Analisis Internacional

¿Que motiva las injerencias de Trump en la política colombiana?

¿Que motiva las injerencias de Trump en la política colombiana?

Desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, las relaciones entre Estados Unidos y Colombia (su mayor aliado en América Latina) se han deteriorado enormemente. La inclusión de Gustavo Petro, el primer presidente de izquierda en la historia del país, en la “Lista Clinton” de traficantes de estupefacientes especialmente designados, la revocación de su visa, y la aplicación de sanciones directas a su familia ha sido el resultado de la escalada de tensiones.

Si bien es cierto que el carácter errático y bravucón de Donald Trump, junto con el carácter combativo de Gustavo Petro, han sido factores clave en la intensificación del conflicto, la realidad es que ambos no son más que personificaciones de procesos objetivos desarrollándose debajo de la superficie. 

El tire y afloja entre dos potencias mundiales

Estados Unidos es a día de hoy el principal socio comercial de Colombia y recibe el 27% de las exportaciones mientras que provee el 25% de las importaciones a Colombia. Sus economías están altamente integradas, con 450 conglomerados estadounidenses operando en territorio colombiano. 

Pero la posición de Estados Unidos está siendo desafiada. Su rival directo al otro lado del Pacífico ha penetrado profundamente en el mercado colombiano. China se ha convertido en el mayor exportador de bienes hacia Colombia y el socio principal de América Latina con el comercio bilateral entre China y el continente aumentando en un formidable 3750% desde 2000.

Estas injerencias son una política del imperialismo estadounidense que claramente no acepta la posibilidad de perder a Colombia, un país que recibe el 26% de la inversión extranjera directa de Estados Unidos en América Latina, debido a la influencia de China.

Esto se ha manifestado en una política de aranceles agresiva y en amenazas directas a países como Panamá, que salió de la Nueva Ruta de la Seda después de la presión del Departamento de Estado. En el caso de Venezuela, Trump ha desplegado personal y equipo militar en el mar caribe para aumentar la presión al gobierno de Nicolás Maduro, bombardeando 7 embarcaciones en aguas internacionales con 32 fatalidades.

Las injerencias del imperialismo 

Es en este contexto que Petro ha entrado en una serie de confrontaciones con la administración estadounidense. La primera fue sobre el trato de los migrantes deportados a Colombia con el presidente colombiano denunciando la criminalización de deportados y declarando que no iba a recibir los vuelos militares. Esto le ganó la ira de Washington. 

Dicho conflicto fue resuelto en menos de una semana, con la clase dominante colombiana rogando a la Casa Blanca no tomar en serio a Petro. Las deportaciones y la criminalización de los migrantes continuaron, aunque esta vez los migrantes ya no venían con grilletes. Al respecto de los aranceles, Trump amenazó con incrementar aranceles al 25% pero en el día de la liberación, la rogadera de la oligarquía resonó. La imposición arancelaria se mantuvo en 10%, al paso de la gran mayoría del mundo. 

Aquello fue el trasfondo de un año en el cuál la Secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, acusó a Petro de defender al Tren de Aragua; más de 23 mil colombianos fueron deportados; 200 mil millones de dólares en ayuda extranjera fueron revocados; el ex-ministro Alvaro Leyva de relaciones extranjeras se involucró en una conspiración para “gestionar la salida de Petro” con senadores republicanos de Estados Unidos y Colombia descertificada como aliada de Estados Unidos en la guerra contra las drogas. 

Más diciente, todavía, es la participación directa de funcionarios públicos y senadores del Partido Republicano en asuntos políticos nacionales. El Secretario de Estado, Marco Rubio, por ejemplo, acusó al gobierno de ser responsable por la “retórica violenta de izquierda” y declaró que la condena a Álvaro Uribe Velez fue producto de la “instrumentalización” de la rama judicial. Bernie Moreno, senador del partido Républicano, igualmente afirmó que Petro fue elegido con el dinero de la mafia, a lo que se sumaron los senadores Mario Díaz-Balart, Carlos Giménez y María Elvira Salazar.

La clase dominante nacional ha utilizado esto como una oportunidad para atacar a Petro y demandar que la clase obrera devuelva la Casa de Nariño a sus “verdaderos dueños”. Esto refleja el carácter anti-democrático de la clase dominante colombiana. Tienen que recurrir a la ayuda de sus patrones en Washington para poder sobrellevar la voluntad de 11 millones de colombianos que ha sido expresada incontables veces a través de manifestaciones masivas desde 2019 y culminó con la elección del primer presidente de izquierda sobre la base de un programa de reformas fundamentales.

