases se agudizará tarde o temprano, y es crucial estar preparados.
¡Socialismo o Barbarie!
¡Proletarios de todos los países, uníos!