La figura de José María Melo ha vuelto a aparecer en la discusión nacional debido a que el presidente Petro lo mencionó en varios de sus discursos expresando su admiración. Por supuesto, la respuesta de la oligarquía nacional no se hizo esperar y produjo un alud de ataques contra el antiguo militar independentista que sirvieron para desacreditar, también, al actual habitante de la Casa de Nariño.
Semejantes esfuerzos de parte de la clase dominante para aleccionar sobre historia nacional despiertan desconfianza. Sus argumentos en contra de Melo siempre se han basado sobre interpretaciones simplistas o verdaderas calumnias sin evidencia. Es claro que la razón para volver a presentar estas falacias es debido al papel que Melo jugó en dirigir a los artesanos, una clase pequeñoburguesa en formación, hacia el poder, en una confrontación directa con el latifundio y la oligarquía colombianas en donde la elite reveló su papel como una fuerza regresiva en la sociedad. Es debido a esto que un estudio de estos eventos es necesario.
30 años después de la Independencia
Con el establecimiento de la oligarquía criolla en el poder, y la caída en desgracia del proyecto bolivariano de independencia, vino un intento de concretar una nación dividida y empobrecida sin un programa nacional del todo claro, agravado por las pugnas entre federalistas y centralistas que intensificaban la fragmentación ya que muchas regiones manejaban su propio gobierno y ejército ignorando al poder central.
Los terratenientes y la Iglesia reforzaron el sistema hacendario aprovechándose de los vacíos legales para tomar tierras a diestra y siniestra, con armadas personales, que tomaba sus formas de la encomienda y la mita, sistemas desarrollados durante la colonia, principalmente feudales y, en todo caso, pre-capitalistas. Los rezagos de esta toma de tierra lo vemos hoy en la monopolización del campo y la subsecuente falta de producción en varios predios en nombre de la especulación.
El componente social era en su mayoría de clase media rural poco productiva aproximadamente el 85% vivía disperso en el campo[1], y los pocos campesinos libres enfrentaban la precariedad por la falta de desarrollo de las fuerzas productivas tanto en ciudades como en el campo.
La pobreza era extrema. Los patricios tenían ganancias exiguas al compararlas con las mismas clases en México o Brasil. La extracción de productos primarios a través de la minería ocupaba el primer lugar en aportes al tesoro nacional, pero se veía afectada porque la fuerza de trabajo era esclava y su sostenibilidad se hacía imposible. El tabaco, una industria que prometía crecer, había quedado truncada luego de que los terrenos de producción fueran confiscados o comprados por los grandes dueños de tierras para hacer monopolio, lo que terminaría asfixiando el crecimiento de dicha industria en el futuro.
Europa vivía un período de recesión desde 1820 lo que afectó el comercio con esta parte del continente americano y avivó las llamas de revolución en su territorio. Aún así, países como Inglaterra y Estados Unidos mantenían un comercio continuado y hacían incursiones en Latinoamérica para ampliar su mercado. Aquí, por ejemplo, se le daba importancia a la mercancía inglesa, en cumplimiento de un trato pactado por la ayuda que esta nación le había prestado al país durante la guerra de Independencia. Ese “librecambio” afectaba al comercio local que era bastante incipiente y sobradamente atacado.
La acumulación de desgracias comenzaría a mostrar sus efectos en 1849 cuando José Hilario López fue elegido como presidente, el primero de inclinación liberal, impulsado por las bases artesanas para buscar solución a los problemas nacionales. Su inspiración provenía de las ideas de la revolución francesa de 1789 que se mezclaban con conceptos del socialismo utópico y encontraban proyecto en la empresa de los trabajadores franceses durante 1848, la que Marx llamaría el primer enfrentamiento entre la clase obrera y la clase burguesa.
Las Sociedades Democráticas
El fermento político del momento llamó a los artesanos a una militancia activa. Es así como en 1847 una nutrida base alimentó con postura radical las “Sociedades de Artesanos” fundadas por Ambrosio López[2] con la intención de presionar al ala conservadora de la oligarquía para conseguir el poder. Era una estrategia de avanzada liberal con intenciones políticas apoyada por los elementos de esta postura integrantes de la élite.