El impasse del imperialismo estadounidense

Un estudio del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) indica que entre 1902 y 2019 se documentaron unos 343 golpes de Estado en unos 25 países de la región de parte de Estados Unidos. Es notable que no hayan podido recurrir a estos viejos métodos. Esto se debe ante todo al declive del imperialismo estadounidense, que no puede emprender aventuras militares mientras concentra su presión en Venezuela.

El terreno no es favorable para un golpe debido a la impopularidad doméstica de Trump (44% en comparación a un promedio de 60% en el primer año). Tampoco les ayuda el hecho de que la clase obrera y la juventud colombiana están en pie constante de movilización este año, con marchas masivas apoyando las reformas y la agenda de Petro cada mes. 

Esto pone al imperialismo estadounidense en una posición precaria, a pesar de su agresividad. Paradójicamente, una política de agresión imperialista contra Estados Unidos solo puede impulsar aún más la reorientación de Colombia hacia China. 

La realidad es que el capitalismo colombiano ha estado buscando una vía para abrir el comercio con China desde la presidencia de Juan Manuel Santos en 2009 pero ha temido la posibilidad de amargar su relación con Estados Unidos. Ahora que esta relación está siendo destruida por el propio imperialismo estadounidense, no hay mucho que preservar. 

Un ala de la clase dominante tiene esto claro. El ministerio de Hacienda publicó un trino recientemente con el encabezado: “Paul Krugman: ‘China ya ha superado a EEUU y nunca logrará volver a alcanzarla’”. Si bien, la tésis de Krugman es cuestionable, esto indica cómo está pensando la oligarquía colombiana. 

El nudo gordiano que el imperialismo estadounidense es incapaz de cortar es que ninguna de las políticas viables en este momento puede mantener sus esferas de influencia bajo control.  

Es claro que Trump y la banda de gusanos a la que tiene que complacer para poder ganar en Florida tiene un bando en el siguiente período: la derecha tradicional, vinculada al paramilitarismo y encarnada en el ex-presidente Álvaro Uribe Vélez. Para lograr el regreso al poder de esta camarilla de parásitos, están aumentando la presión contra el gobierno de Petro. 

Las medidas económicas contra Petro en Colombia tienen un mensaje claro: “Nuestro problema es con Petro. Saquenlo y todo vuelve a la normalidad”. Este mensaje está dirigido a los altos mandos de las fuerzas armadas. Es por eso que Trump removió 750 millones de dólares en ayuda militar.

Sin embargo, estas medidas han extendido la influencia de la base de apoyo del Pacto Histórico. Una prueba interesante de esto fue la victoria contundente de Iván Cepeda en las consultas del Pacto Histórico, que obtuvieron una concurrencia de 2 millones de personas, muy por encima de las expectativas de menos de un millón de votos. 

Se abre un período de lucha

Esto tiene implicaciones de gran importancia para la lucha de clases en Colombia. La más relevante es que, a pesar de las calumnias y la presión contra el gobierno de Petro, millones de colombianos han salido a luchar por las reformas. La intimidación de la primera potencia mundial en un período en declive solo fortalece el apoyo a Petro debido a la alta impopularidad de Trump en el extranjero. 

Las manifestaciones masivas del viernes 24 que llenaron la Plaza de Bolívar y las votaciones en la consulta interpartidista demuestran el interés de la clase obrera colombiana en luchar contra el imperialismo.

En esa lucha, estamos parados hombro con hombro con la clase obrera colombiana, la juventud y el Pacto Histórico. Pero creemos que la cuestión no se puede resolver sobre la base de discursos o una asamblea constituyente. Siempre y cuando los imperialistas tengan 450 empresas operando en territorio nacional, los Estados Unidos serán los verdaderos amos del país. 

Esto aplica también a la clase dominante nacional que claramente ha elegido el bando de Trump y sus secuaces en vez del de la clase obrera y el campesinado nacional. En última instancia, prefieren ser súbditos leales ya que todas sus riquezas y empresas están conectadas con las multinacionales estadounidenses por miles de hilos. 

La tarea de la clase obrera es atacar directamente la raíz de su poder económico y expropiar todas las empresas conectadas al imperialismo estadounidense, incluyendo las de los cómplices de Trump en terreno nacional. 

Semejante medida sería un grito de guerra para el resto de la región que en este momento se encuentra bajo asedio debido a las injerencias del imperialismo y pondría sobre la mesa la necesidad de llevar la revolución hasta sus últimas consecuencias. Esto es clave ya que solo será en la medida en que la clase obrera internacional replique esto y luche contra sus burguesías que el imperialismo estadounidense perderá su influencia en la región. 

La historia de América Latina está llena de tradiciones revolucionarias, como el movimiento de fábricas ocupadas en Brasil y Venezuela. La tarea de nuestra clase obrera es re-atar el hilo con estas tradiciones y usarlas para asestar un moretón al ojo del imperialismo estadounidense.

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Gabriel Galeano

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