Durante esta semana se anunció que la reforma laboral, consensuada por un grupo tripartito (empresarios, trabajadores y Gobierno) se presentará para su debate y aprobación/rechazo en el Poder Legislativo el 16 de marzo.
Esto luego de que se filtrara el borrador del documento, donde se pueden ver a grandes rasgos las “líneas rojas” propuestas por el Gobierno. El debate de la reforma y los puntos filtrados muestran los límites que las reformas tienen dentro del contexto de un sistema capitalista, y el balance de poder que aún está en disputa.
Objetivo: Estabilidad
El documento que se filtró puede condensarse en una palabra: estabilidad. La reforma buscará acabar con la figura de prestación de servicios, trasladando a los trabajadores en ese régimen a contratos de término fijo. También se fortalecerían los contratos de término indefinido, buscando reducir la tercerización, se agregarían límites temporales a los contratos por intermediación o la “absorción” del trabajador si se demuestra una integración vertical la empresa matriz. Asimismo, se crea un apartado entero para garantizar el reconocimiento como empleados de los trabajadores de aplicaciones, y por tanto sujetos de derechos (hasta ahora se les sigue amparando bajo la figura de “socio”). Por último, rompiendo con una de las herencias más criticadas de los gobiernos de Uribe, la jornada nocturna volvería a contarse desde las 6:00 p. m., y se elevaría el recargo dominical y festivo, pasando de 75% a 100%.
Como puede verse, la reforma busca atender las demandas que las organizaciones sindicales han mantenido desde la época de la “apertura económica”: mejor protección contractual y de sus derechos sindicales. La reforma explicita que la actividad sindical no puede ser perseguida, con un capítulo entero de la ley llamado “Libertad Sindical”, buscando detallar cualquier conducta antisindical y que coarte esta libertad de organización.
El Gobierno, respondió a la publicación de este borrador de la reforma tanteando el terreno, como lo muestra la ya abierta oposición de organizaciones empresariales como FENALCO, que objeta al aumento del costo salarial (recordemos que el sector servicios depende de las jornadas dominicales/festivas y nocturnas), alegando que los costos para las PYMES se incrementarían entre 30% a 37%.
La oposición del empresariado no es por una prosaica defensa del microempresario, sino de un modelo económico basado en la explotación de la abundancia de mano de obra, que a la vez se refleja tanto en la baja productividad, bajos niveles salariales y el anquilosamiento de las economías de escala (es demasiado caro trascender el bajo nivel de productividad, por tanto se busca mantener la ganancia a través de esos bajos salarios), como se pudo demostrar cuando se analizó si esa baja en costos resultó en un aumento de empleo, demostrando que en realidad se amplió la jornada de los trabajadores ya existentes.
Correctamente el debate se está orientando hacia estos polos, pero el principal problema será cómo terminará el proyecto una vez se abran los debates legislativos, especialmente dado el poder que mantienen en la Legislatura los partidos representantes del statu quo (Conservador, Liberal, La U) dentro de la coalición, así como los elementos santistas en el Pacto Histórico como Roy Barreras.
Reforma insuficiente ante la informalidad
La reforma laboral es un enorme paso para romper el poder omnímodo de los capitalistas respecto de los trabajadores, pero está limitada por su actuar dentro del sistema capitalista. Así, los trabajadores “informales” que constituyen aproximadamente el 60% de la fuerza laboral siguen en un limbo al no poder integrarse a los circuitos capitalistas, siendo una enorme fuerza de reserva que también actúa como limitante a los salarios del resto de trabajadores. Esta lógica no es prueba de que “el capitalismo no está desarrollado” sino precisamente del carácter retrasado y senil del mismo en Colombia. No hay realmente dentro de la reforma una perspectiva para esto, y es probable que se mantengan los programas de subsidio al primer empleo, pero nada más.
Esto último puede observarse en que la otra iniciativa “estrella” del Gobierno, la “economía popular”, a pesar de lo expresado en el Plan Nacional de Desarrollo sigue sin mostrar una política concreta. Con esta oportunidad “dorada” de demostrar cómo se ayudaría a esa masa de trabajadores por cuenta propia en el “rebusque”, no hay siquiera una integración con las formas de contratación que en el PND se esbozan por medio de las Juntas de Acción Comunal para, en teoría, permitir una vinculación de estos trabajadores con el Estado.