Los cuadros más jóvenes de esta clase —llamados “gólgotas” [3]— fueron los ideólogos de estas sociedades y para alentarlas usaban discursos de corte liberal que comenzaron a generar tensiones con los “viejos liberales”, pues de vez en cuando, con un tono más radical, citaban a los utópicos como Owen, Fourier, Cabet o Saint Simon. Pero en realidad era el ideal de los jacobinos el que perseguían. Con frecuencia, amenazaban con asesinar al arzobispo de Bogotá y llevar adelante las tareas de la república. Sin embargo, estas eran palabras vacías y pronto demostraron no tener lo que tuvo Robespierre para llevar sus intenciones hasta las últimas consecuencias, ni siquiera el ánimo reformista de Louis Blanc.
Las tendencias liberal y conservadora nacieron, de hecho, en el seno de las clases dirigentes como una división superficial de las mismas entre supuestos hacendarios e industriales, pero las contradicciones se acentuaron y rompieron con sus pretensiones uniendo a ambas posturas en una sola facción.
Quienes sí entendieron las ideas que les exponían y el admirable ejemplo de los trabajadores europeos fueron los artesanos. En las calles comenzaron a reclamar por la liberación de las clases oprimidas y la imposición de un programa revolucionario. “Pan, trabajo o muerte”[4] se leía en las paredes.
Su composición heterogénea y empobrecida les ponía al nivel de las clases oprimidas y les llamaba a ocupar una posición revolucionaria para cumplir las tareas que la oligarquía no había cumplido. Eran, entonces, una suerte de pequeña burguesía en desarrollo. El ánimo revolucionario contagió a muchos. Sólo un año después de fundadas las sociedades ya funcionaban en 112 ciudades y poblaciones. Para 1850 Bogotá llegó a contar con más de 2.500 afiliados en las “Sociedades Democráticas” y 1000 en Cali.[5]
José Hilario López, antiguo militar de la independencia pero de extracción hacendaria con tendencia liberal, aprovechó estas masas para tomar el poder, intimidando al Congreso con provocar movilizaciones si no era elegido. Su promesa era lograr los cambios necesarios como la manumisión de los esclavos, la ley agraria, la separación de la Iglesia y el Estado, la libertad de prensa, la eliminación de los resguardos indígenas y la federalización. Por esto los artesanos respondieron dando todo su apoyo con intenciones de llevarlo hasta las últimas consecuencias.
No obstante, el programa de gobierno fortaleció a los terratenientes, pues les daba más poder sobre la tierra y mano de obra barata para explotar sin la necesidad de mantenerla más allá del pago de un jornal o la adhesión a una pequeña hectárea de tierra. Todo aquello también reforzaba una relación sumisa del campesino hacia el dueño de la hacienda que fue aprovechada por este último y representó un elemento de vital importancia en confrontaciones futuras. Aunque las ciudades crecieron no hubo un impulso industrializador pues los artesanos aún estaban en una forma precaria.
Pero no fue solo una cuestión de lo que las leyes permitían o no sino que aquellos dueños del poder económico y político no tenían verdaderas intenciones de impulsar el progreso del país por medios concretos, por lo que hicieron todo lo posible para ignorarlas o usarlas a su favor.
Pero para las masas oprimidas todo esto sí fue visto como un triunfo y fue la lucha de los artesanos y sus asociaciones, no el movimiento burocrático de las leyes, las que inspiraron la lucha general. Su actitud aguerrida y decidida despertó los ánimos en los estratos más bajos como, por ejemplo, los antiguos esclavos del Valle del Cauca que con látigo en mano hostigaron a sus antiguos amos hasta hacerlos correr. Era ya evidente que el invento se le había salido de las manos a la élite y queda patente en las palabras de Ambrosio López, fundador de las asociaciones, quien reniega de ellas en 1851 llamándolas comunistas y arrepintiéndose de la elección de López. Esta acción le valió la expulsión de la organización artesana.
Por otro lado, el Estado no tenía un manejo efectivo de la violencia. El Ejército Permanente, basado en la organización de las milicias libertadoras no era sumiso a la hacienda. Su formación popular y la educación política de su comandancia, incomodaba a aquellos que buscaban mantener las cosas controladas y sin avance, como el General Santander quien durante su presidencia mantuvo un franco ataque en su contra, negándole sus pagos a varios generales y soldados e imponiendo leyes de “profesionalización” que buscaban hacer una criba dentro de la militancia. Sin embargo, no lo podían desaparecer por completo ya que el Estado les necesitaba.
