Ya se acerca el fin de año y, aunque pueda parecer una obviedad, el mundo ha cambiado significativamente en tan sólo doce meses: La carrera electoral en EE. UU. ha sido una de las más reñidas en años, marcada por la retirada de un candidato y dos intentos de asesinato contra Trump, que repite presidencia contra todo pronostico del poder establecido. El imperialismo norteamericano apoyado por el europeo ha intensificado su enfrentamiento comercial y bélico, con una escalada en la guerra de Ucrania, la caída del gobierno de Bashar al-Assad y la guerra en Líbano. El cambio climático ha desencadenado una serie de catástrofes naturales, incluidas enfermedades, y nos encontramos al borde de una nueva recesión, mientras la crisis provocada por el COVID-19 no muestra signos de mejora.
Ninguno de estos eventos es aislado; son síntomas de la crisis orgánica del capitalismo, que con cada intentó de recuperación genera más estragos. Este sistema es incapaz de llevar más lejos el desarrollo productivo del mundo, convirtiéndose, en cambio, en un obstáculo. Lamentablemente, esto significa que debemos sufrir las consecuencias de esas contradicciones sin tener control sobre la situación.
Sin embargo, si no hemos caído en la barbarie directa, no ha sido por la buena voluntad de la burguesía mundial. Todo lo contrario: es el miedo de esta a las consecuencias de ese abismo lo que les impide lanzarse al vacío sin pensarlo. Aun así, las contradicciones del sistema son tan profundas que, a pesar de su oposición, avanzan inexorablemente hacia la catástrofe, arrastrando al resto del mundo con ellas.
No obstante, hay algo que estas élites corrompidas temen más que el fin del mundo: la clase trabajadora y su potencial revolucionario. Sobre esta clase recae la producción de la sociedad capitalista y, por ende, la continuidad del sistema. Hoy, el proletariado y la juventud están aprendiendo de sus derrotas y luchas. Día tras día, se enfrentan a condiciones cada vez más adversas y comprenden que deben oponerse a ellas. Por ello, se necesita una dirección revolucionaria efectiva que canalice todo ese descontento hacia un cambio concreto.
Así que, es cierto: el mundo está en llamas, encendido por las contradicciones del capitalismo, con sus guerras y el cambio climático, pero también por la lucha de clases, que hoy más que nunca se expresa y se manifiesta ante nosotros. Es un escenario convulso, sin duda, pero también está lleno de oportunidades para construir una organización proletaria capaz de cambiar la historia y plantear la disyuntiva: socialismo o barbarie.
Colombia no es una isla
Cuando Gustavo Petro asumió el poder en 2022, afirmó que su objetivo era llevar al país al capitalismo, sugiriendo que, según él, no estábamos bajo ese sistema. Desde entonces, ha insistido en la idea de un avance por etapas. Sin embargo, su afirmación ignora la historia nacional de los últimos 50 años y los 22,4 millones de trabajadores que contribuyen al PIB. Aunque este es el menor de la OCDE, representa el flujo monetario más significativo en el país, con sectores como servicios (67% del PIB) y manufactura (12% del PIB). De hecho servicios fue la que más aportó a la economía nacional según reporte del BBVA.
También desestima la influencia del mercado internacional en la producción nacional, que asciende a US $2.841 millones, equivalentes al 2,7% del PIB trimestral.
En definitiva pasa por alto que, aunque atrasado, el desarrollo capitalista de Colombia no es inexistente sino rezagado. Esto lo demuestra la ley del desarrollo desigual y combinado que es la que define al capitalismo colombiano.
Aquí «la oligarquía latifundista depende de la concentración de la tierra y el apoyo financiero del imperialismo estadounidense que la coloca en una posición de subordinación respecto a la economía mundial capitalista, al precio de que su economía es relegada a la exportación de materia prima, sin poder manufacturar o importar técnica. En otras palabras, el atraso de la economía colombiana está al beneficio del imperialismo estadounidense. La tarea de desarrollar la economía colombiana no requiere una perspectiva de etapas, donde solo se puede lograr el socialismo pasando por el desarrollo capitalista en cada país. Lo importante es entender que la economía mundial es capitalista y que por consiguiente ha creado la necesidad de luchar por el socialismo en cada país.» — Galeano Gabriel, Petro logra una victoria histórica: ¡A luchar por el socialismo!
