El domingo 13 de marzo serán las elecciones legislativas en Colombia y en ellas se elegirán los y las miembros de ambas cámaras del Congreso. Ese mismo día se definirán las consultas presidenciales de algunas agrupaciones políticas que buscan determinar su candidato a la presidencia para enfrentarse el 29 de mayo en primera vuelta, y si fuera necesario el 19 de junio en segunda.
Esta es una carrera electoral en una coyuntura especial para el país, al ocurrir después de un periodo de tres años de movilizaciones masivas cada vez más audaces y especialmente convulsas, y todas manejadas con violencia e inclemencia. A la vez, son unas elecciones que suceden en medio de una crisis exacerbada por la pandemia que ha dejado al país con los peores índices de desempleo, pobreza e inflación. No ayuda la ineptitud del peor gobierno de nuestra historia que ha minado la confianza de la ciudadanía en las instituciones burguesas al tomar todo tipo de decisiones mal calculadas haciendo evidente su desprecio por el pueblo raso y cualquier mínimo de democracia. Esto ha resquebrajado a la derecha y su élite que se encuentran en el peor momento de popularidad en su historia.
Sin embargo, la cereza del pastel es la falta de liderazgo por parte de la izquierda nacional con su reformismo liberal y utilitarista hacia las masas, desaprovechando el momento para elevar las peticiones colectivas a cuotas revolucionarias y más bien sirviendo de disipador oportunista pidiendo una falsa confianza en las corruptas herramientas estatales por encima de las movilizaciones ciudadanas, prefiriendo una política de acercamientos con actores con larga y manchada reputación. Así las cosas y con un aumento en la violencia, criminalidad y coerción sobre todo en zonas rurales, no se dilucida un ambiente claro.
Sin muchas opciones
Las propuestas ofrecidas por los partidos y candidaturas son frágiles ante los embates de la caprichosa realidad, por lo que cualquier sismo social representa un cambio drástico en las preferencias del electorado. Esto último ha afectado, sobre todo, a las opciones de Centro como la Coalición de la Esperanza conformada a la fecha por Sergio Fajardo, Alejandro Gaviria, Juan Manuel Galán, Jorge Enrique Robledo, Carlos Amaya y Juan Fernando Cristo, todos cuadros liberales de derecha que se disfrazan de progreso, academia o izquierda.
Lo propio le sucede al Equipo por Colombia, del que hacen parte Federico Gutiérrez, Alejandro Char, David Barguil, Enrique Peñalosa y Aydeé Lizarazo, las lumbreras de la ultraderecha colombiana. Ni qué decir del candidato del partido de gobierno Iván Zuluaga, el “elegido” de Uribe, quien enfrenta una evidente desaprobación en las encuestas y en la calle.
Por supuesto no todos estas candidaturas y sus partidos son aborrecidos en masa, más bien suben o bajan unos u otros en una danza absurda sometida a la voluntad inestable de la crisis decadente del capitalismo. La similitud de sus programas y su unión de filas contra Gustavo Petro les hace endebles y presas de cualquier escándalo político proveniente de sus pasados corruptos al haber pertenecido a la maquinaria de los gobiernos predecesores que dicen querer combatir.
Ahí mismo entran los candidatos independientes o sin coalición como Rodolfo Hernández de la Liga de Gobernantes Anticorrupción, un demagogo de derecha que tiene por bandera la lucha contra la corrupción y que exhibe una posición antisistema muy parecida a la de Trump o Bolsonaro y que al igual que ellos gana seguidores explotando la rabia sin mucho análisis de fondo. Lo cierto es que semejante panorama es la muestra de la bancarrota de la elite nacional y sus representantes políticos incapaces de recuperarse del golpe dado por el Paro Nacional del 2021 o de los efectos de la crisis global. Esto ha generado un desgaste en esa clase que comienza a mostrar fracturas y le cuesta ponerse de acuerdo. La Coalición de la Esperanza, por ejemplo, cada día se divide más por las disputas de egos en su interior, mientras el Equipo por Colombia parece unido pero debe defenderse de los escándalos por corrupción de Alejandro Char al mismo tiempo que esquiva la gran sombra de Uribe que le cubre.
