“Asamblea en minga el fin del día” de caminandolibertad esta licenciada a través de CC BY-NC-SA 2.0
El acceso a la tierra es un problema para los campesinos colombianos desde que la oligarquía de la República de la Nueva Granada (1831-1858) decidió reducir la actividad económica del país a la explotación del suelo de acuerdo a las necesidades de las grandes potencias capitalistas, y de la mano de obra según la codicia de los hacendados. Este proyecto económico de tan corta vista y de bajo nivel de productividad explica la creciente miseria que marca la historia de Colombia.
La hacienda: un modelo de atraso
La hacienda es la respuesta al fracaso de la encomienda como primer modo de explotación del trabajo en sus colonias. La hacienda como estructura económica empieza a configurarse en el siglo siguiente, concentrando los distintos modos de explotación pre-capitalistas que van imponiéndose a partir de la invasión española.
El objetivo principal de la incursión ibérica en estas tierras era proveer de oro al Reino de España. Con esto, su monarquía y las capas altas de su nobleza podían acceder a los bienes que creaba el naciente capitalismo. En este sentido, no había ningún interés por parte de ese Reino aquí en las Indias por desarrollar los medios de producción. Es diciente, que primero llegase a América la mano de obra esclava que los ingenieros. Así, se imponen formas de explotación originarias de la Antigua Roma, como la aparcería y el arrendamiento. En tanto que el trabajo asalariado sólo emplea un mínimo porcentaje de jornaleros para las cosechas. La autoridad incuestionable del hacendado le permite ejercer todo tipo de engaños (manipulación de cuentas y escrituras, deudas y multas ficticias, etc.) para impedir que el campesino acceda a la tierra y poder seguir explotándolo. Hay tantas fuentes de pequeños ingresos para el hacendado que le resulta más rentable emplear la violencia para aplacar el obvio descontento que crea ese sistema económico, que adelantar algún intento por revolucionar los medios de producción.
Tras la Independencia definitiva de España y tras la desintegración de la República de Colombia que correspondía a los actuales estados de Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá, la oligarquía colombiana renuncia a la implantación de un capitalismo desarrollado. A cambio, intenta copiar las formas de los estados burgueses pero conservando a la hacienda como estructura fundamental de la economía del país.
“En las propiedades más extensas la fuerza de trabajo estaba constituida por una mezcla de aparceros, arrendatarios, jornaleros y otros contratados por períodos mayores o menores y bajo diversas condiciones. Los arreglos laborales obviamente permitían los abusos, que incluían, ocasionalmente, formas de peonaje por deuda.” (David Bushnell. Colombia: Una nación a pesar de sí misma. Bogotá, D.C.: Planeta, 1994. p. 116.)
El resultado es un retraso enorme de las fuerzas productivas colombianas con respecto a la producción del resto del planeta. La única solución que encuentra la élite es poner los recursos naturales del país al servicio de los intereses del gran capital extranjero. Pero la realidad del capitalismo incluye las crisis económicas que, entre otras cosas, afectan los precios de las materias primas. Sin embargo, esta parte de Sudamérica ofrece una amplia diversidad de terrenos fértiles. La concentración de la tierra implica más opciones para que el hacendado pueda participar del mercado internacional: si se cae el precio del tabaco tiene tierras para sembrar algodón, si este entra en crisis, la siguiente mercancía que se imponga habrá, igualmente, dónde sembrarla. En todo caso, de sus ancestros ibéricos ha aprendido que el pago de las pérdidas lo han de asumir los pobres.
Sirva de testimonio del estado de la economía hacendaria en aquellos tiempos el siguiente fragmento de la novela costumbrista Manuela (1858), de Eugenio Díaz Castro (1803-1865):
“(…) ya su merced verá que la pobreza no da campo para estarse una guardada…
-¿Pobreza? con tierras tan fértiles y exuberantes.
-¿Y qué hacemos con ellas?
-¿Cómo qué hacemos con ellas? Descuajar todos estos montes y sembrar plantaciones para la exportación, como café, añil, cacao, algodón y vainilla; y no sembrar maíz exclusivamente como hacen ustedes.
-Muy bueno sería todo eso; pero la pobreza no nos deja hacer nada, y que como no hay caminos, ahí se quedaría todo botado; y no es eso sólo, si no que los dueños de tierras nos perseguirían. Es bueno que con lo poco que alcanzamos a tener, a medio descuido ya nos están echando de la estancia, haciéndonos perder todo el trabajo ¿qué sería si nos vieran con labranzas de añil, de café y de todo eso?
-Dígame usted, señora, ¿todos los arrendatarios están tan miserables como usted?