Esto es crucial para entender que no somos ajenos a lo que ocurre en el mundo. Los mismos males que afectan a otras naciones, están comenzando a impactar nuestro país, generando presiones significativas.
Cuestiones como el cambio climático, con las recurrentes recesiones de agua y gas que afectaron al país este año y empeorarán el próximo, son evidencia de esta realidad. Asimismo, la reducción de la influencia del mercado internacional occidental, que ha visto a empresas retirarse debido a crisis externas para enfocarse en sus propias fronteras o en conflictos bélicos, contrasta con el aumento de la influencia del mercado chino, que creció un 218% entre 2021 y 2022, según el Banco de la República.
De hecho el desarrollo económico nacional y su relativa estabilidad son el resultado de la presión internacional por sacar a flote el mercado y combatir la inflación. De todas maneras, es importante destacar que no ha avanzado de acuerdo con las proyecciones.
Lo cierto es que mientras nos mantengamos en la órbita del sistema capitalista, los síntomas de la crisis mundial nos afectarán, para bien y para mal, convirtiéndonos en títeres de intereses imperialistas ajenos, sin importar de qué parte del mundo provengan. No somos entidades independientes, y mucho menos en nuestra condición de patio trasero del país más poderoso del mundo.
No es cuestión de voluntades, entonces, sino de qué ola sorteamos en el mar actual. Pero lo cierto es que necesitamos cambiar de aguas o prepararnos para la tormenta.
Revolución permanente o barbarie inminente:
Los intereses de nuestra clase dominante están principalmente moldeados por los del imperialismo estadounidense, ya que ambas fuerzas están estrechamente vinculadas. Bajo este análisis, resulta utópico pensar que esta clase pueda generar algún avance real para la nación o desempeñar un papel revolucionario. Los últimos doscientos años de historia republicana en nuestro país lo demuestran, pero sobre todo lo confirma su constante actuación de saboteo contra el gobierno actual, especialmente en relación con las reformas.
El cierre de año evidenció que esta fuerza sigue siendo más poderosa que nunca. La naturaleza del reformismo lo lleva a confiar en el legislativo y en la supuesta alineación democrática entre las instituciones. No obstante, el Congreso, en su afán por sabotear al gobierno y tener opciones para las próximas elecciones, se ha comportado como un obstáculo constante, bloqueando todas las reformas y, con ello, cualquier posibilidad de avance para el país. La reforma a la salud, el paro patronal de las EPS, la negación de la última reforma tributaria —con su grave afectación al sector cultural— y muchos otros ejemplos, acompañados por un ataque mediático constante y la intervención de empresarios en el financiamiento de futuros candidatos, subrayan este punto.
Al capitalismo nacional no le interesa ni le conviene afectar al imperialismo occidental, mucho menos terminar con un sistema explotador del cual se beneficia. Esto ya lo había anticipado Trotsky en su teoría de la Revolución Permanente, al señalar la traición y la ineficacia de las burguesías rusa y mundial para llevar a cabo una verdadera transformación. Esta misma lógica se aplica a nuestra clase dominante y a las de los países en desarrollo, según el contexto específico.
Trotsky escribió: «Con respecto a los países de desarrollo burgués retrasado, y en particular los coloniales y semicoloniales, la teoría de la revolución permanente significa que la resolución íntegra y efectiva de sus fines democráticos y de su emancipación nacional tan solo puede concebirse por medio de la dictadura del proletariado, empuñando éste el Poder como caudillo de la nación oprimida y, ante todo, de sus masas campesinas» — La Revolución Permanente.
La revolución mundial y la crisis global
Las contradicciones que vive el mundo hoy, independientemente del lugar en que se las observe, muestran que la inestabilidad es una realidad palpable. Cada día parece surgir una nueva explosión social que sorprende a todos. No hace falta ser un gran observador para comprender que vivimos tiempos convulsos. Sin embargo, el capital no muere solo porque esté agonizando; más bien, el sistema prefiere devorarse a sí mismo antes de resignarse a sucumbir.
