Bernardo Jaramillo Ossa, joven candidato presidencial de la Unión Patriótica (UP), fue asesinado en el Puente Aéreo de Bogotá el 22 de marzo de 1990. Este crimen se suma a una ingente campaña de exterminio contra la UP desde su creación en 1985 hasta el 2003 y a la cual el Estado respondió quitándoles la personería jurídica por no alcanzar el umbral de los cincuenta mil votos. Sólo hasta el 2013 el Consejo de Estado reconoció que existió un genocidio político y le restituyó la personería jurídica.
La UP nació con respaldo popular: era la primera vez que a una organización política ajena a la clase dominante y sus estructuras, se le permitía participar del poder público. Pero a cada paso que avanzaba la oligarquía respondía con muerte y persecución. Bernardo Jaramillo fue el segundo candidato presidencial asesinado de esa organización, después de Jaime Pardo Leal (1939-1987).
Fue hijo de Bernardo Jaramillo Ríos y Nidia Ossa Escobar, trabajadores de Manizales, una ciudad tradicionalmente católica y conservadora, donde nació el 2 de septiembre de 1955. Bernardo Jaramillo Ossa se afilió a la Juventud Comunista Colombiana (JUCO) cuando aún estaba en el bachillerato. A sus veinte años, ya era secretario político regional. En 1981, ya promovido al Partido Comunista, inicia su trabajo político en Urabá. Esta subregión colombiana ubicada en la frontera con Panamá se venía convirtiendo en un centro bananero desde hace un par de décadas por iniciativa de la United Fruit Company y el capital privado adelantaba sus actividades de explotación sin ningún tipo de control por parte del Estado. El trabajo político de Bernardo tuvo un impacto significativo: en aquella zona aislada del país, el Partido Comunista pasó en cinco años de 350 a 5.000 militantes. En esas condiciones pudo llegar a ser concejal de Apartadó por el PCC, uno de los municipios más relevantes de Urabá, en 1982 y, cuatro años más tarde, al Congreso, como representante a la Cámara por Antioquia, ahora bajo la bandera amarilla y verde de la UP.
La Unión Patriótica
La Unión Patriótica es una iniciativa que surge de las FARC durante sus conversaciones de paz con el gobierno de Belisario Betancur (1982-1986). Parte de entender que una de las causas fundamentales para explicar los problemas de Colombia es la ausencia de espacios de participación política por fuera de la estructura bipartidista establecida por la oligarquía desde mediados del siglo XIX. En la práctica, resultaba ser una reedición del frente popular promovido por el estalinismo desde los años treinta. Así, el PCC venía insistiendo en este método desde que apoyó la elección de Alfonso López Pumarejo en 1934. Pero diferentes cuestiones propias del momento histórico le dan un carácter particular a la UP como frente popular.
Por un lado, un país que era tradicionalmente campesino, veía incrementarse significativamente a su proletariado urbano. Esto, más que resultado de algún período de prosperidad industrial, resultaba de las acciones armadas contra el campesinado, promovidas por la oligarquía en los años cuarenta y cincuenta en diversas áreas rurales, una época que conocemos como La Violencia. Como respuesta a esa ola de crímenes e inspirados por el éxito de la Revolución Cubana, surgen grupos guerrilleros en los años sesenta. Aunque para los años ochenta ninguno de esos grupos había logrado hacerse con el poder político, ejercían una fuerte influencia en diversas regiones del país. Y a pesar de la intensa represión que se impuso después del paro cívico de septiembre de 1977, la radicalización se mantenía en el seno del movimiento obrero.
Por otro lado, la situación de violencia se hacía más compleja con el narcotráfico: una actividad propiciada por el imperialismo que beneficia a muchos sectores de la burguesía que, a su vez, no logra tener control sobre las consecuencias que genera esta actividad ilegal. Por el contrario, aprovecharon las estructuras armadas del narcotráfico para combatir a los trabajadores organizados. El poder de los criminales se incrementó al punto que Pablo Escobar logró llegar al Congreso de la República. Mientras que a los oprimidos del país se les cerraba todo acceso al poder político, los mafiosos encontraban que el Estado estaba a su servicio. Era una coyuntura en la que las masas estaban ansiosas de una alternativa.
A pesar de ser un frente popular, las primeras iniciativas de la UP son bastante avanzadas para un contexto reaccionario donde ni siquiera existía la libertad de cultos. Así, durante la campaña presidencial de 1986, Jaime Pardo Leal apoyaba: “Entrega gratuita de la tierra a los campesinos sobre la base de expropiar la gran propiedad latifundista.” “Establecimiento de una semana laboral máxima de 36 horas (…)” “Promover una política internacional independiente, libre de la injerencia del imperialismo yanqui.” “Trabajar por la integración económica latinoamericana y caribeña y por el establecimiento de un nuevo orden económico internacional.” Y, muy importante: “Hay que nacionalizar la banca y los monopolios, rechazando la autorización de compra por extranjeros de la banca quebrada y la nacionalización de las deudas de los monopolios.”
Ruptura con el burocratismo
A la ola de violencia contra la UP, su dirigencia respondió ablandando su programa. Luego del asesinato de Pardo Leal, Bernardo Jaramillo es nombrado presidente de la UP. Representa un sector del PCC alineado con la iniciativa de la perestroika que ve en ella una alternativa al burocratismo que históricamente había orientado los intereses del PCC. En sus palabras:
“Nosotros lo que hicimos fue un rompimiento. En mi caso personal, éste comienza a partir del año 80. Yo no sé si eso se debe al hecho de haber conocido la Unión Soviética en una etapa muy difícil, de gran burocratismo, de gran estancamiento, o al hecho de haber profundizado en el conocimiento de teóricos que antes nos eran vedados y que, incluso hoy, apenas comenzamos a leer; por ejemplo, yo empiezo a descubrir Gramsci el año pasado.”