-Hay algunos que tienen un palito de platanal, y hasta el completo de seis bestiecitas; pero esos viven en guerra abierta con los patrones, porque no habiendo documento de arriendo, el dueño de la tierra aprieta por su lado, y el arrendatario trata de escapar al abrigo de los montes, del secreto y de la astucia. La primera obligación es ir al trabajo el arrendatario, o mandar al hijo o a la hija; y los que se van hallando con platica se tratan de escapar mandando un jornalero, que no sirve de nada, y de esto resultan los pleitos, que son eternos. Mi comadre Estefanía y mi madrina Patricia son tan pobres como yo y padecen como si fueran esclavas. ¿No conoce usted a Rosa?, pregúntele usted lo que es ser arrendentaria, cuando la vaya a visitar.”
Sobre cuadros de miseria como estos se fundan las fortunas de las familias ilustres. Las fortunas que crea este modelo agro-exportador no se invierten en conocimiento científico, en adquisición de tecnología o cualquier iniciativa que revolucione los modos de producción. El grueso del dinero que entra al país se gasta en lujos particulares. La única opción que le queda al hacendado para seguir acumulando fortuna, es seguir acumulando tierra e incrementando la opresión. Aparte de las formas de explotación económica, convierte a los peones y a todos sus oprimidos en soldados de un ejército del que es general y con el que lidera guerras civiles. Por supuesto, mientras se pelea la guerra del patrón no hay cómo pelear por un pedazo de tierra.
El latifundio
El resultado más inmediato del modelo hacendario al someterse a las necesidades del capitalismo mundial es el latifundio. De acuerdo a una investigación de OXFAM de 2017, el resultado de la tradición latifundista ha llevado a que “(…) en Colombia el 1% de las explotaciones de mayor tamaño maneja más del 80% de la tierra, mientras que el 99% restante se reparte menos del 20% de la tierra.” El resultado inmediato de esto es un campo atrasado e improductivo a pesar de la particular fertilidad del país. Una evidencia contundente de ello es que en Colombia sólo se está usando un 18% de la tierra que cuenta con aval del Estado para ser cultivada. Esto es, sólo siete millones de hectáreas en un país con una frontera agrícola de 39,2 millones de hectáreas. Y no es porque con ese breve porcentaje nos baste; el 30% de los alimentos que consumimos en Colombia, son importados. Esta contradicción explica la realidad de un sistema que no cuenta con la capacidad para atender las necesidades básicas de las personas.
Podemos mirar como ejemplo un alimento de consumo casi universal como la papa. Hace dos años, el gerente de Fedepapa declaraba que los costos de producción de una hectárea de papa R12 podían oscilar entre los diecisiete y veintidós millones de pesos (entre $5,254 y $6,790 USD al cambio de la época). En cambio, una guía de costos estimados de producción de papa de Manitoba (Canadá), publicada en 2018 da un estimado de $3,816 CAD por acre. Convertido al dólar estadounidense, esto corresponde a poco más de USD $2,000 por hectárea. Sobra decir, que ni el clima ni el suelo canadienses tienen las virtudes y diversidad del nuestro, aunque su territorio sea mucho mayor.
La situación del campesino
El campesino se ve sometido a diferentes formas de explotación. Aunque en años recientes se ha visto un fuerte incremento de la proletarización, esta se ha dado en condiciones de precariedad extrema. Aunque la actividad agrícola de compañías multinacionales ha aumentado la proletarización del campo, esto no ha significado una mejora en sus condiciones de vida. A su vez, el pequeño propietario capaz de vivir cómodamente de su parcela es una rara excepción. Mientras, los grandes terratenientes de hoy han dejado los placeres provincianos para convertirse en gente “de mundo”.
Para evaluar la situación del campesino, podemos comenzar por referirnos a datos tan básicos como la vivienda: En Colombia el Estado cuenta de acuerdo a cifras de octubre del año pasado, un déficit de vivienda de 5,1 millones de colombianos. De estos, 2,3 millones (46,3 %) habitan en suelo rural. En cuanto a nutrición, entre todos los pendientes que deja Iván Duque está la actualización de la Encuesta Nacional de Situación Nutricional. Sólo hasta septiembre de 2020 se autorizó el convenio con la Universidad Nacional para adelantar dicha investigación. De hecho, su último informe de gestión, descaradamente lo cita como el cuarto de sus principales retos para el 2021.
Pero basta un dato de 2015. Aquel informe reportaba que la desnutrición crónica afectaba al 15,7% de adolescentes que habitan en las zonas rurales. Sí, también hay que mencionar que más allá de toda tecnología, es difícil un campo productivo si el joven campesino trabaja con hambre. Es más difícil combatir el hambre si esos campesinos no cuentan con las debidas vías para comunicarse con los mercados. Para dimensionar el nivel de atraso, tómese en cuenta que en noviembre del 2016, El Tiempo reportaba trece municipios de Colombia, incomunicados por falta de vías terrestres, entre ellos cuatro capitales de departamento.
