Lo que se suponía sería una semana conducente al 7 de agosto y el aniversario del primer año del Gobierno del Pacto Histórico se transformó en un circo mediático que refleja muy bien la situación de este mismo Gobierno. Al tiempo que las delegaciones en los diálogos de paz con el ELN anunciaron un cese al fuego bilateral hasta enero de 2024, los titulares de los grandes medios se dirigían a otra noticia: que Nicolás Petro Burgos había aceptado la recepción desde fuentes ilícitas durante la campaña de 2022 y que colaboraría con la Fiscalía General para llegar hasta las últimas consecuencias.
Este simbolismo, un enorme triunfo opacado por un error garrafal que hasta el momento se muestra “periférico” a la figura del Presidente Petro, resume lo que ha sido el año del Pacto Histórico, cada vez más aislado de sus bases e incapaz de conectar sus políticas, al tiempo que la oligarquía apoyada en los medios de comunicación intenta coordinar el apoyo a la oposición política para mejorar su posición durante las elecciones regionales y legislativas de octubre. Pareciera que justo al llegar al poder, cual Ícaro, las alas del movimiento del Pacto Histórico se derriten y lo desploman a un océano de incertidumbre que amenaza con ahogar el cambio antes de que siquiera este termine de materializarse.
Un heredero que no lo era
Cuando el 29 de julio se anunciaba el arresto de Nicolás Petro Burgos, amén del exagerado operativo y la sospechosa celeridad de la Fiscalía General (mucho más “tibia” en otros casos como el de Álvaro Uribe o la Ñeñepolítica), se empezaba a crear una matriz de opinión alrededor del “abandono” del Presidente a su hijo. El hecho que Petro, a diferencia de Uribe cuando sus hijos enfrentaron cuestionamientos por su involucramiento en el negocio de zonas francas (que fue cerrado por el Consejo de Estado a pesar de que luego todos los involucrados resultaron “millonarios), hubiera pedido la investigación de su hijo desde que se conocieron las denuncias de la exesposa de Nicolás, Daysuris Vásquez, según reveló ella en la Revista Semana, y luego corroborado por otros medios, como el trino ese mismo día donde expresaba su dolor y le deseaba “suerte” a su hijo así como “reflexión” sobre sus errores parecía anotar una diferencia altamente simbólica.
Pero el volumen de las pruebas mostradas, que pintaban a un verdadero politiquero corrupto, al mejor estilo de una “narconovela”, en el que tanto Petro Burgos como Daysuris se mostraban como cómplices revelaban una complicada relación entre padre e hijo, y particularmente el abandono de una perspectiva de trabajo político en la Costa Caribe a cambio de repetir el mismo esquema de “los de siempre”: negociaciones por detrás, “contribuciones”, y enriquecimiento a costa de lo que fuera, como se demostro en el tren de vida del delfín: apartamentos lujosos en las mejores zonas de Barranquilla, compras de autos de lujo, operaciones estéticas, y un largo etcétera.
El daño de las revelaciones del entramado de corrupción ha roto el discurso de Petro en particular, y del Pacto Histórico en general. El hecho de que el hijo del Presidente se hubiera comportado como un vil politiquero contrasta demasiado con el mensaje del “Cambio”, ya de por sí desgastado por la tormentosa evolución de los intentos fallidos de las reformas, que crean una sensación de pérdida de rumbo entre la gente del común.
El oportunismo
Sobra decir que gran parte de los actores de “Centro” y la derecha se sacaron la máscara, al condenar al Presidente e incluso moviendo la idea de “renuncia por decencia”, jugando con las mismas palabras de Petro cuando se destapó la Ñeñepolítica. Aun cuando hasta el momento sigue siendo un hecho que Petro no conocía estos flujos ilícitos de parte de su hijo, es risible que personajes como Sergio Fajardo (que en la segunda vuelta prefirió apoyar a Rodolfo Hernández antes que siquiera negociar con el petrismo), o el Centro Democrático (que es una hipocresía andante en estos temas) se arroben un faro moral y de legitimidad política que han perdido.
Sin embargo, el oportunismo que reflejan las pruebas de la Fiscalía, también muestran que la política de Petro de confiar en alianzas con sectores tradicionales está cobrando una factura, quizá mucho más rápida de lo esperado, al movimiento detrás de la elección de Petro. Especialmente en la Costa Caribe, haber sacrificado coherencia e integridad en favor de apoyarse en personajes como Armando Benedetti, y el clan Torres, desnudan los límites de la democracia liberal burguesa y del reformismo.