Así las cosas, la clase dominante comprendió, que para mantener su modo de vida, era necesario destruir la idea de progreso engendrada por Bolívar durante la gesta independentista, sin importar el costo.
Melo y los artesanos
José María Melo, chaparraluno de origen campesino e indígena, se unió al ejército patriota a sus 19 años. Su disciplina militar, arrojo y lealtad para con el proyecto bolivariano lo convirtieron en una pieza clave llevándolo a hacer carrera militar en los primeros años de la República. Exiliado en Europa, por unirse a quienes querían recuperar la Gran Colombia, conoció las ideas del socialismo utópico y vio las luchas del sindicalismo, la clase obrera y el Carlismo. En ellas se basó cuando regresó a Colombia (por aquellos días llamada Nueva Granada) para reincorporarse al Ejército en 1847.
Otro ex militar liberal, José María Obando, de rancio abolengo que subió a la presidencia para cumplir los avances que su predecesor no pudo, se encontró con una pugna intensa en el Congreso que le dejó sin apoyos políticos. Por eso se acercó a Melo, famoso entre las masas, a quien nombra General y a las Sociedades que habían roto con López, bajo la promesa de ejecutar la nueva constitución que había dejado en proceso el gobierno anterior.
Pero el ataque fue intenso y su administración terminó acorralada. Los liberales, divididos para entonces entre gólgotas y draconianos, estos últimos más moderados, se enfrentaban en el parlamento por el manejo del poder. Los primeros estaban unidos con los conservadores y se aislaron de los artesanos, ahora independientes. En las calles se presentaron enfrentamientos entre bases artesanas y grupos formados por miembros de la élite, generalmente grupos de campesinos leales llevados a las ciudades como bandas paramilitares, que terminaron con muertos y heridos.
Esta convulsión lleva a Melo a hacer causa común con los artesanos. La oligarquía asustada, olvida sus divisiones y se unen para “suprimir las milicias regulares y ante la oposición del presidente Obando, optan por reducir al mínimo el pie de fuerza e inician el debate en la Cámara de Representantes, buscando suprimir el grado de General, para colocar a Melo por fuera del ejército” [6].
Entre amenazas de Golpe de Estado de los conservadores y acusaciones exageradas contra José María Melo que sirvieron para atacar al ejército, al que señalan como “inútil” y “peligroso” [7], el 16 de abril, a las ocho de la mañana, 600 artesanos se reúnen frente a las puertas del cuartel de artillería para armarse. Otras provincias y ciudades responden igual guiados por agitación impresa que les conmina a repeler la fuerza con la fuerza. La situación queda clara y al otro día se unen a ellos, en la Plaza de Bolivar, 300 soldados comandados por Melo.
Su intención era defender a Obando de los gólgotas y conservadores para que cumpliera con las reformas, pero este se niega a aceptar. Entonces, Melo, junto con los artesanos, en medio de un jolgorio y sin mayor violencia toma el poder.
El 17 de abril de 1854
El mito de Melo como un militar poco astuto que quería derrocar el Congreso para su beneficio personal se desmiente rápidamente al considerar sus ocho meses de gobierno, durante la dictadura de los artesanos. Muchos de esos argumentos están basados en un odio ciego de clase.
El militar independentista luchó a favor de una presidencia de Obando. Esto ocurre no por capricho personal sino debido al apoyo de los artesanos. Además, fue una decisión tomada en conjunto con ellos que comprendieron la falta de una dirección política. A lo mucho se le podría juzgar de inocente por creer, como su mentor, en las buenas intenciones de los liberales hacendados, pero corrige su error al radicalizarse cuando toma el poder. En ningún momento durante esos ocho meses busca borrar algún crimen personal sino que se interesa honestamente por ejecutar uno a uno los pedidos de su base política. Lo hace, entre otras cosas, con astucia estratégica.