Esta situación de atraso también impacta la salud. Los doctores Rodríguez Triana y Benavides-Piracón, en una investigación de 2016, concluyeron que “(…) la seguridad social tradicional, asociada al empleo formal, es un mecanismo aún muy limitado para brindar protección a la mayor parte de los trabajadores rurales, pues la segmentación entre el sector formal y el resto de los trabajadores se ahonda entre los mercados de trabajo rurales, por las diferencias de estructura productiva, con estacionalidades y ciclos particulares, y variadas ”
Las necesidades urgentes son obvias, incluso para la burguesía liberal. El exministro de Salud del Gobierno Samper, Augusto Galán Sarmiento, sugiere: “garantizar agua potable y saneamiento básico, mejorar las vías terciarias, brindar educación básica, nutrición y seguridad alimentaria.” Ahora, tómese en cuenta que cuando un obrero o un campesino propone este tipo de soluciones será inmediatamente acusado de socialista.
En cuanto a la educación y la cultura, nuestra burguesía ha dejado evidencia innumerable de considerar que esto sería una suerte de lujo para el campesino. Es histórico que cuando el Gobierno analiza en qué rubros debería gastar su salario el obrero, el resultado para cultura y formación es 0%. Si el obrero quiere invertir en su tiempo libre, debe privarse de alguna de sus otras necesidades básicas. A esto súmese que, de acuerdo a cifras oficiales de diciembre de 2019 (antes de que llegara a Colombia el COVID-19), el mismo presidente Iván Duque reconoció que 70 % de los trabajadores del campo no ganaban salario mínimo. Por supuesto, no ha hecho nada por superar esta situación. Por el contrario, siguiendo órdenes del gremio terrateniente, busca que se mantenga esta situación con un proyecto de ley que, como suele ser propio del uribismo, llama a las cosas por su contrario. Así, para referirse al robo infame del trabajo campesino, hablan de “dignificación del trabajo rural”. Con el mismo descaro han llegado a presumir que están por conquistar la cobertura educativa en el campo. Esto, sólo puede ser falso. ¿Se puede hablar de una auténtica cobertura educativa cuando hay hambre y donde no hay acceso a libros?
El gobierno se llena la boca con cifras de inversión en educación pero luego resulta que el grueso de esa inversión se pone en infraestructura. Es decir, el dinero de la educación son contratos para que bancos y grandes compañías constructoras se roben recursos públicos con el visto bueno del Estado. No se contempla en ninguna parte el desarrollo de programas educativos coherentes con las complejidades del campo colombiano, no se forman maestros para el trabajo en ruralidad, no hay un plan de compra y distribución de material educativo y ni hablemos del acceso a la Internet. Baste un ejemplo: los escolares de La Guajira no cuentan en sus aulas con un mapa de su departamento.
La consecuencia natural de la opresión que intentamos describir es la indignación del campesino. Esta en muy pocas ocasiones ha llegado a expresarse porque la burguesía colombiana aprendió de la corona española el uso de la violencia en todas sus formas. Así, la historia de nuestro campesinado es una de sufrir los crímenes, guerras y abusos de la clase dominante.
Desde los días de la Violencia conservadora en los años cuarenta, la oligarquía ha hecho de la masacre su marca de fábrica. El narcotráfico solo está replicando esta tradición. Así, era de esperar que el regreso del narcotraficante Álvaro Uribe al poder, en la persona de Iván Duque, incrementase esta horrible práctica. A 3 de mayo de 2021 la ONG Indepaz contabilizaba 35 masacres en lo que va de este año. Sus registros dan cuenta de 91 masacres el año anterior. Claramente el propósito del Gobierno para este año, con Paro o sin él, era sobrecumplir sus metas de muertos.
La horrenda combinación de violencias que el estado, antes que combatir, parece promover, dejan entre varias consecuencias, unas preocupantes cifras de desplazamiento forzado. Con perspectiva histórica, podríamos sumar en los casos de desplazamiento forzado del último siglo una población superior a la de Bogotá. De acuerdo a Naciones Unidas, mantenemos el título de ser el país con el mayor número de desplazados internos en el mundo.
El actual Paro Nacional ha despertado la conciencia del Pueblo sobre diversos problemas y, entre ellos, la cuestión del campo. Una situación tan crítica obliga a asumir la reforma agraria como una medida urgente para garantizar nuestra supervivencia. Nuestro programa hace de ella su primer punto pero, ¿qué significa esta lucha por una reforma agraria?, ¿qué buscamos con ella?, ¿qué ventajas implica?, ¿cómo hacerla posible? son preguntas que deberemos atender en una siguiente entrega.