Por otro lado, a Gustavo Petro, quien lidera las encuestas, las cosas parecen irle viento en popa. No obstante podría irle todavía mejor. Su popularidad se ha visto minada y se ha trasladado a otros candidatos de su coalición o contrarios por culpa de sus acercamientos a elementos de la política tradicional como Luis Suarez o Caesar Gaviria. Las mayorías le siguen ya que él representa la oposición pero se acrecienta una desconfianza notable que ha generado conflictos incluso dentro del progresismo. Los reiterados acercamientos a la oligarquía desgasta las bases y las pone recelosas. La inminencia del fraude junto con la lentitud de la coalición del Pacto Histórico para responder a esa amenaza empeora la situación.
La acumulación de eventos ha despertado los ánimos de lucha previos al Paro, pero son desestimados por el liderazgo progresista que pide calma y promete cambio si hay asistencia multitudinaria a las urnas. El instinto de defensa popular en las calles de parte de las bases es la más atinada, pero sigue carente de una dirección efectiva. Sin embargo, en las calles se vuelven a ver pequeños conatos de protesta y las plazas se han vuelto a llenar.
Perspectivas
Las encuestas son lideradas por la coalición del Pacto Histórico con Gustavo Petro a la cabeza y de cerca Francia Márquez que ha crecido notablemente en su popularidad. Según la encuesta de Invamer del 17 de febrero del 2022 en referencia al crecimiento de la favorabilidad Petro tuvo un crecimiento de 42% frente a la anterior encuesta donde puntuó 34% y Márquez creció del 9% al 16%. Detrás van Galán y Hernández, el primero con 29% frente a 22% y el segundo con 16% frente a 17%. Parecieran crecimientos pírricos, pero son significativos, sobre todo en el caso de la activista Francia Márquez que viene del liderazgo regional con temas medioambientales, étnicos y de género, pero sin experiencia electoral previa.
Su ascenso responde a una suerte de voto de opinión que busca el cambio en lo más popular y se sustenta en parte de la pequeña burguesía que no soporta las políticas petristas y se siente complacida con los discursos de identidad sobre diversidad y género dados por la candidata del PH. Lo cierto es que su propuesta no difiere mucho de la de Petro, en el fondo hay el mismo reformismo, pero con un marcado acento en las políticas de identidad y una inclinación de clase que despierta simpatía por enfrentar a los grandes gamonales de las regiones en debates públicos. Su postura resulta interesante y es atractiva para quienes buscan un liderazgo genuino sin maquinarias detrás.
Aún así remarca la inestabilidad del electorado y las divisiones dentro de la clase media que pugna entre sus inconsistentes ideales y el oportunismo. En el presente no representa ningún peligro serio pero en un futuro lejano será una grieta insalvable y en el próximo traerá problemas en la elección de fórmulas para la vicepresidencia y dará entrada a toda clase de lagartos.
Volviendo a Petro, las plazas públicas son otra muestra del crecimiento de su popularidad. Cada vez se llenan más durante sus discursos, lugares que en años anteriores eran puntos estratégicos de la derecha o del llamado centro ahora responden efusivamente al candidato de la “izquierda”. Las cifras de intención de voto lo respaldan con un 44, 6% por encima del resto de candidatos y contrasta con las de aprobación del presidente y Alvaro Uribe: 20% el primero y 21% el segundo. Los viejos poderes están golpeados por eso buscan un espacio dentro del Pacto y éste les abre las puertas sin muchas exigencias.
Con todo y lo anterior no es apropiado asumir a la élite como un poder completamente derrotado y perdido que ha bajado los brazos, al revés, sus tentáculos son tan largos que se le vislumbra en los entresijos de la carrera electoral. El aumento de la violencia, la persecución a líderes sociales, las noticias falsas, los discursos populistas, las negociaciones ventajistas y la preparación de un fraude sin parangón hacen gala de esas intenciones. Lo que pasa es que todo ese esfuerzo no está dando los frutos buscados. Alex Char y Rodolfo Hernandez son un ejemplo de eso, ambos con perfiles diferentes responden al mismo amo y buscan defender iguales intereses, pero Hernandez hace movimientos tan torpes que ha quedado en evidencia en más de una ocasión. Por su lado, Char, una ficha política de la costa colombiana, hijo de una de las familias más poderosas de esa región se la juega por mantener el barco de su clase al mismo tiempo que pretende hacerse con más poder para ponerse a la cabeza de la jerarquía mafiosa de nuestra élite. Esto, a pesar del escándalo de compra de votos resultado de las confesiones de Aida Merlano que lo obligaron a rechazar debates públicos y lo afectaron en popularidad.