Los primeros días de la toma del poder dividieron los bandos en clases y mostraron las verdaderas intenciones de cada uno de ellos. Los artesanos defendían el progreso de todos; mientras, los proscritos, la hacienda. Los primeros se hicieron con la capital y parte de las ciudades principales y los segundos se trasladaron a la ciudad de Ibagué y se quedaron con algunas zonas rurales.
Las direcciones de las facciones cercanas a los artesanos, como los draconianos o su propia intelectualidad “radical” renegaron de la toma y sin dudarlo se unieron a sus contrarios, los conservadores y gólgotas, para planear la contrarrevolución bajo el nombre de “constitucionalistas”.
Hombres de la base artesana que con mérito habían demostrado su valía, eran los que componían el nuevo gobierno y demostraban las verdaderas intenciones del mismo al eliminar a los eternos herederos de los poderes. Por su parte los artesanos de base quedaron en la calle junto con el Ejército Permanente, organizados en milicias y haciendo guardia para defender el levantamiento, eran fuerzas armadas divididas que trabajaban juntas. Melo asume la posición de dictador por exigencia del movimiento. Esta figura no la entendían como nosotros hoy, déspota y autoritaria, sino como recordaban a Bolívar en ese rol: justo y decidido. Cumpliendo la voluntad popular del artesanado y los oprimidos para alcanzar un capitalismo avanzado, a través de decretos directos.
El programa del nuevo gobierno era principalmente de corte pequeño burgués, proteccionista, y enfocado al desarrollo del país. El aire revolucionario hacía de todas estas propuestas modernizadoras, pero seguían estando dentro de los límites del estado burgués que no se había impuesto en su totalidad después de la independencia.
Sin embargo el problema económico de la nación y su falta de desarrollo de las fuerzas productivas generó un problema entre lo que deseaba el gobierno central y lo que era capaz de lograr. Así se hicieron varios esfuerzos para alcanzar préstamos voluntarios de parte de la clase dominante que después se convirtieron en impuestos forzados que muchos se negaron a pagar, sólo aquellos coaccionados por la masa aportaron. Aún así no alcanzaba y fue necesario pedir a los artesanos cumplir labores de primera necesidad donde no habían recursos para cubrir su funcionamiento. El gobierno se mantenía muchas veces por pura voluntad. De todas maneras logran aumentar la producción en las Salinas de Zipaquirá de 20000 pesos mensuales a 60000.
Tal vez el error principal fue cuando el 20 de mayo la oposición constitucionalista intentó hacer un primer derrocamiento del Estado. Melo dirigió personalmente a más de 500 hombres, entre artesanos y soldados, contra el ataque hiriendo a los contrarrevolucionarios, pero no acabandolos. Les permitió reagruparse en Ibagué y no se apodera de Honda, el puerto fluvial del altiplano en el río Magdalena que conectaba con los puertos en el Caribe. Ello permitió a la oligarquía agruparse y ayudada por grandes cantidades de dinero del gobierno estadounidense[8], logró recoger el suficiente dinero para juntar una base fuerte, compuesta por peones y jóvenes para contraatacar en diciembre.
El crecimiento lento y cada vez más pasivo por la falta de sustento productivo y el estancamiento del gobierno, caído en la trampa de la democracia burguesa y sin la capacidad de unificar las ciudades principales en un solo poder, hicieron que el artesanado estuviera corto de números cuando llegó el ejército oligarca. Eran 9264 soldados constitucionalistas contra 4000 artesanos mal armados. La retoma de la ciudad fue sangrienta.
Pero no sólo fue una cuestión de números sino de la diferencia fundamental entre la visión precapitalista y capitalista. No es que la mayoría de campesinos criollos fueran atrasados por una cuestión cultural propia de ellos como habitantes de estás tierras sino que ese comportamiento se derivó de la falta de desarrollo productivo del país al que eran sometidos.
También es importante resaltar el agotamiento moral de las masas después de la independencia que había prometido profundos cambios sin desarrollarlos en su totalidad. Para los artesanos, sobre todo citadinos, a pesar del atraso las relaciones de producción habían madurado más y esto les había permitido conocer nuevas ideas y aspirar a más sobre la base de la supuesta nueva república.