El futuro
Las perspectivas electorales no pintan bien para el Pacto Histórico. Si ya el acomodamiento de candidatos a cámaras y alcaldías habían mostrado grietas importantes en la coalición (tanto entre líderes como del liderazgo a las bases), este golpe mediático crea una situación totalmente desfavorable.
Y sin embargo, como citamos al inicio, el Gobierno no está creando el caos y pérdida del bienestar que los áulicos de la derecha anunciaban. La economía colombiana está en un punto de equilibrio, con un desempleo ya en un dígito (9.3% para junio de 2023), la inflación empezando a disminuir (en especial entre las clases consideradas pobres y vulnerables jalonada por una baja en el IPC de alimentos), y sobre todo el plan de Reforma Agraria, que aún con todos los problemas, logró la aprobación de la reforma del artículo 64 de la Constitución reconociendo al movimiento campesino como sujeto de derechos, y ha logrado agilizar la entrega de tierras (cerca de 29 mil hectáreas) como se mostró el 4 de agosto en Sincelejo al mismo tiempo que la audiencia contra su hijo continuaba.
Estos pequeños pero significativos avances, muestran la voluntad reformista, pero la misma está perdiendo potencia frente a la implacable oposición de la oligarquía, pero también a la propia miopía del reformismo, y pone en la palestra cuan mayores serían estos avances si el movimiento del Pacto Histórico hubiera confiado en sus bases, las hubiera promovido y desarrollado en lugar de seguir el libreto de las “negociaciones”. En resumen, el desgaste electoral no es por un desgobierno, sino por la actitud poco decidida y audaz frente a los límites impuestos por el capitalismo y sus instituciones.
Al tratar a la movilización y educación de las bases en el mejor de los casos como complemento electoral y en el peor como algo sin importancia, han abandonado al mismo pueblo que dicen defender. Y el pueblo no olvida, las recientes encuestas de percepción muestran el desgaste de ese sentido de un Gobierno sin rumbo, con cada equivocación siendo debidamente auditada y magnificada por los medios. La consciencia de las masas, acerada por el “estallido social” da paso a la frustración por la sensación de que el “Cambio” no llega. Y desde ciertos sectores esto anuncia una “derechización”, como lo muestra la declaración de Martín Orozco, gerente de Invamer, a la Silla Vacía: “Lo que nos demoramos 20 años en pasar de la derecha a lo izquierda, nos demoramos un año en devolvernos”.
Como marxistas, nuestra perspectiva no es mecánica, sino regida por la dialéctica. Y la dialéctica muestra el carácter cíclico de una sociedad, en especial en una guiada por la lucha de clases. A momentos de fervor y movilización, sin un adecuado liderazgo, se da paso a pasividad y reacción. Lo que nos demuestra esto no es que “Colombia es un país godo”, que “las personas no reaccionan”, que “todos los políticos son iguales” o que la juventud se está derechizando. Sencillamente, el reformismo limitado por el capitalismo, y por su propio liderazgo, no logra crear mejoras sustanciales de las condiciones materiales de la clase trabajadora, por lo que esta busca en estos momentos las opciones que reflejen esa mejora. No es un péndulo que caprichosamente se mueve entre los espectros políticos, sino el reflejo de una dialéctica que es acelerada por el reto que la oligarquía ha lanzado ante la victoria de Petro, y el cual hasta el momento no ha tenido una respuesta articulada, siendo la mejor expresión de esto la explosión del escándalo de Nicolás Petro Burgos.
Esta traición al movimiento no invalida los deseos de cambio de la población colombiana, pero demuestra que únicamente la construcción de una alternativa de masas reflejada en un partido de la clase obrera logrará romper con el maleficio de los clanes en la política, y que solamente una actitud revolucionaria decidida y radical, permitirá ejercer los cambios que esta sociedad clama. Radical que sin embargo tampoco es caer en un ciego sectarismo, sino en audacia, seguridad y conocimiento. Pasar de la teoría a los hechos, y explicarlos con paciencia a la clase trabajadora.
Es este el camino que como marxistas nos proponemos, por ahora la lucha debe ser desde las bases para acerar el espíritu frente a este ciclo de reacción, y lograr que los mejores elementos convergen en esa alternativa independiente que nos lleve al socialismo y la construcción del mejor futuro para la clase trabajadora en Colombia, América Latina y el mundo.