Definitivamente no son tiempos fáciles, pero bajo esta inestabilidad se fermenta una ira que está al borde de explotar. La creciente desconfianza de la clase trabajadora en las instituciones se refleja, por ejemplo, en los resultados de las últimas elecciones en EE. UU. aunque las cifras exactas de participación juvenil aún no están disponibles, los datos preliminares muestran, según un informe de CIRCLE de noviembre de 2024, que más del 50% de los votantes jóvenes se sienten desencantados con Demócratas y Republicanos. Esto no es nuevo. En 2020, según la misma encuestadora, las elecciones presidenciales mostraron que el 63% de los votantes jóvenes de entre 18 y 29 años decidieron no participar en el proceso electoral. Este desencanto volvió a reflejarse en los estimados de la participación de este año que clarifican que 89 millones de estadounidenses (36%) no votaron. Esta es la prueba de la creciente desafección por el sistema político tradicional.
En Colombia no es diferente. La necesidad de lograr reformas que garanticen condiciones de vida dignas para la clase obrera ha movilizado a los jóvenes de todo el país a organizarse. Para muchos jóvenes colombianos, el capitalismo ya no ofrece un futuro. Sin embargo, este sistema no se va a derrocar creando un partido que se maneje de forma vertical, ignorando sus bases y principios políticos. Mucho menos debe aceptarse la incorporación de oportunistas bajo la excusa de crear un “frente amplio” más “democrático” y “participativo”, que en realidad no es más que la vieja táctica del frente popular o de la conciliación de clases. Es fundamental expulsar a todos aquellos liberales que solo buscan defender los intereses de su clase y de los poderosos políticos. Figuras como Juan Fernando Cristo o Armando Benedetti son un claro ejemplo de ello.
Un verdadero partido del cambio necesita a toda su militancia participando de manera realmente democrática y a su dirección marchando con una idea clara, sin negociar sus principios y objetivos. El principal es la defensa de las reformas que deben llevarse a cabo sin moderaciones y con la meta de representar las demandas del paro del 2021. La clase trabajadora, la juventud y el campesinado no deberían conformarse con menos que la expropiación de los grandes empresarios y banqueros, quienes se benefician directamente de la explotación de los trabajadores y de una infraestructura social incapaz de ofrecer salud, educación y vivienda dignas a la gran mayoría de colombianos
Lograr un partido con esta meta clara en su bandera despertaría el deseo de lucha que brilló durante el Estallido Social y abriría la puerta para elevar la lucha a niveles superiores, con fines claramente revolucionarios. Pues, bajo el capitalismo, cualquier reforma obtenida tiene una fecha de expiración. La única manera de lograr y mantener las reformas que el Pacto Histórico puso en la agenda es con un gobierno que ponga a la clase trabajadora y a la juventud en control de sus destinos, rompiendo de forma permanente con la burguesía nacional, conectada a través de miles de hilos al imperialismo internacional.
La tormenta de la crisis orgánica del capitalismo mundial llegará tarde o temprano a Colombia. La única manera de prepararnos para estos eventos es construyendo una organización revolucionaria vinculada al movimiento revolucionario internacional, que reconozca a Colombia como uno de los muchos frentes en los que la clase obrera está gestando una guerra para poner fin al capitalismo y a la sociedad de clases. En otras palabras, debemos luchar por lo que Camilo Torres llamaba “una auténtica revolución”.
Esta revolución sólo podrá ser internacional, pero esto hace aún más importante la revolución socialista colombiana como parte esencial de este proceso, que serviría como ejemplo para la clase obrera internacional y rompería el aislamiento de Cuba y Venezuela, reactivando la revolución socialista en América Latina.
Como decía Engels:
«De este modo, la gran industria ha ligado los unos a los otros a todos los pueblos de la tierra, ha unido en un solo mercado mundial todos los pequeños mercados locales, ha preparado por doquier el terreno para la civilización y el progreso y ha hecho las cosas de tal manera que todo lo que se realiza en los países civilizados debe necesariamente repercutir en todos los demás, por tanto, si los obreros de Inglaterra o de Francia se liberan ahora, ello debe suscitar revoluciones en todos los demás países, revoluciones que tarde o temprano culminarán también allí en la liberación de los obreros.» — Engels, Principios del comunismo
¡Por un 2025 lleno de luchas y victorias!
¡Las élites no deben volver al poder!
¡Por un partido de izquierda y trabajador, revolución o barbarie!
¡Trabajadores del mundo uníos!