La Revolución Permanente
Cuando Gustavo Petro llegó al poder habló de desarrollar el capitalismo en Colombia. No obstante, el desarrollo de nuestra economía, aunque dependiente, es hoy parte de la red capitalista internacional y nuestros burgueses, como los de la época de Melo, comparten aún esa dualidad, signo de su atraso. Esperar que esa clase cumpla con sus objetivos históricos después de tantos siglos, en medio de la peor crisis de este sistema es una ilusión. El progreso y avance de nuestra nación dependen hoy de la clase obrera organizada a la cabeza de una revolución socialista.
En 1930, León Trotsky publicó la “Revolución Permanente”. Aquí desarrolla el argumento de que en los países donde su burguesía no había logrado desarrollar la industria, era necesario que el proletariado asumiera esta y las tareas democráticas en el poder, ignorando la teoría etapista de colaborar con una revolución de corte burgués para luego intentar el socialismo. Esta exposición, por supuesto, estaba enfocada a combatir a Stalin y su política de conciliación con la burguesía que imperaba y se le enseñaba como doctrina a la militancia de la Tercera Internacional para sabotear cualquier levantamientos.
El mejor ejemplo era la revolución de octubre de 1917 donde la clase trabajadora cumplió “con todas las tareas de la revolución democratico-burguesa e inmediatamente comenzaron a nacionalizar la industria y pasaron a las tareas de la revolución socialista” [9].
Estas conclusiones son perfectamente aplicables a nuestro país en la época actual así como a los acontecimientos de abril de 1854. La clase que llega al poder en la independencia es una clase que es forzada por las masas a ocupar ese puesto y como tal no mantiene una postura avanzada sino traicionera y cobarde. A pesar de su composición de clase la insípida pequeña burguesía artesana tenía todavía un papel que cumplir para completar su independencia. La única manera que encontraron fue sacando a esa oligarquía del poder y tomándolo en sus manos para ejecutar su programa.
Parte de la razón de su derrota se encontraba también en la naturaleza de su clase por su heterogeneidad, pero el momento histórico era propicio para que esa clase hiciera ese último intento. La cuestión hoy no es tan diferente en líneas del atraso del poder. Nuestra clase dominante nació tarde y constreñida por la situación por lo que solo ha demostrado atraso y gobernado con violencia. Aquí: “la ‘burguesía nacional’ estaba, por una parte, vinculada inseparablemente a los restos del feudalismo y, por la otra, al capital imperialista y por lo tanto era completamente incapaz de cumplir con ninguna de sus tareas históricas” [10]
Es por eso que la clase trabajadora hoy, grande y mucho más educada que los artesanos de 1845, debe tomar el poder, pero para ello necesita organizarse para crear un partido capaz de dirigir a todas las clases oprimidas a la victoria. El camino de la conciliación de clases está descartado pues los intereses materiales de las dos grandes clases en la sociedad son irreconciliables. Ese liderazgo debe ser, por ende, revolucionario, radical y tener claras sus líneas de clase sobre la base de la teoría marxista.
Un cambio en la sociedad es necesario y debe hacerse desde las perspectivas del socialismo y en ella deben participar todas las clases oprimidas con los trabajadores a la cabeza, de manera consciente. Solo así reivindicaremos la memoria de las Sociedades Democráticas y la lucha de Melo.
[1] Kalmanovitz, “Economía y Nación” pg 96
[2] López era el antepasado de López Pumarejo y López Michelsen, ambos expresidentes de Colombia. Michelsen, de hecho, gobernó durante el paro de 1977 y brilló por su carácter represor.
[3] El nombre de “gólgotas” era el resultado de que en algunos de sus discursos decían que el socialismo lo había fundado Jesucristo en el Gólgota.
[4] Vargas Martinez Gustavo, José María Melo. Los artesanos y el socialismo. 1998. pg. 29
[5] Ibid. pg. 45
[6] Vidales Ortiz Dario, “Semblanza del General José María Melo Ortiz”, pg. 10
[7] Gómez Picón Alirio, “El golpe militar del 17 de abril de 1854”, 1972. pg. 144.
[8] Leer: Vargas Martinez Gustavo, José María Melo. Los artesanos y el socialismo. 1998. Capítulo: La legación americana y el derrocamiento de Melo. pg. 90
[9] Woods Alan, “Prólogo a La Revolución Permanente”, 2001.
[10] Ibid.