“Para mí los planteamientos de la “perestroika” de Gorbachov son nuevos elementos que hay que vincular al marxismo. En Fidel y en la experiencia de la revolución cubana, hay nuevos elementos teóricos que recogen y que enriquecen al marxismo. En el sandinismo hay que recoger muchas cosas. También en la experiencia de los revolucionarios salvadoreños… En la actualidad, como se dice, se abre la baraja y hay posibilidades de más cosas. La generación nuestra sólo tuvo la posibilidad de un estudio manualesco, dogmático de Marx y Lenin; fuera de eso no había salvación. Así perdimos una gran cantidad de tiempo. Afortunadamente todavía soy joven, pero perdí una gran cantidad de tiempo, 10 u 11 años —porque ingresé a militar a los 15 años— echándome cuentos yo mismo, echándole cuentos a la gente, que estaban completamente fuera de la realidad.”
(Bernardo Jaramillo Ossa. En: Marta Harnecker. Entrevista con la nueva izquierda, 1989)
A pesar de las justas intenciones de romper con las tradiciones del estalinismo, Jaramillo y muchos compañeros de su generación no encontraron una salida auténticamente revolucionaria sino que abrazaron la perestroika que, a fin de cuentas, mantenía la idea de la revolución por etapas. En este sentido, su llamado a la unidad no llegó a tener un componente de clase y su formulación sobre el socialismo nunca fue clara. Se insistía en la lucha por la paz pero esta se buscaba dentro de los límites del estado burgués y ya no exigía la expropiación del latifundio.
Para estos días ya se habían distanciado las FARC y el PCC. Jaramillo vio con acierto que la vía para una victoria se lograba por la lucha política abierta de las masas. Esta, en principio, era una perspectiva correcta. Pero aunque se estaba tomando consciencia de las deficiencias teóricas, estas no llegaron a ser subsanadas. Muy seguramente la situación de violencia llevaba a pensar a los cuadros que se necesitaba más activismo y que no había tiempo para la teoría cuando el día empezaba con la noticia del asesinato de una compañera o un compañero. Así, nunca quedó claro cómo debía coordinarse esa lucha de masas. Por el contrario, en la medida en que surgieron alianzas con diferentes sectores que no eran necesariamente proletarios o que no contaban en sus agendas con la lucha por el socialismo, el programa se fue moderando en la medida en que parecía que la urgencia era lograr la paz con la oligarquía, una paz que sólo podía ser negociada. El resultado fue un proyecto reformista incapaz de responder a la violencia con la que se le ataca.
Época de aprendizaje
La UP es lo más próximo que ha estado Colombia a la escuela del reformismo. Sin embargo, sus propósitos se vieron truncados por la campaña de exterminio que la burguesía desató contra ella, parece que con apoyo del imperialismo, como se infiere de una investigación periodística publicada hace un año por Alberto Donadío.
En ningún momento la moderación de las posiciones políticas de esta organización se tradujo en reducción de la violencia. Por el contrario, para mediados de los años noventa, con la Unión Soviética extinta y Cuba sufriendo las vicisitudes del período especial la izquierda colombiana mostraba su cara más simpática a la burguesía para cubrir a unas fuerzas diezmadas.
Ya no existen las FARC como grupo guerrillero. Se firmó un acuerdo que resultó de importantes negociaciones pero cinco años después se ha cumplido muy poco del mismo, decenas de excombatientes han sido asesinados y en las zonas que dejó la guerrilla, donde se esperaba que el Estado haría presencia para imponer orden, se han adelantado masacres y asesinatos de líderes sociales. Volvió al escenario político la UP que integra otro frente popular: el Pacto Histórico, que tiene como líder fundamental a Gustavo Petro. Es probable que resulte electo presidente de Colombia pero, a pesar de los temores de la burguesía, ni el socialismo ni la transformación revolucionaria de la sociedad hacen parte de su agenda.
Los crímenes contra la UP siguen sin resolverse y sin que nadie pague por ellos. La violencia contra la clase trabajadora y el campesinado continúa. Sólo el primer mes de este años hubo trece masacres. Más de la cuarta parte de los jóvenes colombianos carecen de una opción para trabajar y estudiar. El hambre sigue azotando a muchos en un país que cuenta con miles de hectáreas de tierra cultivable en diversos climas. No es esta una situación de la que se pueda salir con el “capitalismo humano” que propone Gustavo Petro y su Pacto Histórico sino una que exige un programa revolucionario.
Coincidimos con Bernardo Jaramillo Ossa en la necesidad de romper con el burocratismo. Comprendemos que por su contexto histórico no tenía muchas herramientas a la mano para adelantar esa ruptura. Hoy pareciera que América Latina busca una salida por la vía del reformismo que resulta insuficiente. Confiamos en que la juventud está tomando consciencia de esta insuficiencia. Por ello, les llamamos a construir una opción revolucionaria que tenga como meta el socialismo internacional.
Ya es hora de ponerle fin al largo listado de mártires que conforma la historia de la lucha de los trabajadores en Colombia por su emancipación. Necesitamos, en cambio, formar a las mujeres y hombres capaces de liderar a la clase obrera hacia la conquista del poder. Ya es hora de que nuestras luchas no las marque más el llanto fúnebre por los compañeros caídos sino la marcha victoriosa hacia el socialismo.