Todo ello sólo lleva a demostrar cómo la economía colombiana está organizada de forma supeditada a los intereses del centro económico global, lo que se refleja en una economía capitalista de poca productividad y bajos salarios. Desde la perspectiva marxista, es básicamente mantener altas tasas de ganancia del capital a través de la explotación de mano de obra barata, sin intentos de mejorar las condiciones materiales para que esta mejore su productividad (i.e. mejor educación, mejores maquinarias, mejora de procesos), expresando verdaderamente un comportamiento parasitario y rentista, más que de innovación. Ni siquiera los “unicornios” colombianos se salvan de esto. Rappi, por ejemplo, se ha mantenido gracias a ingentes inyecciones de capital que les han permitido ocultar una estructura de costos imposible en un contexto de altas tasas de interés, y que solo se mantiene a duras penas por no reconocer a los domiciliarios como lo que son: trabajadores.
Muchos economistas burgueses y representantes de las élites en los medios de comunicación vociferan que la reforma como está será la ruina, iniciando una era de mayor desempleo y parón de la economía. Sin embargo, son los mismos que alardean de la “independencia” del Banco de la República para “congelar” la economía y así parar la inflación. Esos costos son “necesarios”, pero buscar la dignificación del trabajador es excesivo, lo que demuestra nuevamente que más que la preocupación por el bienestar común, lo que importa es proteger a la clase dominante de los costos de la crisis económica.
Aún con las perspectivas de una caída del consumo derivado del ajuste en el crédito por el Banco de la República, la inflación no ha cedido a expensas del optimismo del Gobierno, lo que hace aún más apremiante la discusión de la reforma laboral. Los gremios del empresariado no cederán sus márgenes de ganancia sin una lucha y, por ahora, tienen las herramientas en el Poder Legislativo para hacerlo. Nuevamente la crisis la está pagando la clase obrera.
¿Como debe responder la clase obrera?
Aplaudimos las iniciativas de la reforma, pero como marxistas apelamos más al aprendizaje que nacerá de la misma, que a su efectividad. Es probable que estemos a las puertas de una mejora en las condiciones materiales de la clase obrera pero, esto también representa que los capitalistas responderán, a través de despidos, aumentos de precios o azuzando las críticas a la gestión de Petro.
La clase obrera aprenderá que lo que limita su bienestar es el senil sistema capitalista, sustentado en un modelo de explotación. La reforma laboral es un primer paso al despertar de la consciencia de la clase trabajadora, que seguirá buscando su guía, a través de movilización y organización en defensa de estas reformas, que será el primer paso en ese despertar. Pero la tarea de la clase obrera será ir más allá de lo que se propone actualmente. La reforma laboral está siendo impulsada, en gran parte, debido a la carestía que reina sobre la sociedad. La única manera de luchar contra esto es declarando la necesidad de un incremento salarial que esté indexado a la tasa de inflación. E incluso allí no es suficiente. El salario mínimo con un incremento del 13% no alcanza a cubrir la canasta familiar que está en 3 veces el costo del salario mínimo.
La riqueza para lograr salarios que logren cubrir la canasta familiar para todos los colombianos existe. No hay que ver más allá de los billones de dólares concentrados en las cuentas de personajes como Sarmiento Angulo, la familia Santo Domingo y Jaime Gilinski, humildes servidores del capitalismo internacional. La razón por la que arrastran los pies a la hora de subir los salarios es porque significa una reducción en sus ganancias personales.
Es por esto que necesitamos movilizar a toda la clase trabajadora en las calles para marchar abiertamente en las calles y luchar por un incremento salarial y condiciones de trabajo dignas. La reducción de la jornada de trabajo, la formalización de los contratos para garantizar seguridad laboral, etc. Todas estas son metas loables que no se alcanzarán en los pasillos del Congreso de la República, una institución poblada en su mayoría por aquellos que viven de la explotación de la clase obrera. Estas metas se lograrán en las calles.
La única manera de lograr semejante movilización será con la organización de la clase obrera como clase. Esto requiere un partido revolucionario independiente, que vincule las luchas de cada sindicato y la oriente con las tácticas que estas reformas requieren: marchas, huelgas, cabildos. Tácticas que logren movilizar a toda la clase obrera a poner presión sobre la clase dominante que le haga reconocer que si no están dispuestos a mejorar nuestra calidad de vida, entonces serán derrocados.
Para semejante tarea se requiere una dirección que tenga suficiente previsión para reconocer que ninguna reforma es conseguida por la bondad de nuestros superiores. Se tiene que luchar por las reformas. Y ninguna reforma es permanente. Solo será cuando la clase obrera esté a la cabeza de la sociedad, que una a los oprimidos, y que podrá ponerle fin al sistema capitalista que la explota, para así vivir del trabajo digno en lugar de seguir siendo explotada por una élite patronal.