El monstruo no desfallece y prepara sus armas para el ataque, para mantenerse. Eso es de esperar, pero. ¿Qué hacer al respecto?
¿Cómo enfrentar el fraude?
No cabe duda que la herramienta principal de la clase dominante es el fraude, no es la primera vez que lo usa ni será la última, su objetivo principal es, sobre todo, el de lograr una mayoría legislativa que les daría el poder para controlar y presionar al futuro presidente.
Y es que según informe de la MOE (Misión de Observación Electoral) del 9 de febrero del presente año se alerta que en 131 municipios hay riesgo por fraude o violencia. Se suman a el informe los escándalos por las contrataciones realizadas por la Registraduría Nacional y sus irregularidades con relación a la entrega de conteos, despido masivo de funcionarios, estadísticas infladas y traslado de cédulas. La cuestión ha llegado a tal nivel que la misma oposición ha tenido que invertir alrededor de 3000 millones de pesos para contratar una compañía que le ayude a combatir el acto corrupto, además de capacitaciones a jurados y testigos, o la elaboración de un software independiente que haga auditorías.
Decisiones tomadas de manera tardía que responden más a la insistencia de su militancia para tomar acciones al respecto que a un interés genuino. Con todo y eso no parece existir mucha esperanza sobre el futuro de las votaciones y la posibilidad de poder evitar un fraude. Se le pide a la ciudadanía el salir a votar en masa, pero no más allá de eso. Ante las propuestas de defensa popular del voto la izquierda pide cordura y que se respete el legítimo proceso. Mientras los entes estatales lo irrespetan haciendo más jugadas sucias.
Pareciera que no se comprende desde el Pacto Histórico que su actual fulguración es el resultado del apoyo de las masas y que sólo estas le pueden llevar al triunfo y asegurar que se respete esa decisión. Definitivamente la defensa de las elecciones debe darse de parte de las mayorías, en las calles, exigiendo que se respete su voto.
Apenas el año pasado fue uno de los más grandes levantamientos populares de los últimos tiempos y de ahí se desencadenó el proceso que hoy recorremos. Es necesario seguir avanzando por esa senda. Hoy, la clase obrera ha puesto todas sus esperanzas en el reformismo de Gustavo Petro. La significancia histórica de su presidencia es innegable. Después de todo, este es un país en donde los aspirantes de izquierda a la presidencia han sido asesinados y en donde los líderes sociales y sindicales son asesinados con regularidad. Es en gran parte por esto que la clase obrera colombiana nunca ha pasado por la escuela del reformismo, donde se aprenden los límites de la democracia burguesa.
Petro se ha ganado en estos cuatro años el apoyo de las masas y el odio de la oligarquía colombiana. Como marxistas, apoyamos cualquier movimiento de las masas en la dirección correcta, pero no lo hacemos ciegamente. Es necesario aclarar los límites de una presidencia de Petro. No solo dentro de las reglas de la democracia burguesa (en otras palabras, cuántas curules obtiene el Pacto Histórico) sino también en términos de la dinámica de la lucha de clases (en otras palabras, si la clase dominante obedecerá las nuevas leyes o si hará todo lo que pueda para sabotear la gestión de Petro). Creemos que este proceso de clarificación y preparación ayudará a los muchos que apoyan a Petro a sacar las conclusiones correctas cuando los límites de su programa se encuentren con la realidad de que la oligarquía colombiana no se doblega ante nadie que resida en la casa de Nariño.
Nuestra tarea es explicar pacientemente nuestra posición para acercarnos a la mayor cantidad de personas posible, sea el número que sea, para así ir construyendo la organización que necesitamos. Dicha organización no se construye de la nada y con inacción, tampoco se hace creyendo en la unión de explotador y explotado. Es necesario generar un proceso organizativo que nos acerque a estas masas que recién despiertan, y ser los mejores al momento de explicar las contradicciones en que el movimiento reformista caerá, al negar la lucha de clases y avanzar en sus “negociaciones” con el sistema, luchando hombro con hombro con las bases del Pacto y exponiendo la debilidad de la dirección que está dispuesta a capitular y abandonar la lucha de las bases. La esperanza no es un Pacto amplio, sino el movimiento que permita superar al capitalismo y su decadencia.